En la recta final de la campaña del referéndum sobre el Tratado de Lisboa, los irlandeses se decantan mayoritariamente por un texto cuyo rechazo en la consulta de 2008 paralizó el proyecto de reforma de una Unión Europea (UE) ampliada.
Cuando el pasado año las encuestas reflejaban una ligera ventaja de sus detractores, nadie quiso creer que el electorado de este pequeño país fuese a dar la espalda en el último momento a un documento considerado clave para el buen funcionamiento de las instituciones comunitarias.
Entre otros factores, el gran número de indecisos y la desastrosa campaña del gobierno apoyado por los principales partidos políticos, decantaron al final la balanza del lado del "no" con un 53,4 por ciento de votos, frente al 46,6 del "sí".
Sin su consentimiento, la ratificación del Tratado por todos los miembros de la UE y, en consecuencia su aplicación, ha permanecido en el limbo a la espera de que este viernes poco más de tres millones de irlandeses con derecho a voto vuelvan a acudir a las urnas para pronunciarse sobre este asunto.
Los últimos sondeos predicen ahora una cómoda victoria de los partidarios del texto, revisado durante este año por las autoridades comunitarias e irlandesas para incluir ciertas garantías que tienen la forma de un "protocolo", con la misma fuerza jurídica del documento que se pretende ratificar.
Así, Irlanda refuerza su posición respecto a la neutralidad de la isla, su ventajoso régimen fiscal, la prohibición del aborto, la protección de los derechos laborales o el mantenimiento de su comisario europeo, cuestiones todas éstas que propiciaron el "no" en el anterior referéndum.
Con esas concesiones, más el temor que infunde la profunda crisis económica que afecta al país, los irlandeses parecen ahora convencidos de que la mejor manera de capear el temporal pasa por permanecer en el corazón de la UE.
Según qué encuesta, el porcentaje de apoyo al Tratado oscila entre el 48 y el 68 por ciento, mientras que el de los detractores no llega en ningún caso a la mayoría absoluta y se sitúa entre el 17 y 33 por ciento.
Por suerte para los defensores del "sí", todos los estudios demoscópicos coinciden en que el número de indecisos es ahora menor que en la anterior consulta popular.
Entonces, casi todos los "no saben, no contestan" emitieron un voto negativo desde una genuina posición de ignorancia y confusión, provocada, por un lado, por la nefasta labor didáctica del gobierno durante la campaña y, por otro, por la propia naturaleza de un texto de difícil lectura.
Tampoco es sencillo convencer a los irlandeses de la importancia de este texto, ya que resulta complicado, dentro del formato de un referéndum, presentar a la ciudadanía una serie de cuestiones como las que aborda el Tratado, pues éstas que se ven a menudo enmarañadas por intereses políticos domésticos.
Con la lección aprendida y los "protocolos" en la mano, el gobierno no ha tenido que emplear durante esta campaña gran parte su tiempo y esfuerzos en desmontar algunos de los argumentos engañosos y erróneos de los detractores, como aquellos referentes al aborto, la eutanasia o el divorcio.
Para ello, ha contado con la ayuda de las todas formaciones de la oposición excepto el Sinn Fein, de la patronal, multinacionales, de los principales sindicatos y del poderoso colectivo de agricultores.
Hasta la Iglesia Católica ha entrado de lleno en el debate para asegurar a sus fieles que no hay motivos religiosos ni éticos que impidan al electorado de este país votar a favor de la ratificación del Tratado de Lisboa.
En el bando contrario, el Sinn Fein de Gerry Adams continúa al frente una heterogénea coalición de grupos antimilitaristas, neoliberales, ultracatólicos y de extrema derecha o izquierda.