En Ciudad del Cabo, hace casi exactamente cuatro años, Javier Mascherano sufría como capitán de la selección de Argentina su peor derrota. En los cuartos de final del Mundial de Sudáfrica, Alemania le pasaba la aplanadora a los albicelestes de Diego Armando Maradona con un claro 4-0 y los dejaba fuera de la competencia.

Mascherano, como antes ocurrió con hombres como Gabriel Batistuta y Roberto Ayala, debió cargar con el mayor peso del fracaso por el simple hecho de llevar la jineta. Fue responsabilizado por ser el líder de un nuevo fracaso, al tiempo que quedó estigmatizado con una frase de Maradona con la que debió convivir todos esos años. "Mi equipo es Mascherano y 10 más", dijo el ex astro del Nápoli cuando asumió el cargo de seleccionador nacional, ubicándolo por sobre Lionel Messi.

Pues bien, 48 meses después, el tiempo le terminó dando la razón a Maradona. Y, de paso, hizo justicia con Mascherano. Ahora, sin la cinta de capitán, nadie duda de su liderazgo y ascendencia sobre sus compañeros. Ni siquiera Messi, el capitán designado por Alejandro Sabella, dudaría en poner en discusión todo el valor del mediocampista de Barcelona. En Brasil pasó de Jefecito, como le apodan, a ser el jefe del equipo.

"Además de ser la voz que manda en el camarín, es el técnico dentro de la cancha que tiene Sabella. Entiende todo lo que pasa en un partido. Y eso va más allá de su calidad futbolística. Transmite tanta confianza y temperamento, que contagia a todos", reconoce Alberto Acosta, ex seleccionado argentino.

Con 19 años, Manuel Pellegrini lo hizo debutar en el profesionalismo en su querido River Plate, donde convivió desde pequeño con su gran amigo Martín Demichelis. Curiosamente, en la selección argentina, Marcelo Bielsa lo hizo estrenarse  tiempo antes, en un amistoso ante Uruguay en La Plata.

Sus características desde entonces hasta hoy no han cambiado demasiado. Como volante central o zaguero, donde lo ubicó Pep Guardiola en Barcelona, Mascherano siempre fue el héroe del silencio, el socio de todos. Los flashes y luces eran para otros. Él sabía que el aplauso estaba destinado para los goleadores y los habilidosos.

"Nunca le interesó el reconocimiento público. Su perfil bajo, quizás, a veces lo terminó perjudicando ante las críticas, sobre todo después de Sudáfrica. Pero su calidad nunca estuvo en discusión. Para que Barcelona no te ponga nunca en venta es que tienes que tener un enorme valor como persona y futbolista", afirma Mauro Camoranesi, ex campeón del mundo con Italia.

Claro que más allá de que su calidad nunca estuvo en discusión, y que en la actual selección argentina su protagonismo siempre estuvo opacado por Messi, Sergio Agüero y Gonzalo Higuaín, Brasil ha representado un escaparate reivindicatorio. Hoy, aquellos que se reían del "Mascherano y 10 más" de Maradona, se rinden a sus pies.

Aquel cierre sobre Arjen Robben en el último minuto del tiempo reglamentario frente a Holanda, que según propia confesión "le rompió el ano", es la imagen que refleja fielmente al volante. Solidario, incansable, siempre bien ubicado y, sobre todo, dando el máximo en cada jugada, Mascherano deja en cada jugada su sello en esta Argentina.

Sus peleas con los gigantes belgas, su abrazo emotivo abrazo con Demichelis tras pasar la barrera de cuartos de final, la arenga a Sergio Romero antes de la definición por penales con Holanda, quizás sean sus escenas más recordadas. Pero su trascendencia va más allá que la emoción y la personalidad.

"Mascherano es lo que todo jugador quiere ser siempre. Dar la vida en cada jugada, dejar hasta la última gota de esfuerzo en la cancha y tener una personalidad suficiente como para que ningún escenario te apague, son algunas de las frases cliché en el fútbol. Pues Javier las cumple a cabalidad", sostiene Óscar Córdova, ex arquero de la selección colombiana.

Sin el peso de la cinta de capitán, Mascherano terminó revelándose como el líder que siempre fue en Argentina. Ahora nadie lo discute. Ni siquiera Messi. En Brasil definitivamente quedó demostrado que eso de Jefecito le queda corto.