La fascinación del cine con los músicos es tan antigua como su deleite por las historias bíblicas o la ciencia ficción. Si en la era dorada de Hollywood James Stewart se puso en los zapatos de Glenn Miller en Música y lágrimas (1954) o Mario Lanza tuvo que afinar su voz para lograr la tesitura del más brillante de los tenores en El gran Caruso (1951), el nuevo milenio ha visto emerger al menos tres filmes valiosos sobre almas musicales torturadas: Ray (2004), donde Jamie Foxx se llevó el Oscar por hacer de Ray Charles; Johnny y June (2005), en la que Joaquin Phoenix fue el cantante Johnny Cash; y Loco corazón (2009), largometraje que le significó la estatuilla a dorada a Jeff Bridges como Bad Blake, personaje basado en el músico country Hank Thompson.
Menos mediáticos y a menudo más expuestos a la incomprensión que las estrellas de rock, los jazzistas y los exponentes del country suelen además tener vidas afines a un drama fílmico. Un ejemplo clásico lo entrega Clint Eastwood, con dos películas. En 1982 dirigió y protagonizó Honkytonk Man, dolorosa cinta sobre un cantante de country con tuberculosis, y en 1988 realizó Bird, acerca del saxofonista Charlie Parker, muerto a los 34 tras una larga adicción a la heroína.
El año 2016 recibe al menos cinco películas sobre artistas del jazz, el soul y el country. El primer género lleva la delantera hasta el momento con Miles ahead, la cinta en la que Don Cheadle (Crash, Iron Man) dirige y además interpreta al trompetista Miles Davis, uno de los pocos jazzistas que logró la categoría de estrella en el siglo XX. Estrenada hace dos semanas en EEUU y actualmente en exhibición en el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires (Bafici), Miles ahead toma su título del disco que Davis publicó en 1957, en sus inicios.
La cinta propone una visión a escala humana del mito, mostrando a Miles en su diaria dinámica de adelantado a los tiempos, mujeriego incansable y adicto a cuánta droga pasara cerca de sus narices. Cheadle opta por intercalar escenas del pulcro Miles de los años 50, vestido en tuxedo y famoso por su disco Kind of blue (1959) y el revolucionario inventor del jazz fusión de los 70: un Davis de pelo largo, lentejuelas y propensión a golpear periodistas. No es una biopic tradicional y tiene la originalidad de mezclar épocas y tonos, siempre con un personaje secundario (Ewan McGregor como un reportero entrometido) que sirve de coro griego y relator de la gesta del hombre que cambió el jazz.
Otra trompeta, una blanca, es el corazón de Born to be blue, la cinta de Robert Budreau sobre el malogrado Chet Baker. Básicamente se trató de un alma en pena que murió en 1988 al caer de un segundo piso en Amsterdam, después de una vida donde los segundos actores fueron casi siempre la heroína, la cárcel y los clubes de la Costa Oeste. Cantante y músico, Baker fue absolutamente contemporáneo del afroamericano Davis y en los años 50 los mercachifles de la música lo etiquetaron “el James Dean del jazz”, tratando de sacar réditos de su look privilegiado.
Si Miles fue imprecedible y adicto al cambio, Baker fue justamente lo contrario: un romántico que tocó siempre lo mismo e hizo de su vida un eco de su melancólico estilo vocal. En la cinta lo interpreta Ethan Hawke y una de las escenas más duras es la paliza que en 1966 le dieron unos traficantes a la salida de un bar. Baker quedó sin dientes y debió aprender a tocar la trompeta de nuevo, ahora con placa bucal. La película de Budreau se estrenó a fines de marzo en EEUU con críticas que en particular alabaron el trabajo de Hawke.
Algunos músicos, se sabe, son un material dramático infinito y probablemente así lo entiende Zoe Saldana (Avatar), la actriz que protagoniza Nina. El filme sobre la gran cantante de soul y activista de los derechos civiles Nina Simone se estrena esta semana y es una historia de desborde, caída y resurrección. En el filme de Cynthia Mort, Simone logra la fama, desciende a los abismos del alcoholismo y se renueva al transformarse en una luchadora por las minorías.
También esta semana se estrena en EEUU la esperada Elvis & Nixon , una comedia ácida sobre el legendario encuentro que el rey del rock sostuvo con el primer mandatario estadounidense el 20 de diciembre de 1970. Dirigida por Liza Johnson y protagonizada por Kevin Spacey como Nixon y Michael Shanna en el rol de Elvis, la cinta aborda la improbable reunión que siguió a la imprevista llegada del cantante a la Casa Blanca. Fue el período en que Presley buscaba revitalizar su carrera ante la arremetida de la contracultura, y en que Nixon también debía reforzar su rol como líder en un país atacado por el flagelo de Vietnam. El resultado fue una reunión insólita: Elvis se ofreció a trabajar como agente antinarcóticos encubierto para el FBI y de paso, sugirió a Nixon que su conocimiento del mundo del rock le permitiría identificar hippies de inclinaciones comunistas. Tras dejar el Salón Oval, le dejó de regalo un revólver Colt .45.
Casi dos décadas antes de esta curiosa cumbre de celebridades, Elvis daba sus primeros pasos en Memphis con canciones blues y country, en particular de Hank Williams, un intérprete de vida corta y sufrida. Estos retazos vitales son los que registra I saw the light, filme de Marc Abraham que hace un par de semanas entró a la cartelera estadounidense y tiene de protagonista al actor británico Tom Hiddleston (Thor).
Williams, figura del country y del blues blanco, nació con un malformación en la columna que lo hizo adicto a la morfina desde joven. También nació con una voz y un estilo únicos: a los 24 se hizo conocido en Nashville, a los 25 era estrella en el país y a los 29 moría de sobredosis arriba de un bus mientras se encontraba de gira. La película pinta la vida familiar y pública de Williams, continuamente en conflicto con una esposa que también quiere cantar y que además debe lidiar con sus infidelidades. Es una existencia fugaz comparada con Miles Davis, Chet Baker o Nina Simone, pero no menos intensa ni compleja. En todas hay excesos, triunfos, caídas y algo de humor: el mejor material posible para el cine.