Con Soldados de Salamina, Javier Cercas descubrió un par de cosas. Descubrió que su vida literaria no estaba arruinada como temía, sino todo lo contrario: después de su tres primeras novelas, de éxito más bien esquivo, el relato en torno a un miliciano que le perdona la vida a un poeta franquista en la Guerra Civil Española fue un fenómeno de crítica y lectores. Recibió premios en España, Italia y el Reino Unido, y abrió una nueva etapa en su obra. Con ella Cercas descubrió y comprobó algo más: el enorme peso del pasado; cómo el pasado no es un país extraño ni está muerto, sino que vive entre nosotros.

Abrazado a esa idea como a un arma, Cercas se aproximó luego al 23-F, el intento de golpe de Estado en España de 1981, y lo narró desde múltiples puntos de vista en Anatomía de un instante (2009). También a la historia de Enric Marco, un presunto sobreviviente de los campos de concentración nazis, en El impostor (2014).

Ahora, 16 años después de la publicación de Soldados de Salamina, el escritor regresa a la Guerra Civil Española. En febrero próximo sale a la venta su próxima novela,

El monarca de las sombras, y en ella vuelve a investigar el pasado para iluminar el presente: persigue la historia de Manuel Mena, tío de su madre, y quien luchó del lado de las tropas franquistas y murió en combate a los 19 años.

Invitado al Festival Puerto de Ideas de Valparaíso, que se inauguró anoche, Cercas participará hoy de una conversación con Jorge Edwards, a las 12.30, en el Parque Cultural de la ciudad (ver recuadro). Su visita coincide con la publicación de Formas de ocultarse, volumen de crónicas, conferencias y ensayos editado por la UDP, donde escribe de sus lecturas y afinidades literarias, desde Borges a Vargas Llosa y Bolaño, así como de política y en ocasiones de su vida personal.

¿Cómo nació la historia de El monarca de las sombras?

No nació: me la nacieron. Quiero decir que el punto de partida es una historia familiar, la historia de un tío de mi madre que se alistó con 17 años en el ejército de Franco y murió con 19 en la batalla del Ebro, la batalla decisiva de la guerra civil y la mayor batalla de la historia de España. Este chaval vivía con mi madre, que era una niña de siete años cuando murió y que, claro, lo consideraba un héroe. Esa historia me persigue desde mucho antes de que yo quisiera ser escritor: es una historia que siempre me rondó, que siempre sentí que tarde o temprano tendría que escribir. Ahora le llegó su momento. Por lo demás, debo decir que esta no es una novela histórica -un género que no me interesa mucho y que no practico-, una novela sobre el pasado; como otras novelas mías, es una novela sobre la relación entre el pasado y el presente, sobre cómo el pasado determina el presente, y viceversa.

¿Escribir Soldados de Salamina, de qué manera lo predispuso para volver a abordar el tema?

Soldados de Salamina -en realidad, todas las novelas que he escrito hasta ahora, o todo lo que he escrito hasta ahora- me ha dado algunos instrumentos para escribir El monarca. De todos modos, es verdad que existe una relación entre las dos obras, que ojalá fueran al mismo tiempo muy parecidas y muy distintas: en cierto modo, yo diría que Soldados abre un interrogante que culmina en El monarca.

Suele decir que escribe para responder preguntas. ¿Qué pregunta busca responder en El monarca de las sombras?

Muchas, pero quizá sobre todo una, que tiene que ver con la relación entre la ética y la política (como muchas preguntas que suelen plantearse mis novelas): ¿por qué el tío de mi madre, que hasta donde he podido averiguar era un chaval decente y valiente, un intelectual idealista, luchó por una causa equivocada? De forma más general: ¿es posible ser un hombre moralmente decente y morir por una causa políticamente indecente? Y, si lo es, ¿por qué? La guerra civil fue un laboratorio atroz, donde esa pregunta se plantea como en pocos sitios.

¿Cambia el modo de investigar o de narrar cuando se trata de un personaje vinculado a la familia, como en este caso?

No mucho, salvo por el hecho de que he tenido que hablar con mucha gente de la familia o vinculada a la familia y al pueblecito de Extremadura donde nací y de donde procede toda mi familia. No ha sido un trabajo fácil, pero sí gratificante: después de la muerte de Manuel Mena -así es como se llama el tío mi madre y protagonista de la novela, o al menos protagonista aparente- la familia destruyó todo lo que se relacionaba con él -no querían sufrir más, decían- y yo pensé que sería imposible reconstruir su vida y su muerte, ocurrida hace casi 80 años; por suerte no ha sido así. Sea como sea, el trabajo de investigación no tiene ninguna importancia en una novela; simplemente hay que hacerlo; lo que importa es qué es lo que haces con lo que encuentras.

La Guerra Civil Española es uno de los conflictos más abordados por la narrativa, tanto española como extranjera, desde Hemingway a Ken Follet. ¿Es un tema inagotable literariamente?

No hay ningún tema agotado en literatura, ni siquiera ningún tema agotable, sencillamente porque la literatura no es cuestión de temas, sino de formas: una buena historia bien contada es una buena historia, pero una buena historia mal contada es una mala historia. Es así de simple. Y así de complejo.

Su narrativa juega con los límites entre realidad y ficción, ¿en supróximo libro extiende ese juego? ¿Qué le apasiona literariamente de la no ficción?

La ficción pura no existe: es un invento de los que no saben lo que es la ficción; más aún: si existiera la ficción pura no tendría el menor interés, porque el interés de la ficción deriva de que es impura, de que siempre se alimenta de la realidad, que es su carburante, y así convierte lo particular en universal, lo que le pasa a una persona o a un personaje en lo que nos pasa a todos. Más que la ficción y la realidad, los que dialogan o se combaten en El monarca de las sombras son la literatura y la historia, el novelista y el historiador. Quizá lo que busco en este libro -como, bien pensado, en otros- es una verdad que surja del diálogo entre la verdad de la poesía y la verdad de la historia -por decirlo en términos aristotélicos-, la verdad de la leyenda y la verdad de la historia, y que sea una verdad que las contenga ambas y que de algún modo las concilie y las supere.

En Soldados de Salamina aparece Roberto Bolaño; en El impostor, Vargas Llosa, y entiendo que ahora es David Trueba. ¿A qué responden esos "cameos"?

No son en absoluto cameos: Bolaño, Vargas Llosa y David Trueba son personas que aparecen como personajes de esas novelas y que, como tales personajes, desempeñan una función, igual que los muchos otros personajes reales que aparecen en ellas: de hecho, en las tres novelas que mencionas todos o casi todos los personajes son reales, o por lo menos llevan nombres reales. Bolaño, Vargas Llosa y Trueba son personas conocidas por los lectores, y hay otras que también lo son; pero la inmensa mayoría son desconocidas. Todo lo que aparece en una novela medianamente buena desempeña una función, y no creo que las funciones de esas tres personas convertidas en personajes sea la misma en esas tres novelas.

Bolaño y Dylan

"La literatura es lo que no suena a la literatura", dijo en una entrevista. ¿A qué apunta su idea?

A que la literatura de verdad siempre arremete contra la literatura, es decir, contra lo que en su época se considera literatura, es decir, contra la literatura canonizada y fosilizada y esterilizada, convertida en pura ornamentación. En este sentido, la literatura de verdad es siempre antiliteratura; y en consecuencia -por una vez estoy de acuerdo conmigo mismo- no suena nunca a literatura: suena a verdad.

Se acaba de publicar en Hispanoamérica El espíritu de la ciencia ficción, nueva novela póstuma de Roberto Bolaño. ¿La ha leído?

No he leído ese libro. De hecho, no he leído ningún libro póstumo de Bolaño, salvo 2666.

En el libro suyo que publica la UDP hay dos textos dedicados a Bolaño, ¿qué significó para Ud. su amistad?

Mucho. Fue un amigo leal, un interlocutor maravilloso y un apoyo permanente en momentos en que yo pasaba por una crisis profunda. El retrato que hice de él en Soldados es un reflejo del afecto que le tenía.

En el mismo libro hay una crónica del año 2000 donde afirma: "En lo esencial sigo siendo el mismo: un tipo con unas ganas tremendas de divertirse y una incapacidad espantosa para conseguirlo". ¿Sigue así?

Exactamente igual, aunque la verdad es que cuantos más años cumplo, más me divierto.

El título del conjunto es Formas de ocultarse: ¿escribir, o más bien su ejercicio de la literatura, consiste en eso?

El título procede de una frase de Nietzsche que me encanta: "Hablar mucho de uno mismo es la mejor forma de ocultarse". En los textos de ese libro -como, bien mirado, en casi todo lo que escribo- hablo mucho de mí mismo o de un tipo que se parece bastante a mí y que a veces se llama como yo; pero no lo hago para hablar de mí mismo, sino para esconderme y así poder hablar de todos. Esa es por lo menos mi ambición.

El Premio Nobel concedido a Bob Dylan provocó controversia. Mario Vargas Llosa dijo que el Nobel debe ser para escritores, no para músicos. ¿Está de acuerdo?

No. Es que, además de músico, Dylan es un poeta. Un excelente poeta.