CARTA: El diálogo es el único camino

Las manifestaciones que han tenido lugar en distintas ciudades de Venezuela en los últimos días han sido impresionantes por su masividad, inaceptables por su persistente violencia y dolorosas por la pérdida de vidas de jóvenes venezolanos, que todos lamentamos.

Manifestaciones como éstas no deberían ser una novedad en la región. En los últimos años hemos visto en Chile, en México, en Brasil, estudiantes y jóvenes que salen a la calle a protestar y exigir soluciones, otros sectores de la sociedad que los acompañan, confrontaciones con la policía, arrestos de dirigentes, y grupos aislados que promueven actos vandálicos al final de marchas pacíficas, desvirtuando el sentido de la protesta. También hay en Venezuela causas reales que explicarían la protesta, entre ellas, la difícil situación económica, con inflación, desabastecimiento y dólar disparado o racionado; y el crecimiento de la delincuencia, que unos y otros reconocen.

¿Por qué, entonces, esta confrontación lleva a tanta violencia? ¿Por qué muchos que habitualmente callan ante otros atropellos, hoy lanzan encendidos gritos a favor de la libertad y la democracia, y hasta exigen intervención externa? ¿Por qué muchos otros, incluso protagonistas de la protesta en otras partes, ahora condenan a los manifestantes y denuncian intentos totalitarios? ¿Qué hace distinta la crisis en Venezuela?

Hay entre éste y los demás estallidos una diferencia fundamental: la protesta en Venezuela pone de manifiesto una confrontación política e ideológica de envergadura mayor, que es su verdadero detonante. Las marchas de protesta han sido respondidas con marchas de apoyo. Del duelo de manifestaciones surge la realidad de una división interna entre sectores de la sociedad, que no existe con esa envergadura en ningún otro país de América. La radicalidad de la confrontación es visible en las posturas de todos los actores. Y eso impide que Venezuela enfrente adecuadamente su situación, que sería superable, con los recursos de que dispone, si el país estuviera unido.

La oposición habla del intento del gobierno por establecer en Venezuela una "dictadura comunista", que estatice la economía y suprima la democracia, la vigencia de los derechos humanos y la libertad de expresión. El gobierno y sus partidarios afirman, en cambio, que hay en marcha un "golpe fascista" para derrocar al gobierno por la fuerza e imponer de nuevo el viejo sistema, corrupto y desigual. Todos coinciden en proclamar su adhesión a la paz y al diálogo, pero exacerban la confrontación, unos llamando a derrocar a un gobierno que recién fue elegido y otros desconociendo la representación de una oposición que obtuvo una gran cantidad de votos.

Todos quieren ganar, derrotar al adversario. Pero la verdad es que si alguno gana, la sociedad quedaría irremediablemente dividida, por muchos años, entre vencedores y vencidos. Esta no es una lucha de muchos contra unos pocos; es de muchos contra muchos, todos con el mismo derecho a vivir y prosperar en su país, más allá de su ideología o posición social. Victoria y derrota no son una opción para Venezuela.

Es esta división la que explica la supuesta ambigüedad de gobiernos, organismos internacionales, sociedad civil y otros actores, que quieren ayudar, pero no encuentran cómo. Si no condenan de plano al gobierno, son "cobardes" o "cómplices". Si se atreven a deslizar alguna crítica, son "injerencistas" o "aliados del imperialismo". La actitud de ambas partes no es conducente a una acción benéfica de la comunidad internacional para buscar el acercamiento y la conciliación. Las iniciativas que se nos proponen intentan, más bien, sumarnos a la división.

Por eso hemos insistido tanto en el diálogo, y lo seguiremos haciendo. Pensamos que es posible avanzar en la democracia si se genera un verdadero espacio de confianza, en el cual se acepte la diversidad de opiniones, se respeten plenamente los derechos ciudadanos, se canalice la búsqueda de soluciones por vías institucionales que den garantías a todos, y se genere así un clima de libertad y entendimiento en que todos puedan aportar.

Toda la comunidad internacional ha llamado al diálogo y a la concordia; todos han pedido respeto a los derechos humanos y el fin de la violencia; todos quieren la paz en Venezuela y están dispuestos a ayudar para conseguirla. Rechazan la ruptura de la institucionalidad, pero a la vez recuerdan la necesidad de respetar los derechos de todos y llaman al diálogo y al acuerdo.

Sin embargo, los que deben lograr ese acuerdo son los venezolanos, antes de que sea demasiado tarde. Pero si ya no hay confianza en nadie, ninguna institución o personas que garanticen una postura ecuánime y no comprometida, tal vez el recurso a actores externos, provenientes de nuestra propia América y designados en común, sea una alternativa posible.

No olvidemos que los capítulos más tristes de la historia reciente de algunos de nuestros países empezaron con acontecimientos como los que hoy vemos en la sociedad venezolana, teñidos de violencia e intolerancia, que abrieron en nuestro continente heridas que aún no cierran del todo.

Que nadie espere de la OEA que emita condenas, que ahonde la división o que rechace la protesta legítima. Se puede esperar de nosotros una defensa incondicional de los derechos humanos, la libertad de expresión, la defensa de la institucionalidad y el Estado de derecho. Pero no que califiquemos al gobierno de "dictadura" ni a la oposición de "fascista", porque ese es un lenguaje de odio inútil.

Y, por sobre todo, pueden esperar de nosotros un llamado persistente, obstinado, a la reconciliación, el diálogo y el acuerdo, que es el único camino posible hoy para Venezuela. La palabra "victoria" suena más heroica que "acuerdo". Pero el acuerdo es hoy el único camino posible.