Cual cantante popular, el tenor Javier Camarena produjo un gran fervor en su retorno a Chile. Tras haber debutado hace dos años en el Teatro del Lago, el mexicano actuó el miércoles en CorpArtes cautivando a una sala que terminó de pie ovacionándolo y pidiendo más y más.

Era imposible no caer rendidos ante una voz expresiva, un canto de corazón y un festival de sobreagudos. Pero también ante la simpatía y naturalidad que despliega en el escenario, donde conversa con el público, se ríe y bromea e, incluso, termina sacándose selfies desde el proscenio con algún asistente.

Con un programa dedicado al amor y el desamor, el tenor lírico-ligero se apostó en un recital que, junto al pianista Angel Rodríguez, fue una seguidilla de lieder, arias y canciones, en el que, cosa que no sucede con frecuencia, no tuvo intermedios musicales exclusivos del piano. Fue ocasión pura de gozar con las cualidades vocales de Camarena, de sus sonoros y férreos sobreagudos; de sus expresiva, cálida y conmovedora voz, y de su facilidad para transitar del forte al pianissimo.

Tras atacar con una íntima interpretación de los Tres Lieder Op. 83 de Beethoven (con textos de Goethe), se sumió en los Tres sonetos de Petrarca, de Liszt, que el poeta italiano del siglo XIV escribiera platónicamente a Laura y que el compositor austro-húngaro revistiera de sobriedad expresiva y riqueza melódica. Camarena se paseó por este trío con alegría, tristeza, suave melancolía y exultantes momentos.

Luego dio paso a la ópera, el género que le ha dado su actual fama, y en el que se le siente confiado a la hora de transmitir emociones y vivir cada palabra y, por sobre todo, lucir sus imponentes sobreagudos. Cantó con ternura Dies Bildnis (La flauta mágica de Mozart) y tuvo su momento más álgido con A te, o cara (I Puritani de Bellini), que interpretó con pasión, buenos fraseos y legati, y dio cuenta de la sublime melodía belliniana. Con impecable lirismo afrontó Languir per una bella (La italiana en Argel de Rossini) y Tombe degli avi miei (Lucia di Lammermoor de Donizetti), para finalizar con su caballito de batalla, Ah! Mes amis (la hija del regimiento de Donizetti) que le permitió nuevamente brillar con sus nueve Do de pecho y que, por supuesto, dejó a la audiencia enardecida.

Con ello, los encore se extendieron a cinco: un emotivo Pourquoi me reveiller (Werther de Massenet) que, según dijo el propio Camarena, no cantaba desde hace 15 años; Te quiero morena, de El trust de los tenorios, de José Serrano; Júrame (que le fue pedida por el público), de María Grever ; nuestra tradicional Yo vendo unos ojos negros (precedido por un ¡Viva Chile! que emitió el tenor y en la que hizo cantar a los espectadores), y Despedida, también de Grever.

Así, Javier Camarena, regresó a Chile, volvió a encandilar al público y dejó claro el por qué hoy es uno de los tenores más solicitados en los escenarios internacionales.