Su vida fue complicada casi desde el inicio. Hasta su nombre fue un paso en falso. Dice la historia familiar que una tía sugirió Orenthal, que supuestamente era el de un actor francés de la década del 40… pero no hay registros de un artista con tan particular prénom durante aquellos años, tan duros para el país de Bloy, Pétain y De Gaulle.
Tal vez por eso todos optaron por llamarlo O. J., considerando además que es habitual que los estadounidenses utilicen las iniciales en lugar de los nombres. La J, de cualquier modo, no era sorpresa: simplemente James.
Con el tiempo O.J. Simpson se convertiría en uno de los deportistas y rostros más populares del país más rico y poderoso del mundo, no sin antes pasar por una infancia compleja, que incluyó raquitismo y aparatos ortopédicos, al mejor estilo del personaje Forrest Gump.
Ya en la educación secundaria comenzó a destacar como jugador de fútbol americano, donde brilló tanto como running back y defensive back, dos funciones en que la velocidad y la agilidad son vitales características que Simpson poseía de sobra.
La historia al éxito fue rápida, sin pausas y sin titubeos. Pasó de su colegio en San Francisco a la Universidad del Sur de California, para convertirse plenamente en profesional en Buffalo Bills (nueve temporadas) y San Francisco 49ers (dos temporadas).
Tan extraordinario fue su rendimiento, además de un indesmentible carisma, que fue incluido en el Salón de la Fama de la NFL en 1985, apenas se cumplió el plazo mínimo que se exige para tal honor.
Se convirtió en uno de los deportistas más ricos del mundo, pues fue rostro de Chevrolet, la cadena de televisión ABC, Hertz, Pioneer Chicken, entre otras compañías.
Todo este esplendor, sin embargo, se vio opacado por dos rupturas matrimoniales. De su primera relación nacieron Arnelle (1968), Jason (1970) y Aaren (1977), quien murió a los dos años ahogado en la piscina familiar.
Luego de separarse de su primera esposa, Margareth Whitley, con la que estuvo casado 12 años (hasta 1979), hizo pública su relación con Nicole Brown, que se había iniciado dos años antes. En 1985 contrajeron matrimonio y ella se convirtió en el centro de su vida, para bien y para mal. Tuvieron dos hijos, Sydney (1985) y Justin (1988).
Siete años después (1992) llegó un nuevo divorcio, que incluiría discusiones y enfrentamientos judiciales por la custodia de los niños, además de las clásicas divergencias de índole financiero.
El 12 de junio de 1994 la situación tendría el giro más dramático de todos, cuando Brown fue asesinada junto a su amigo Ron Goldman, todo apuntó a Simpson; pruebas circunstanciales y materiales, pero no las suficientes para que el juicio concluyera con un fallo de culpabilidad. El proceso estuvo teñido por la espectacular huida del deportista cuando iba a ser arrestado -cinco días después de los homicidios-, en una persecución por una autopista que obligó incluso a suspender las transmisiones de las finales de la NBA.
El día en que el jurado dio el veredicto de not guilty (no culpable), más de 100 millones de estadounidenses estaban pegados a sus televisores.
Hubo acusaciones de amaño del jurado, que fue objeto de 10 miembros recusados por parte de la defensa; al final, de 12 integrantes, nueve fueron afroamericanos, lo que, para gran parte de la prensa y la mayoría de la opinión pública, determinó un grado de indulgencia improcedente para la situación.
Un juicio civil posterior, iniciado por la familia de Goldman, sí adjudicó responsabilidad a O.J. en las muertes y sentenció al exfutbolista al pago de 33,5 millones de dólares de indemnización a los deudos del malogrado camarero y frustrado aspirante a modelo.
Los problemas de la megaestrella, sin embargo, comenzaron a agudizarse, pues perdió todos los auspicios que le permitían mantener un altísimo estándar de vida. Para colmo, el juez de la causa civil determinó que gran parte de sus ingresos serían confiscados para pagar la totalidad de las indemnizaciones. Sólo la pensión que le otorgaba la NFL como jugador estaba a salvo debido a un tecnicismo.
Los problemas con la justicia, sin embargo, continuaron: gastó mucho del dinero que le restaba en luchar por la custodia de los hijos de su matrimonio con Brown, enfrentó cargos por una pelea callejera y fue investigado por tráfico de drogas, además de cargos tan impensables para su historia como colgarse del TV cable o circular en lancha, a exceso de velocidad, en una zona de manatíes.
La pérdida de la libertad, sin embargo, llegaría por una situación gravísima, al ser detenido por un asalto en septiembre de 2007 en un hotel de Las Vegas. Fue acusado de conspiración criminal, secuestro, asalto, robo y uso de arma mortal. El proceso tardó más de un año e incluyó la delación compensada de algunos de los cómplices de Simpson, quienes le adjudicaron gran parte del protagonismo en la situación.
Por eso, fue sentenciado a un total de 33 años de prisión como máximo y nueve como mínimo, los que se cumplirán en octubre próximo. El jueves, un comité de cuatro comisionados de libertad condicional analizó su caso y escuchó su presentación, en la que O.J. se mostró sonriente, relajado, pero con una gran dosis de humildad.
"Lamento cómo sucedieron las cosas. Pido disculpas. No tenía intención alguna de cometer un delito", fueron las palabras del ex jugador de San Francisco 49ers ante la junta de Carson City, en Nevada. Estuvo acompañado por su abogado Malcolm LaVergne.
Los cuatro integrantes de la audiencia votaron por la liberación del afamado convicto, después de una media hora de deliberaciones. Citaron la ausencia de una condena previa, el bajo riesgo de que vuelva a cometer otro delito, el respaldo de la comunidad y sus planes una vez que sea liberado, que incluyen mudarse a Florida. "Gracias, gracias, gracias", dijo el beneficiado, quien cumplió 70 años el pasado domingo 9.
"Estoy en un momento de mi vida en el cual quisiera transcurrir la mayor parte de mi tiempo con mis hijos y mis amigos", afirmó.
"Viví una vida prácticamente sin conflictos. Nunca fui acusado de haber apuntado una pistola contra alguien", dijo levantando polémica, pues había sido señalado como el asesino de su ex mujer y el amigo de ella.
Su hija mayor Arnette Simpson (48 años y presente en la sala) reforzó el pedido de libertad condicional.
"Sólo queremos que vuelva a casa. No es perfecto, pero merece una segunda oportunidad", declaró ante la comisión que evaluó la petición exitosa, pero que nuevamente levanta la polémica respecto a la igualdad de las personas ante la ley, máxima que rara vez se cumple en la mayoría de los países.