Hace dos años, Inti Castro (1982) pintó su mural más grande: en una muralla de 47 metros de largo, de una torre de departamentos en el centro de París, el grafitero chileno plasmó la imagen de un niño gigante que juega con la marioneta de un obrero, que a su vez maneja otra, la de un hombre vestido de traje. Quería hablar de una utopía social, donde el débil se sobrepone y termina controlando al más fuerte. Desde entonces, el artista ha pintado más de 70 murales en varios países del mundo, claro que ninguno de esas dimensiones: "El de París fue muchísimo trabajo, con grandes complejidades. Con el tiempo he encontrado mi tamaño ideal, de máximo 20, 25 metros de largo, en el que me siento más a gusto y donde el impacto es el mismo", dice Inti, quien acaba de pintar su último mural hace unas semanas en Cali, Colombia.

Hubo una época en que los grafitis de Inti pertenecían a la gran diversidad de rayados que acumula la ciudad de Valparaíso. A los 14 años, corría como cualquiera de sus amigos, a hurtadillas de la policía, para dejar su estampa en las calles. En esa época, más que una motivación social o artística, lo que movía a Inti era el sentido de pertenencia: estar en la pandilla incluía el riesgo y la emoción de ver sus nombres plasmados en las paredes de su barrio. "Veníamos del mundo del hip hop y buscábamos siempre apropiarnos del espacio público. Sentíamos respeto por las personas que lograban dejar sus nombres en las murallas y nosotros también queríamos ver los nuestros allí. Más que comunicar algo al transeúnte, tenía que ver con la amistad, con la gente que estaba metida en el ambiente, con unos códigos y estéticas que no cualquiera podía descifrar", explica.

El grafitero siempre destacó por sobre los otros del grupo. Sus dibujos iban más allá de ser simples rayados y letras: le gustaba trabajar los fondos y crear personajes, que poco a poco fueron construyendo un pequeño universo personal. Al tiempo, Inti se encontró pintando a plena luz del día, con permiso municipal y el apoyo de los propios vecinos que lo incetivaban a seguir conquistando muros. "Al principio con los amigos trabajabamos de noche, nos encondíamos, hasta que una vez nos dimos cuenta de que el dueño de casa estaba encantado con el mural. En Valparaíso a la gente le gusta ver los muros llenos de colores, es parte de la cultura", dice. Claro que no todos los grafitis son bien recibidos en el puerto, como fue el caso de los que hace dos semanas se encontraron en los nuevos vagones del metro tren de esa ciudad.

¿Qué opina de este tipo de rayados que está al margen de la legalidad?

Nunca tuve problemas pintando en Valparaíso. Es difícil calificarlo, porque estas discusiones son propias del grafiti. Mientras más se quiere detener la expresión del grafitero, este se vuelve más agresivo, más vándalo, esa es la lógica. Creo que todo pasa en la calle, hay gente que lo acepta y otra que lo rechaza, y el mural dura lo que tiene que durar, así como alguien tuvo el derecho de pintarlo, otros tienen el derecho de borrarlo.

La realidad de Inti es diametralmente opuesta: radicado hace varios años en Francia, es un invitado recurrente a los más prestigiosos festivales internacionales de street art, donde el chileno acumula murales en varios países. Sólo este año ya suma una decena en lugares tan variados como Montreal, Canadá; Honolulu, Hawaii; Ibiza, España; y Cali, Colombia. El trayecto que la obra de Inti ha seguido por el mundo se recopila ahora en un volumen editado por Ocho Libros, que se lanza este 18 de diciembre en el GAM. Más que una antología, el libro resume el original estilo que el grafitero ha logrado imprimir en sus obras, inspiradas en los personajes que pueblan los carnavales latinoamericanos, como el Kusillo en Bolivia, el Ekeko del altiplano y el Kollón del mundo mapuche, que Inti arropa de otras iconografías religiosas y populares. "No hago trabajos por encargo, soy el autor de mis propias ideas, pero claro que cuando estoy en el proceso, me voy involucrando con la gente del lugar, que te comenta cosas y siempre hay una flexibilidad en el mural", cuenta. "No me gusta abanderarme por temas políticos ni imponer verdades, menos en lugares públicos. Invadir no es mi estilo".

Sin embargo, en abril pasado Inti vivió su primera polémica con el mural que pintó en La Mancha, España. Allí realizó una versión del Quijote, el personaje de Miguel de Cervantes, ataviado con un pañuelo en su rostro, al puro estilo encapuchado, y la inscripción del 15M, alusión directa al llamado movimiento de los indignados que protagonizó  una serie de protestas en España en 2011. El alcalde de la ciudad rechazó el mural y exigió su retiro. "Fue un error mío. La idea es dejar preguntas en las obras, no respuestas. Mi mensaje fue muy evidente y limitaba las posibildades de lecturas. Por suerte las personas que simpatizaron con el mural lucharon porque se quedara", señala Inti.

Más allá de los muros, el artista  ha visto cómo su obra ingresa al mercado del arte: en París trabaja con la galería Itinerrance, que comercializa versiones en óleo y litografías de sus personajes. Es la forma que tiene de rentabilizar su trabajo, ya que aunque le dan prestigio, los murales no dejan dinero. "La producción, los materiales y los viajes están costeados, pero no recibimos un sueldo. Claro que  dejar tu obra en un lugar recóndito es lejos la mejor ganancia", concluye.