Hace tres años estuvo a no mucha distancia de aquí, el teatro La Cúpula del parque O'Higgins, debutando en uno de los escenarios alternativos de Lollapalooza. En esos días, con apenas dos álbumes, el británico Jake Bugg representaba el rostro y el sonido de lo que se suponía era una especie de renovación del rock inglés, dispuesto a bucear en referentes prácticamente ignotos para el público, como el caso de los pioneros The Everly brothers, y guiños a los primeros días de Bob Dylan antes de caer poseso de una guitarra eléctrica. De voz nasal notoria y cara de niño con mirada severa, Jake Bugg se llevaba premios, elogios y la atención de figuras del negocio musical a escala global como Rick Rubin, a cargo de la producción de su segundo título Shangri-La (2013). Jake Bugg tiene ahora 23 años, un nuevo y vapuleado disco -One my one (2016)-, y su actitud denota un prematuro envejecimiento artístico.
[caption id="attachment_786354" align="alignnone" width="840"] Foto: Reinaldo Ubilla.[/caption]
La noche del martes no repletó la sala con capacidad para un millar de espectadores en el céntrico parque capitalino, y evidenció por qué su nombre dejó de ser interesante con tan poco recorrido. Bugg arrancó la noche solo en el escenario con cuatro temas acústicos incluyendo el corte que da título al nuevo trabajo y otra de las nuevas, The love we're hoping for, con tibieza abrumadora. A pesar de uno que otro grito destemplado de sus seguidores millenials con ligera predominancia femenina, la partida no pudo ser más soporífera. Luego se sumó una banda discreta en extremo para agregar algo de voltios en las restantes canciones donde Bugg se pasó de la guitarra acústica a la eléctrica. El músico no se despegó de su sitio frente al micrófono y el arsenal de pedales, e interpretó su material con las ganas de quien timbra un alto de formularios. No se despeinó al momento de ejecutar solos en las seis cuerdas, y tampoco buscó reacciones en el público, limitado a aplaudir con cortesía sus piezas y demostrar algo parecido al entusiasmo en escasos cortes como Trouble town.
[caption id="attachment_786355" align="alignnone" width="840"] Foto: Reinaldo Ubilla.[/caption]
Para ser una figura tan joven y promisoria, Jake Bugg actúa en directo como si fuera un veterano que viene de vuelta, cuando no cuenta con historial ni canciones capaces de sostener esa posición por lo demás curiosa dada la breve biografía, y el notorio desencanto frente a su último material de dispersas intenciones, que en directo jamás adquiere nuevos contornos. El cantante y guitarrista finalmente resulta paradigmático de una generación melómana aún esperanzada en el viejo rock y que está en serios problemas para encontrar héroes a la altura.