Pierden con rapidez la atención en la enseñanza: se paran de sus puestos o miran por la ventana mientras el profesor habla. Se trata de indicios del trastorno de déficit atencional. Sin embargo, unidos a una alta habilidad cognitiva, a las ansias de conocimiento y a una seguidilla de preguntas del tipo "¿por qué?", pueden señalar a niños con una gran inteligencia que, por aburrimiento ante contenidos que ellos ya comprenden, suelen confundirse con el mencionado trastorno.
Es el caso de Santiago (6), quien hoy cursa primero básico. El y su familia se encontraban en un restaurante cuando leyó en voz alta la etiqueta del vino que su papá había pedido. Nada raro si se tratara de un adulto, pero Santiago tenía sólo tres años en ese momento, y había aprendido a leer por cuenta propia. "Santiago ocupa palabras más sofisticadas de las que utiliza un niño de su edad", dice Gonzalo Paredes, padre del pequeño, quien recuerda que "hace un año me comenzó a preguntar por qué le enseñaban las letras en cierto orden, y le expliqué lo que era el abecedario, y él lo buscó y en una semana se lo aprendió".
Poco tiempo después de que Santiago entrara a prekínder, sus padres recibieron una recomendación de la escuela para llevarlo a un especialista, por un posible diagnóstico de déficit atencional. "Nos mandaron un informe que decía que él tenía problemas de atención", comenta Paredes. En la conducta de Santiago, los profesores podían encontrar varios factores de déficit atencional e hiperactividad: "Repetir 20 veces algo para él no tenía sentido, lo aburría", explica su padre, quien cuenta que no creyendo que su hijo padeciera del trastorno -en casa se comportaba de forma tranquila y atenta-, decidieron buscar una alternativa, por lo que llegaron a PentaUC.
MOTIVAR SIN ABURRIR
"Cuando nos ponemos a trabajar con ellos, los niños se concentran perfectamente si se sienten desafiados", explica Paulette Laclote, psicóloga y jefa del área de Extensión del Programa de Estudios y Desarrollo de Talentos Académicos (PentaUC). La iniciativa de la Universidad Católica se desarrolla desde el año 2001 y es un proyecto que tiene como meta fomentar el potencial de los niños con talento académico, además de promover políticas públicas que favorezcan a estos jóvenes. Al plan general de la iniciativa pueden entrar estudiantes desde sexto en adelante, por lo que en 2006 se creó un área dedicada a los más pequeños. Es la Unidad de Orientación, y el lugar donde Santiago llegó para que sus habilidades se desarrollaran.
"Mientras más se estimule el trabajo del niño y le detecten las altas habilidades desde más pequeño, mejor desarrollo académico va a tener a lo largo de los años", remarca Laclote. En el programa, cuando llegan este tipo de casos, primero se hace una entrevista a los padres para recabar información, luego se realizan cuatro sesiones con el niño, en las que se practican tests para ver sus capacidades, y de ello sacan un resultado, el que se desarrolla en un reporte con consejos a seguir por los padres y el colegio al que asiste el menor, como medidas para potenciar su inteligencia y no desaprovecharla.
"Si tú dejas a un alumno talentoso, con poca motivación, sin satisfacer sus ganas de aprender, esas se van apagando y, finalmente, vemos a niños que no les gusta ir a clases o que se aburren", acentúa la especialista. La falta de retos en lo que aprenden se vuelve un gran peso para su crecimiento educacional, por lo que se desilusionan y cuando entran en la enseñanza media no tienen las ganas de querer estudiar y sobresalir. Algo que la familia de Santiago comprendió a tiempo: "Todo lo que no es desafiante desde el punto de vista académico, lo aburre rápido", destaca Paredes.
Para PentaUC, la educación, en general, debe comenzar a tomar en cuenta a los niños con altas habilidades, como dice Laclote: "A estos niños no hay que verlos como un problema en la sala, sino que como un motivo para querer desarrollar su potencial, que a veces también puede ayudar a sus compañeros, quienes buscan quizás una sala más dinámica".