Isabella López: "Me han operado 25 veces"

Colegio Construyendo Suenos
Miercoles 18 de Octubre 2017 Colegio "Construyendo Suenos" en la Clinica Davila, establecimiento que apoya a los ninos con enfermedades que les impiden asistir a colegios fuera de la clinica. En la imagen Isabella Lopez Medina, educadora del estableci...

#CosasDeLaVida: En total, si cuento todo el tiempo que he pasado internada en mi vida, suman cerca de seis años, la mayoría en plazos de seis u ocho meses. Me daban de alta unos días, pero siempre volvía porque empeoraba o seguía con dolor.




Nací y me crié en Rancagua. Desde pequeña que era muy activa, jugaba vóleibol, hacía danza y cantaba. Pero a los 10 años, de un día para otro, comencé a sentir fuertes dolores de cabeza, como una migraña con vómitos y desmayos. En alguna ocasión también no podía ver. Perdí todas las fuerzas y ganas, quedaba tirada en un sillón y no me podía parar del dolor.

Mi mamá me llevó al doctor y me diagnosticaron seudotumor, una enfermedad que presenta los mismos síntomas que un tumor pero sin tener en el cuerpo la masa física. Lo que ocurría es que mi cerebro produce líquido cerebroespinal en exceso y eso ejercía mucha presión en mi cráneo y generaba los fuertes dolores.

Después un par de exámenes en los hospitales de mi ciudad, me trasladaron a Santiago porque aquí hay más especialistas. Ingresé a la Clínica Dávila el 4 de septiembre del 2008. Al principio no entendí mucho, pero noté que pasaba algo grave porque me dejaron inmediatamente internada en la UCI y mi mamá no podía quedarse a dormir conmigo. Además, todo era más personalizado.

Después de un par de semanas ahí me operaron por primera vez. Tuve mucho miedo porque me iban a abrir la cabeza, pero sólo fue un poquito, para insertarme unas válvulas en los ventrículos del cerebro para que me ayudaran a filtrar el líquido. Cuando desperté tras la cirugía tenía a mucha gente pendiente de mí, había perdido mucha sangre en la cirugía, creían que podía haber quedado con secuelas y me pedían que moviera las piernas.

La vida de mi familia también se vio afectada, mi mamá se tuvo que venir a Santiago con mi hermana, y mi papá viajaba todos los viernes después del trabajo directo a la clínica.

Tras la primera cirugía vinieron otras 24. De esas, cinco fueron a cerebro abierto. En una de ellas me pusieron unas mallas en las venas de la cabeza, pero como no funcionaron tuve que estar seis meses sin moverme. Sentía mucho cansancio, quería hacer cosas pero estaba cansada de estar enferma. Además, como estuve inmóvil, tuve que asistir al kinesiólgo.

En total, si cuento todo el tiempo que he pasado internada en mi vida, suman cerca de seis años, la mayoría en plazos de seis u ocho meses. Me daban de alta unos días, pero siempre volvía porque empeoraba o seguía con dolor. Las veces que pude ir a Rancagua me di cuenta de que era otra, que había cambiado y ya no quería jugar al pillarse o con muñecas. Compartir tanto con adultos me hizo madurar mucho antes. Como cuando llegué a la clínica tenía 10 años y para mis amigos del colegio era complicado visitarme desde Rancagua. Tenían que venir con sus mamás los fines de semana y cada vez se complicaba más. Me aburría mucho. Veía series, estaba en redes sociales o conversaba con las mamás de otros pacientes. Al final las personas que estaban hospitalizadas se transformaron en mis amigos. Los pacientes de oncología lo son hasta hoy, bueno, los que pudieron sobrevivir. Creo que ese fue el principal dolor que sufrí, ver a mis amigos morir. Recuerdo que en una semana murieron tres. Yo siempre pensé que me iba a mejorar en algún minuto, que tenía opciones de diversos tratamientos, que existía una posibilidad, pero ellos no.

También hice amigos en el colegio Construyendo Sueños, que está al interior de la clínica al que empecé a ir para no atrasarme en mi educación y donde cursé hasta segundo medio, hasta que en 2012 me hicieron mi última cirugía de cerebro. Esa vez me sacaron un trozo del cráneo para hacer espacio para el líquido. Ya no era chica, tenía 15 años, y me daba perfectamente cuenta de lo que estaba viviendo y de que el riesgo era alto. Además, estaba internada en la UTI de adultos y todos mis compañeros estaban tristes por mi operación. Hasta se tomaron fotos conmigo y me fueron a dejar al pabellón. Pero la operación resultó bien.

Ya llevo cuatro años de alta, tengo dos válvulas, aunque sólo una de ellas funciona y está conectada desde los ventrículos cerebrales al peritoneo y permiten que bote el líquido extra que produzco a través de la orina. Gracias a eso he logrado retomar mi vida normalmente. Las únicas indicaciones que tengo son cuidarme de contraer infecciones, evitar los deportes con pelotas porque no me puedo pegar en mi cabeza e ir a chequearme si sufro de algún dolor de cabeza. Terminé la enseñanza media y estoy en segundo año de educación diferencial en la Universidad Silva Henríquez.

A veces me preguntan qué siento por haberme perdido parte de la niñez y el paso a la adolescencia. Hace dos años respondía que rabia, pero hoy creo que todo lo sucedido es un regalo. A veces miro a mis compañeras de universidad sufrir porque se sacaron un rojo y yo creo que no es tan terrible, hay cosas mucho peores que una nota. Entonces tengo una visión de la vida distinta a la de los demás, tanto, que le he preguntado a mi mamá si no soy yo la que está mal. Ella siempre me dice que no, que sólo son historias distintas a la mía.

Como soy matea, quise poner en práctica lo que he aprendido y colaboro en el colegio de la clínica. Los que antes eran mis profesores hoy son mis pares y algunos de los compañeros, mis alumnos. Cuando las mamás de los pacientes me ven trabajando en clases me dicen que sienten una luz de esperanza porque si yo pude, sus hijos también van a poder.

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Colegio Construyendo Suenos

Isabella López, en el colegio de la Clínica Dávila.

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