Diseñadora de la marca que lleva su nombre y que hace menos de un año también se vende en Chile, cultiva un bajo perfil y parece manejarlo todo desde la plena armonía. Al frente de una mesa larga en que trabajan 15 mujeres, se nota su espíritu de liderazgo para zanjar lo que será su colección otoño-invierno 2010 el próximo año.

Pese a esta templanza, no es una mujer ordenada; las ideas se le vienen a la cabeza abruptamente. Se pasa de diseñar un botón a proyectar el detalle de una manga de chaqueta en sólo segundos. Al minuto, ya está eligiendo el tejido de un nuevo vestido.

Pero así como sus pensamientos brotan rápidamente, de repente la invade la calma, sobre todo cuando habla. Tiene una paz interna que contagia. Mucho más común, y más familiar de lo que uno pudiera imaginar. Quienes más la conocen, su mejor amiga y su socio, dicen que sus tres grandes talentos son: lo visionaria, lo cercana y lo autocrítica. Por estos días, sus tres hijos hombres y el rol de madre son el centro de su vida. Está enamorada de eso, de tener familia, de escuchar desorden en su casa. Eso, porque reconoce que la marcó ser hija única. Aunque está agradecida de que sus padres siempre le permitieron tener la casa llena de amigos, obviamente el día a día era difícil sin tener con quien compartir risas y pataletas.

Esta diseñadora argentina tiene 36 años y pertenece a una generación de creadores que vinieron a llenar el vacío que dejó la recesión de los 90 en Buenos Aires. Ella junto a otros como Mariano Toledo, Paulo Ramírez, Cora Groppo, Martín Churda, Jessica Trossman y María Cher, son los sobrevivientes de una gran cantidad de marcas que hubo un día en Palermo y que hoy ya son historia. La esquina en donde está ubicada su tienda y oficina, El Salvador con Armenia, es hoy el punto neurálgico de este barrio porteño.

INFANCIA DE MODA
En el universo de la moda de Buenos Aires, Chebar no es un apellido cualquiera. Antes de que Jazmin lo convirtiera directamente en una marca, era el apellido de los dueños de La Clocharde, una boutique que marcó una época en su país y que tenía un estilo a la medida de la argentina elegante, con buenos materiales y excelente terminación. Sus dueños, León y Sussi Chebar, padres de Jazmin, solían viajar todos los años a Europa, y como sólo tenían una hija, la llevaban con ellos.

Eso implicaba estar un mes o más fuera de la capital, por lo menos dos veces al año. "Fue increíble. Siempre estuve viajando y viendo moda. Nací rodeada de desfiles, textiles y tendencias", comenta la diseñadora, quien reconoce que en sus años de infancia su juego favorito con las amigas siempre fue armar desfiles de moda. "Agarrábamos todo lo que encontrábamos: vestidos de mi mamá, ropa de nosotros, géneros, aros, y hacíamos desfiles. Era muy divertido. A mis amigas les encantaba ir a mi casa por eso", recuerda.

El juego, con los años se convirtió en realidad, primero como estudiante de diseño en la Parson School of Design en Nueva York, luego en los talleres de Donna Karan y Valentino y, finalmente, como dueña de su propia marca en Buenos Aires.

–¿Nunca te rebelaste con el tema de la ropa, de vivir rodeada de gente hablando de moda?

–La verdad es que no. Lo máximo que hice fue llegar una vez mal vestida a un desfile de mi madre. Me acuerdo de haber usado unos jeans rotos con unas zapatillas Vans. Yo le veía la cara de espanto, pero no me dijo nada.

–¿Qué te dejó Nueva York?

–Fue todo para mí. ¡Lo mejor! Me fui a vivir al (Greenwich) Village. Eran los 90 y me enamoré de la cultura pop, del olor a chicle.

–¿Y tu experiencia en Valentino?

–Atendí el teléfono…(risas), pero igual fue alucinante.

–¿Y en Donna Karan?

–Ahí hice una pasantía. Servía café, entre otras cosas, y te juro que no me importaba: me pellizcaba de felicidad. ¡No podía creer que estaba ahí!

LA CHICA POP
La estación del año que más le gusta a Jazmin para la ropa es el invierno: "Hay más posibilidades para jugar", dice. Los accesorios, como los zapatos y las carteras, son sus favoritos; y si uno le da a elegir entre calidad y diseño, elige mil veces la calidad: "El diseño lo puedo disimular con chapitas, prendendores, lo que sea", pero la calidad no la transo".

Su diseñadora favorita es Miuccia Prada, aunque también reconoce su admiración por Marc Jacobs y cómo éste se ha reinventado año tras año. Pero de Miuccia Prada admira la simpleza, la elegancia y la calidad extraordinaria de sus diseños, propuesta que a su manera de ver está hoy presente en todas las colecciones del resto de los diseñadores de las grandes pasarelas. Para ella, lo que Prada ha sido en estos años, lo fue YSL en su momento.

Pese a su educación más europea, tiene corazón de chica pop. Le encantan los detalles divertidos de esta cultura. Y eso se refleja en sus diseños. El humor es fundamental en su trabajo. "Siempre estoy tratando de quebrar la seriedad de una prenda. Si es una chaqueta de lino formal, el forro con corazones le queda perfecto; si es una blusa básica de una tela exquisita, los botones tienen que ser de estrella", explica.

Ese es el espíritu de su marca. Su sello. Porque para ella, la ropa es un juego y no la representación de lo que una persona es. "Yo todos los días, cuando me visto, juego. Si estoy de ánimo y me siento grossa, me arreglo y busco los zapatos de taco, la chaqueta con detalles y el accesorio perfecto. Si quiero andar piola, me visto toda de negro, con unas chatas (sandalias bajas)", agrega.

La diseñadora propone que la ropa sea un anexo, que cada mujer combine como quiera sus prendas, sin reglas. "No me gusta imponer un estilo. No impongo modas. Creo que mi marca respeta la forma de vestir de cada mujer. Yo no quiero que las mujeres que compran en Jazmin Chebar se sientan vestidas de otra persona. Yo quiero que incorporen las prendas a su propia forma de vestir. Que los vestidos, blusas, jeans, chaquetas se acomoden a ellas y no al revés", explica, y confiesa que le alucina ver sus diseños combinados de forma muy diferente en distintas mujeres. "Hay veces que me impacta la creatividad de las chicas. De repente una agarra un vestido de satén y lo usa para el día con unas sandalias y se ve perfecta. Ese mismo después lo veo en una fiesta y alguien lo ha combinado con tacos bien altos, accesorios grandes y ¡funciona!".

De vuelta de sus cuatro años en Nueva York y antes de pensar en su tienda propia, Jazmin tuvo la suerte de conocer a su actual socio Claudio Drescher. "Estábamos buscando a alguien para el equipo de diseño de Vitamina (la reconocida marca femenina en Argentina) y un día apareció", recuerda el empresario, quien también fue responsable de la creación de Caro Cuore, empresa que creo y que finalmente vendió. "Jazmín tenía ángel, una armonía en su manera de presentar su trabajo que me encantó".

De esta forma fue como la diseñadora consiguió el trabajo y se incorporó al equipo, cuestión que a su jefe en esa época lo tenía fascinado: "Era una chica con una mirada muy diferente al resto, muy fresca", comenta. Tan especial era, que al poco tiempo, ocho meses después, Jazmin le anunció a Drescher que dejaba el trabajo para ir a formar su marca propia con una amiga. Ese fue su fin en Vitamina y el comienzo oficial de su propia marca.

LA PRIMERA TIENDA
Que la marca llevara su mismo nombre al principio fue un arma de doble filo. Por un lado, era una buena carta de presentación en Buenos Aires y ante los proveedores, porque "Chebar" estaba asociado a la moda y eso le abría puertas. Pero, por otro, se prestó para que los primeros diseños fueran cuestionados y adjudicados a la mamá de Jazmin: "Decían, 'ah, eso se lo hizo su mamá'. Esos comentarios me molestaban; me daban rabia porque mi mamá ni siquiera había visto todavía mi colección".

–¿Cómo fue el comienzo de lo tuyo?

–Era el año 1997. Arrendamos con Carolina Chichera, mi amiga de infancia, un localcito en República de Indias, una calle preciosa frente al zoológico. Yo me encargaba del diseño y Carolina veía los números. Éramos libres. Yo diseñaba lo que me quería poner. La pollera de cuero naranja o amarilla, lo que yo necesitaba. Lo que ayudó bastante a hacernos conocidas, es que yo soy muy amiga de Dolores Barreiro y le diseñé su vestido de novia. Le hice un patchwork bien ceñido, con encajes antiguos guardados por su mamá durante años. Era largo, con una pequeña cola, de satén color crudo y estilo romántico. Eso nos ayudó a dar a conocer la marca. Fue una locura.

–¿Cambió mucho el proceso creativo de esos años hasta ahora?

–En esa época éramos puro corazón. Todo era inconsciente. Ahora es obvio que tengo más presente el mercado.

–¿Es como venderle el alma al mercado?

–No. Hay gente que lo ve así, pero la verdad es que yo soy empresaria y diseñadora, entonces lo que hago es para ser vendido. Yo no soy diseñadora-artista. Eso es otro rollo. A mí me gusta que mi ropa se use. No me gusta el exceso de diseño, no hago ropa imponible. Todo lo contrario.

–¿Cómo armas una colección? ¿Cómo es el proceso?

–La verdad es que trabajo en equipo. Somos 15 personas involucradas en esto. Yo soy muy desordenada. Me paso de un detalle a otro y voy trabajando las diferentes prendas con cada una de las chicas. Finalmente, se arma la totalidad. Igual nosotros siempre estamos desarrollando nuevos diseños, no es que hagamos una colección cerrada y punto.

–¿Tienes alguna rutina con tu equipo?

–Lo único que se repite siempre es que hacemos una reunión semanal en que todo el equipo habla sobre todo lo que quiere. O sea, puedes estar a cargo de vitrinas pero opinar sobre el calce de los jeans. Eso me gusta mucho.

–Hablando de los jeans, ¿cuál es el secreto del buen calce que tienen los jeans de tu marca?

Hay un equipo que trabaja tiempo completo en eso. Para producirlos se lo probamos a muchos cuerpos diferentes y el objetivo es que a todos les calce bien. ¡No es fácil!

–¿Cómo te proteges de la copia?

–Es inevitable, pero como nosotros diseñamos todo: estampados, botones, tejidos, zapatos, etc., eso lo hace más difícil. Las telas se compran afuera y de verdad es que nuestra producción es muy exclusiva, y para copiarnos al pie de la letra se demorarían muchísimo.

–¿Por eso los precios?

–Los costos de producción cuando no son grandes volúmenes, obviamente suben. Si a eso le sumas la mejor calidad, los precios lamentablemente crecen.

–¿Cuándo diste el gran salto? ¿Cuándo dejaste de ser una diseñadora más con una tiendita bonita en Buenos Aires?

–Fue un proceso largo en el que mi socio es la pieza fundamental. La verdad es que desde que me fui de Vitamina siempre estuve ligada a él. Claudio sabe mucho y poco a poco se interesó en mi marca, hasta que le compró su mitad a mi primera socia. Desde el 2002 trabajamos juntos, 50 y 50.

El hombre detrás de Chebar

Claudio Drescher es quien lleva toda la imagen de marca de Jazmin Chebar. Es un convencido absoluto del talento único de su socia. "Jazmin es una diseñadora que ve más allá. Tú le muestras un cuadrito chico de una tela y ella ve una chaqueta llena de detalles", explica este empresario argentino. Cuenta que trabajó ocho maquetas antes de llegar al diseño de tienda que tiene hoy Jazmin. "Nos demoramos año y medio en entender que tenía que ser una tienda tipo boutique francesa, que contrastaría con los aires pop que tienen los diseños. Al día siguiente que hicimos este cambio, la tienda empezó a vender un 120% más que el día anterior con la misma colección y los mismos vendedores". Para él, lo que marca la diferencia entre los miles de diseñadores en el mundo que prosperan o no, es la identidad, el mundo de lo que propone cada marca, y según Descher, esto es justamente lo que caracteriza a Jazmin Chebar.