Islas flotantes del Titicaca: El mundo de totora de los uros

<font face="tahoma, arial, helvetica, sans-serif"><span style="font-size: 12px;">Perú y Bolivia comparten el lago más alto del mundo. Si bien ambos lados de la frontera ofrecen paisajes inigualables, el Titicaca peruano puede vanagloriarse de tener las Islas Flotantes. Un verdadero archipiélago hecho de totora.</span></font>




"Si son islas flotantes, ¿cómo hacen para que no se muevan?". La pregunta venía de cajón. Pero a nadie del grupo se le había ocurrido, hasta que un turista brasileño levantó la mano para hacer el cuestionamiento de rigor, en la breve charla introductoria que los lugareños dan a cada bote que arriba a estas islas artificiales.

La respuesta es tan simple como curiosa y está a cargo de Valerio, nuestro anfitrión.

Luego de hacer cada una de las islas, sus residentes echan un ancla a las profundidades del lago. De esta manera, como un barco amarrado a un puerto, se aseguran de que las islas flotantes no amanezcan en algún otro punto de este inmenso lago altiplánico y permanezcan aquí, a 35 minutos en lancha de la ciudad de Puno, considerada la capital folclórica de Perú, principal urbe del Titicaca peruano y, a su vez, punto estratégico en el peregrinar de miles de turistas que vienen y van entre Cusco y La Paz.

Es por ello que cada mañana del año, su muelle se ve invadido de cientos de visitantes que, haciendo una pausa en su ruta, deciden embarcarse para conocer el particular modo de vida de los uros, cuyo nombre significa "hijos del amanecer". Un nombre que tiene un origen despectivo por parte de los incas, quienes los bautizaron así al verlos salir en balsas de madrugada, aunque en realidad ellos se hacen llamar kjotsuñi, que quiere decir "hombres lacustres".

Sea como fuere, los uros son una etnia altiplánica profundamente ligada al Titicaca y también uno de los pueblos indígenas más particulares y remotos de toda América. Más antiguos que los incas, quechuas y aymarás, aunque hoy dada su cercanía, se han influenciado por estos pueblos -como por ejemplo el idioma aymará-, pese a continuar manteniendo sus ancestrales tradiciones.

TOTORA A LA VISTA
El paseo en lancha dura tres horas, navegando a 3.200 metros de altura. La zona está inserta en la Reserva Nacional del Titicaca y aquí, sobre una colina se levanta el Hotel Libertador, un cinco estrellas que da paso a una zona repleta de vastos humedales de totora, donde se dejan ver y oír algunas de las 70 especies de aves que cobija este lago.

Aun con la ciudad de Puno a la vista, entre estos pantanos, aparecen los uros, quienes saludan desde distintas islas el paso de la lancha. La artesanía es una de las principales actividades locales, por lo que un buen gancho para ellos es acoger amablemente a los visitantes, los que a su vez aprovechan esta buena disposición para fotografiar sin problemas a las siempre reticentes cholitas.

Pero son las islas las que concentran la atención de fotógrafos. Donde se pone la mirada, es posible captar la hermosa combinación del azulado Titicaca con este archipiélago verde intenso, producto de las cañas de totora. Aquí, todo está construido con este junco acuático.

Es un auténtico mundo construido de totora, que se hace sentir al dar el primer paso: un suelo blando como una cama de agua que, incluso, si se llega a pisar fuerte en algunas partes, afloran las aguas dulzonas del lago.

Una charla explicativa es una buena manera de ponerse en contacto con esta inusual forma de vida que llevan 200 uros -unas 50 familias-, que se juntan para construir islas colectivas, mientras otros deciden levantar la suya propia.

En la actualidad se contabilizan 60 islas. Cada una tiene nombre, la que estamos pisando se llama Porvenir y es una de las más turísticas del archipiélago. Cada isla cuenta, también, con un presidente. En este caso, Valerio, quien nos dice que aunque en los últimos años las islas han tenido un crecimiento considerable, su historia se remonta hace ya 70 años.

En todo este tiempo se ha mantenido el mismo sistema para construirlas. Se parte cortando la totora en los humedales, luego con sus raíces se arman bloques de 15 centímetros, los que se unen con estacas y cuerdas conformando un bloque inmenso que da origen a la isla.

Y si antes se pensaba que éstas flotaban mágicamente por una bendición divina, hoy se sabe que lo hacen por los gases que producen las totoras, que al entrar en descomposición, quedan atrapados en la maraña de raíces. Sobre estos trozos se agregan capas de totora seca, hasta lograr un nivel de dos metros de espesor. Este trabajo de capas se debe repetir cada dos años como modo de mantenimiento, ya que al año las islas se hunden casi medio metro.

VIDA FLOTANTE
Una de las tradiciones y actividades que los uros han sabido mantener son los trabajos textiles y artesanales. Finos y coloridos tapices, calabazas talladas y, obviamente, trabajos en totora se ofrecen a los turistas en una improvisada feria.

Otros visitantes aprovechan de subir hasta lo alto de una torre -hecha de totora, lógicamente (foto superior derecha)-, desde donde se obtiene una vista estratégica de la pequeña y cerrada bahía que han ido formando las sucesivas islas hechas a mano. La habilidad constructora de los uros no se limita sólo a crear islas, también se deja ver en sus distintos tipos de viviendas o utas. Casas, un restaurante, tiendas de artesanía, un hostal, dos escuelas básicas e, incluso, una posta son enteramente de totora.

La modernidad tiene cabida: paneles solares funcionan como generadores de energía eléctrica en algunos de ellos.

Desde este mirador, es posible observar otra tradición ancestral de este pueblo: la construcción de balsas de totora. Las mismas que navegan sin prisas por el Titicaca, reflejando su profundo vínculo con el lago, donde cazan aquellas mismas aves que se pueden observar en los humedales y pescan truchas, pejerreyes y carachis.

Las balsas funcionan como taxis, transporte escolar y también se han abierto al turismo. Pagando unos $ 500 extras, es posible subirse a la emblemática balsa de totora del Titicaca. Una de dos pisos, especialmente refaccionada para que los turistas naveguen durante 15 minutos hasta Q` Anan Pacha, la isla capital del archipiélago, donde se encuentra el hostal ($ 2.000 p.p.), el restaurante donde destaca el ceviche y la trucha ($ 1.500), un almacén y tiendas artesanales por montones con más productos típicos.

Luego de dos horas de tour por las islas flotantes, la lancha navega de vuelta hacia Puno, mientras su principal atractivo turístico vuelve a esconderse entre totoras, para continuar con la simple y particular forma de vida que desde tiempos remotos ha llevado en la cima de Sudamérica.

GUIA
COMO LLEGAR:
Puno se ubica a 376 km de Arica. Vía terrestre se debe tomar la carretera 1 S, que sale de Tacna hacia el norte, pasar por el pueblo de Moquegua y luego empalmar con la carretera 36 B.

De todos modos existe un modo aún más corto de llegar, que es vía La Paz. La capital de Bolivia se conecta con Puno tras 297 km de viaje, por la carretera que bordea el Titicaca, cruza la ciudad de Copacabana y se detiene en el pueblo-frontera de Desaguadero.

LANCHAS A LA ISLA:
Inka Tours: Terminal de buses de Puno. Jr. Primero de Mayo 703. Oficina 156.
Tel. (51) 951522376. inkaadventure@hotmail.com. Salidas todos los días a las 9.00. $ 2.500, incluye guía y tickets de ingreso a las islas.

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