Hubo una vida en que todo parecía distinto. Iván López Bilbao (27), el atleta chileno más cuestionado en 2016 por ser descubierto dopándose justo durante los meses en que luchaba por la clasificación a los Juegos Olímpicos de Río, define esa vida como una burbuja. "Yo veía el deporte como un todo, como mi mundo. Creía ser de un barrio, de la comuna La Pintana, pero en realidad no conocía nada. Se podría decir que recién ahora entiendo la vida un poco". Ha pasado un año de caos. De ser detectado con EPO del tipo CERA, que es más eficaz y deja menos residuos. De los enjuiciamientos. De querer ser el mejor, cueste lo que cueste. De las críticas de muchos camaradas en redes sociales. De transformarse en la oveja negra del atletismo nacional. De soñar con finales olímpicas y medallas mundiales. De hacer trampa.
Mañana se cumple un año del golpe más fuerte que recibió en los últimos tiempos. Y es extraño, porque aunque reconoce que éste "ha sido un año de mierda", parece feliz, liberado, como si se hubiera sacado un gran peso de encima. Es paradójico, pero la mejor época deportiva de López se desarrolló a la par con su peor época personal. Mientras batía los récords históricos en el mediofondo chileno, se colgaba oros en todos los campeonatos a los que se presentaba y se proyectaba como el atleta que tanto luchó por intentar ser, su mundo se desmoronaba en pedazos. Esos recuerdos aún lo atormentan, pues le sacudieron el mundo. Se lo dieron vuelta.
"Yo no buscaba ser campeón nacional ni sudamericano. Hago atletismo desde los nueve años, ya me olvidé de todas las veces que he sido campeón nacional. Yo no me entrenaba pensando en eso, yo quería ser medallista olímpico, ganar campeonatos mundiales, ésos eran mis objetivos", confiesa López, que por primera vez se abre a hablar en profundidad del tema que marcará esta década en el deporte chileno. Continúa: "Para llegar a disputar finales tenía que luchar con las mismas armas que el resto de mis rivales y esas armas son el doping".
Es un jueves frío de mayo y llueve en la capital. Iván camina por la pista atlética del estadio de su comuna, que a principios del año pasado estuvo a punto de ser rebautizado con su nombre. Como tantas veces, repasa el momento en que su carrera se frenó en seco. "Siempre pienso en eso, pude haber corrido dos días después y no me hubiesen encontrado nada". Pero la Comisión Nacional del Control del Dopaje (CNCD) tenía demasiadas denuncias como para dejarlo tranquilo. López dice que incluso llegaron a llamar a sus ex pololas para consultar por actitudes anormales, como marcas de aguja en el cuerpo o posesión de medicamentos prohibidos, amenazándolas, incluso, que de no colaborar estarían obstruyendo el trabajo del Estado. Fue el 26 de febrero del año pasado, en la carrera de los 1.500 metros del Torneo Internacional Indoor de Villa de Madrid, el día en que la burbuja se reventó.
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Hace dos meses y medio, Iván López apareció en TVN contando sobre su nueva vida, ahora transformado en chofer de Uber. La entrevista dura cinco minutos y en ella luce diferente, mucho más robusto que cuando corría. "En ese momento no entrenaba nada, estaba gordo", reconoce. Ahora pesa 71 kilos, seis más que cuando competía. Y es que encontrar una motivación es difícil para un atleta acostumbrado a ganar, pero que no podrá hacerlo oficialmente durante los próximos tres años. Las motivaciones de Iván hoy son diferentes, se dividen entre la mensualidad de la universidad -pues desde este año cursa la carrera de Técnico en Metodología Deportiva en el instituto AIEP-, cubrir los gastos de su hijo y dar un sustento a su hogar, en el que vive junto a su madre y tres hermanas menores.
Fuera de la burbuja, lejos del alto rendimiento, no todo es tan sencillo. Y la realidad golpea a cualquiera. A Iván lo asaltaron trabajando en Uber. Recuerda que fue en el paradero 30 de Santa Rosa, en la noche, la misma fecha en que su rostro aparecía en todo el país. Fueron momentos de angustia extrema: "Estaba esperando al pasajero, que fue a buscar dinero para pagarme el viaje. En eso llega otro auto, me acorrala, se baja un tipo y me encañona. Me pide todo lo que tenga. Yo se lo doy, le pido que por favor no me mate. Fue tan rápido y tuve tanta suerte, porque no se llevaron mi auto, ni siquiera el celular, que se me cayó al piso por los nervios".
Esa experiencia límite es sólo el último antecedente en la época más negra del atleta. Porque antes debió cargar con mucho más, en un historial que desde 2015 lo achaca ferozmente. Primero fue el suicidio de una tía, que a mediados de ese año tomó la decisión a semanas de dar a luz. "Fue triste, horrible. Ella vivía con nosotros, en nuestra casa y decidió ahorcarse". Ése fue el primer garrotazo en la consciencia del fondista. Pero vinieron varios más.
La pena que provocó la abrupta muerte de su hija, hizo que el abuelo de López entrara en un cuadro depresivo severo, el que finalmente lo llevó a la muerte por inanición a comienzos del año pasado, justo la fecha en que viajó junto a su entrenador, Diego Sepúlveda, y su compañero, Mauricio Valdivia, a unirse a grupos de élite en España para mejorar sus rendimientos y buscar las marcas que Río exigía para clasificar en los 1.500 y 3.000 metros planos. "Recuerdo verlo llorar mucho ese viaje a Barcelona en el avión. Iván no se fue bien en esa fecha. Y bueno, después de eso pasó todo lo que pasó…", comenta Sepúlveda, ex coach de la selección nacional de fondo y mediofondo, ahora dedicado a la Dirección de Deportes de la Municipalidad de La Pintana. Según los atletas sancionados y él mismo, nunca tuvo idea del entramado de dopajes que desarrollaron sus alumnos.
Quizás el golpe más duro de López fue el encarcelamiento de su padre, a finales del año pasado, por haber abusado sexualmente de su hijastra. Iván se niega a creer en que su progenitor pueda ser culpable de una acción así. "Tengo tres hermanas, y mi papá con su otra mujer también tienen hijas en común. Nunca se había dicho algo así de mi papá. Pienso que lo culpan por un tema de plata, porque a mi papá le iba bien en su trabajo y tenía otra mujer". Por tiempo y por falta de dinero, López no ha visitado a su padre en la cárcel desde hace varios meses. Todo esto ocurría mientras su mamá, doña Gloria, resistía los dolores de la artrosis que le afecta desde hace un tiempo.
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14 de marzo de 2014. Final de los 1.500 metros en los Juegos Suramericanos de Santiago. La cabellera de Iván López luce un decolorado casi albino. Confía en que esta tarde hará historia y no quiso pasar desapercibido. Se prepara a correr y tras el disparo se lanza sobre el reluciente y recién instalado rekortán del Estadio Nacional, liderando en punta el trayecto desde la segunda vuelta. Parece imparable y en su cabeza pasa una micropelícula con su vida diseccionada por capítulos: todos los esfuerzos que ha hecho hasta este momento tienen que ver con lo que ocurre en la pista, por eso se concentra en ganar. Sólo ganar. Tres minutos y 42 segundos demoró en dar las tres vueltas a la pista, pero fue superado por el argentino Federico Bruno en los 300 metros finales. El trasandino lo dejó con la plata, sin poder defender el oro que había conseguido en los Juegos de Medellín, cuatro años atrás. Ése fue el momento en que López comenzó a analizar seriamente el someterse a un tratamiento ilícito.
Tres meses más tarde, el 21 de junio, en Amiens, Francia, corrió en su mejor tiempo histórico la distancia, 10 segundos más veloz que la última vez, borrando de paso la plusmarca chilena que desde 1990 pertenecía a Pablo Squella, su formador. Celebró ese nuevo triunfo, lo tranquilizó saber a qué nivel estaba corriendo, aunque el fantasma del dopaje ya le perseguía, pero en silencio.
Desde ese instante, el niño prodigio del fondismo chileno vivió de cerca el alto rendimiento a nivel mundial y en su aventura descubrió la cara más despreciable del deporte, en la que, según Iván, el dopaje se acepta al mismo nivel que la rutina de entrenamientos o el plan de alimentación. "A medida que pasaba el tiempo, yo me iba dando cuenta de cómo funcionaba en realidad todo esto. Muchos de los que me critican hablan desde la ignorancia, porque ellos nunca se han enfrentado al nivel al que me enfrenté yo, o han intentado siquiera apuntar donde yo apuntaba. Sé que suena desalentador, pero es así: las medallas olímpicas no se pueden conseguir sin dopaje, es imposible y me di cuenta de eso entrenando con los mejores".
2015 debía ser el año de López. Pese al promisorio arranque que prometía por sus marcas en el año anterior, donde además se quedó con récord nacional en los 3.000 metros, fijándolo en 7 minutos y 52.53 segundos, fue malísimo. Un fiasco. El hambre por medallas en los Panamericanos de Toronto y la clasificación a los Mundiales de Atletismo de Londres estaban fijados como las metas en su hoja de ruta para ese año. Pero una lesión por estrés en una tibia terminó sacándolo de todas las competencias, obligándolo a tomar una pausa y a replantearse, ahora, su participación en los Juegos Olímpicos de Río.
Fue en Canadá donde el atletismo chileno sufrió el primer desaire, con el positivo de Christopher Guajardo por EPO, sustancia similar a la que sería descubierta más tarde en López y Valenzuela. Fue en una muestra tomada antes de correr el maratón en los Juegos Panamericanos la que terminó de hundirlo. En ese momento, la CNCD recién trabajaba en una investigación contra López y los dirigidos de Sepúlveda, por lo que en enero de ese año interrogaron formalmente a Guajardo, quien contó todo lo que sabía para buscar que le rebajaran la condena. Iván era uno de los atletas que se dopaban, lo hacía a espaldas de todos para poder inscribir su nombre entre las glorias del deporte nacional. Nadie sabe ciertamente el paradero de Guajardo, aunque muchos dicen que está viviendo en Estados Unidos.
"Iván es un chico muy competitivo y se mataba en cada entrenamiento. Trabajamos juntos hasta 2015 y la verdad es que nunca presentó alguna inquietud respecto al tema, aunque tampoco es algo que se ande contando", dice Alexi Ponce, sicólogo del hotel del Centro de Alto Rendimiento, donde López vivió desde 2010 hasta el año pasado. El atleta confiesa: "Fue una decisión que tomé yo. Quizás sin medir lo que podría pasar, pero me tenía tanta confianza en mis capacidades, que ya quería dar el paso. Yo no pensaba en usar esto para ser campeón nacional o sudamericano, porque eso ya lo había conseguido muchas veces. Pensaba en medallas mundiales, olímpicas, ésos eran mis objetivos y por eso es que decidí hacerlo".
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Es la pista atlética del estadio Municipal de La Pintana el frío de mayo espanta a cualquiera. Pero no ahuyenta a las decenas de corredores que llegan a entrenar al recinto de avenida México. Iván se pasea con comodidad, como dueño del feudo y todos lo saludan con respeto. Para todos es el profesor Iván, no el atleta que se dopó, pero sí el que impulsó el deporte en una de las comunas más estigmatizadas del país. Desde finales del año pasado se incluyó al plusmarquista nacional como formador de los más chicos, los que recién comienzan a enterarse de lo que es una pista de atletismo. Iván se ve feliz, después de todo, está en su hábitat.
"Es fuerte todo lo que me ha pasado, pero he aprendido muchas cosas también. Sé que me han ocurrido cosas feas, cometí muchos errores en mi vida, pero siento que ahora puedo disfrutar de algunas cosas de las que antes no podía". López se refiere al reencantamiento de la relación que tiene con su hijo, Martín, un pequeño de cinco años de melena larga y piernas delgadas que corre como él lo hacía, según aparece en su portada de Facebook. "Antes lo veía, pero casi ni estaba con él. Mi vida se la entregué desde los nueve años al atletismo y me desprendí de todo lo otro. Ahora, puedo ver todo lo que también perdí por eso y es rico estar con mi hijo todos los días, pasarlo a ver y disfrutarlo".
Pese al horror que vive por la decisión que tomó y que lo llevó al exilio deportivo, parece tranquilo. Hace dos meses que comenzó a entrenar, pensando que en 2020, para los Juegos Olímpicos de Tokio, podrá lograr la marca para clasificar a sus pruebas favoritas y al fin dejar un paso atrás. "Trato de entrenar cinco veces a la semana, pero es difícil mantenerse cuando no hay algo por qué competir".
"Fue un error y lo asumí. Ya no me queda nada más que esperar". Pese a todo López sigue refugiándose en el deporte.