Una fila desborda la sala donde Javier Marías (1951) firma ejemplares de su último libro, Berta Isla. El centro de Madrid acude a lo que la editora Pilar Reyes califica de "una celebración", porque el autor español nunca sabe si será capaz de escribir un renglón más cuando pone punto y final a una obra. Y eso que, a sus 65 años, acumula más de una decena de novelas, centenares de artículos, traducciones, la experiencia como miembro de la Real Academia de la Lengua y el eco de eterno aspirante a premio Nobel.
La charla se centra en esta historia de espionaje "desde el otro lado" y de su oficio como escritor, ya sea de ficción o de columnas de opinión.
A la ovación cerrada, no obstante, le acompaña un guiño al continente sudamericano: "Me encantan García Márquez, Bioy Casares o Borges, pero sobre todo Horacio Quiroga. Un verdadero genio", suelta en las únicas referencias que habrá a otros colegas de profesión porque, reconoce, apenas lee a sus contemporáneos. Sólo clásicos. Previamente, sus palabras se han dirigido al proceso de creación de Berta Isla, historia en la que subyacen los conceptos de espera y secretismo. "Siempre tenemos expectativas de que pase algo. Y eso crea cierta adicción. Decir que algo trata de la incertidumbre es decir que trata de la vida", dice el autor.
Con una narración que abarca casi tres décadas (entre 1969 y 1995) y dos personajes principales (la mujer del título y su marido, Tomás Neminson), Marías aprovecha la cita para revelar algunos de los ingredientes con los que ha compuesto las más de 500 páginas del libro. "No busco temas resultones, sino los que me inquietan", adelanta, definiéndola como "novela medio de espías, sin aventurillas". Y justifica: "Hay una persona que sabe que no va a conocer todo de la que tiene enfrente. Y es lógico, porque todos ocultamos cosas. Ahora, sin embargo, vivimos en una de las épocas más hipócritas de las que yo haya vivido. Existe una tendencia a querer ser virtuosos, impolutos. Se pide una transparencia o un saber todo que hace a la gente más estúpida, porque hasta los servicios secretos deben contar sus métodos".
La novela juega con esos límites y ambigüedades: Tomás, que ha sido reclutado por los servicios secretos, un día desaparece, y Berta no sabe nada de él.
La intimidad
"Se ha perdido el pudor o la sobriedad y ha aparecido una especia de indignación instantánea", dice Marías cada vez que se apela a los cambios actuales y, sobre todo, a la irrupción de las redes sociales (que él no maneja). "Antes había más reservas a la intimidad. Las víctimas de algo no querían reabrir heridas o mostrar la humillación. Ahora todos quieren ser mártires o parte de una minoría oprimida", alega, indicando que su condición de "hombre, europeo, blanco, heterosexual" le impide 'agarrarse' a ninguna de las reivindicaciones de otras facciones. "Me da la sensación que eso hace perder profundidad a los debates y a la información: hemos pasado del 'toda opinión es respetable' a no tolerar ninguna que contradiga la mía", afirma el columnista del diario El País.
Célebre por levantar polémicas a raíz de, por ejemplo, criticar el teatro moderno, debatir razonamientos del feminismo o cuestionar el valor de autoras consagradas, Marías se excusa sin titubeos: "No tengo ánimo de provocación. Ha habido novelistas que sí. Yo simplemente me atrevo a decir lo que pienso. Sólo por eso, estas hordas de indignados se tiran a la cabeza. Y provocan la autocensura", analiza. El autor de Mañana en la batalla piensa en mí asegura que aún sigue con ganas de decir lo que le parece "imbécil, injusto o falaz", independientemente de que sulfure a ciertos lectores.
Considera, además, que muchos de estos "airados" protestones no leen las columnas enteras. "Siempre hay que pensar que la reacción de forma violenta a una declaración se produce, quizás, porque no se tiene una opinión muy segura. Y detrás de ese edificio construido sobre unas creencias, cualquier pequeño juicio lo hace temblar", reflexiona, convencido de que lo que cada uno plasma en un papel es exclusivamente individual, subjetivo, sin mayores ambiciones moralistas.
¿Es imposible, por tanto, una sintonía entre los personajes, el escritor y el público? "Hay parámetros comunes, yo utilizo cosas que tengo a mano, detalles que se corresponden con mi entorno próximo, pero lo hago por comodidad". Sobre la llamada autoficción, expresa: "Mucha gente vio el cielo abierto para dejar de imaginar. Y ya sabemos demasiado hoy en día de los autores. En mi caso, esto es lo único que sé hacer: la escritura de ficción me organiza la vida, me pauta los días. Y no es poco: es necesario para vivir", deja en el aire frente a esa fila de seguidores.