Jean Echenoz no mete ruido. Tampoco aparece y desaparece, como Michel Houellebecq. No se muestra altivo ni busca el foco permanente. Su trabajo de orfebre, maestro de la precisión, requiere de pocos aspavientos y escasas salidas. Vive en Pigalle, distrito nueve, París de aromas y escasos sobresaltos. Allí, en un piso tomado por papeles, trabaja sus complejas obras con tejidos sencillos. Aporta y elimina, recrea los detalles de lo esencial, como ha hecho en 14 (Anagrama), un artefacto de perfecta concisión que en cien páginas nos ofrece el panorama de la I Guerra Mundial. Igual que hizo antes con el comunismo a través del trasunto de un atleta como el checo Emil Zátopek en Correr o, con la sensualidad de un músico como Ravel en la novela del mismo nombre. Escritor fundamental de la Francia presente, se deja caer con su cigarrillo liado y su gusto por la discreción en el Festival del Humor bilbaíno. El barroquismo del Guggenheim contrasta con su capacidad de síntesis.
¿Por qué le dio por escribir un libro sobre la guerra de 1914 cuando iban a aparecer toneladas de ellos?
Por azar, fue un accidente. Un día me encontré con unos papeles de familia, el testimonio de un soldado, pariente de mis padres, que leí por curiosidad. A través de ellos comprendí mucho mejor un buen número de cosas complejas. Empecé a interesarme por el asunto, pero sin la intención de acabar escribiendo un libro. Me adentré en el tema con lecturas de historia y novelas, memorias y partes de combatientes, cartas… Pero se trataba de una obsesión personal, no un proyecto. Un buen día, comencé a escribir algo y justamente me di cuenta de que se trataba de un gran acontecimiento sobre el que yo podía intentar algo sencillo a base de detalles pertinentes.
Al ver que no llega ni a 100 páginas, es fácil pensar: aquí llega el señor Echenoz a mostrarnos que los asuntos más descomunales pueden resumirse en algo fundamental.
Pues, sí. Un texto breve que se aleja de la óptica de un historiador para darle voz a un soldado raso.
¿En qué aspectos no hemos progresado nada en Europa desde aquella época?
La guerra de 1914 es la primera guerra industrial, la primera barbarie de masas y técnica. Por más que nos sofistiquemos, el salvajismo siempre nos va a circundar.
Dice Ken Follet en su trilogía sobre el siglo XX que algo hemos mejorado.
Ah, ¿sí? No estoy seguro. No lo creo, de verdad. No es que deba meterme en debates históricos ni filosóficos, pero no creo que estemos mejor, en absoluto. El nacionalismo persiste, por ejemplo. Tampoco hemos aniquilado algunos de los virus que dieron lugar a la II Guerra Mundial, con el ascenso del populismo en Europa. Aunque muchos traten de sugerir que no tiene que ver, la historia se repite de la misma manera.
Y en Francia, concretamente, ¿cómo es posible que la historia pueda repetirse con un personaje como Marine Le Pen?
Eso requiere ser un experto en sociología francesa, y yo no me siento capaz de entenderlo.
Pues pasemos a la precisión, en eso sí que es un experto.
Deprimente. Una depresión que llega del miedo, pero tampoco es algo específicamente francés. Me aburre hablar de la Francia actual, no le veo sentido a hacerlo porque no creo que pueda aportar nada útil. No debemos aislarlo del resto de Europa. El ascenso de esos extremismos ocurre en todo el continente, menos en España.
En España crece, pero al revés.
Lo que nos ocurre en Francia nos parece escalofriante porque no hemos vivido esa presencia directa de la extrema derecha tan cerca del poder, pero ahí los tenemos, en el país de los valores igualitarios, de la revolución. Muy deprimente.
Seguro que de ahí le pueden surgir detalles para simbolizar algo. ¿Buscaba eso en Emil Zátopek cuando escribió Correr, un símbolo contra el totalitarismo?
No, tampoco. En ese libro quise involucrarme en un asunto que tenía que ver con un tema nada dominado por mí: el deporte. Y él me fascinó. No hay grandes libros sobre el atleta checo. Tuve que adentrarme en la prensa deportiva de la época.
¿No lo vio competir en YouTube? Hay vídeos.
Pues no, pero lo vi en fotos, lo aprecié por crónicas. Era un héroe deportivo, pero, además, me di cuenta de que fue un emblema político en la antigua Checoslovaquia, y eso me parecía que debía afectarle profundamente.
¿Le despistan mucho las reacciones de sus lectores?
Bueno, son consecuencias que no puedo controlar. Las ideas crecen. De la forma o de un contenido aparentemente extraño se derivan conclusiones políticas o artísticas o sociológicas muchas veces imprevistas, de las que puedes quizá sospechar, pero no siempre.
Algunas respuestas le parecerán cómicas, imprevistas…
Cada lector es un mundo y escribe dentro de sí su propio libro. A mí me interesa eso. Tiene todo el derecho de hacerlo suyo. Lo malo es cuando cambian detalles objetivos, hasta el sexo de los personajes, aunque me fascina que los libros puedan convertirse en lecturas imprevisibles.
¿Lo artesanal precede en gran medida a lo creativo en su caso?
Desde luego. Me encanta preparar bien mis historias antes, como un mismo proceso de la escritura. La preparación es fascinante. Aunque sea incluso inconsciente de partida, como me ocurrió con 14.
¿Sigue mucho el panorama literario francés del presente?
Sí, sí. Lo encuentro muy vivo.
¿Y arriesgado?
Puede ser, en referencia a otros países europeos, pero no con respecto a otros momentos. Nos ocurre de manera cíclica, pero no permanente. En cuanto a las preocupaciones de forma, el ciclo se da cada 30 años, más o menos. A fines de los 60, principios de los 70, comenzó una corriente más teórica, más reflexiva que descriptiva. Ahora nos deslizamos en varias corrientes.
Sí, pero incluso las más atrevidas buscan el reconocimiento de un público amplio. ¿Puede ser esa la diferencia con generaciones precedentes?
En mí siempre ha primado el deseo de ser legible y de provocar un amplio entendimiento y acogida. No me gustan las posiciones cerradas en ese sentido. En la literatura debe primar ante todo el placer del lector.
¿Qué lee?
De todo, aunque poca poesía.
¿Qué busca en el cine?
Voy muy poco, me conformo o me sirve la formación clásica que he tenido por años. El cine de hoy no me produce la ansiedad devoradora de hace 30 años. Quizá entonces, además de placer, buscaba en él verdades reveladoras. Ahora sólo me conformo con lo primero.
¿Cree haber encontrado una voz insólita?
Es el trabajo el que la va perfilando, un cometido que no termina jamás en ese sentido, que va armándose por eliminación de ciertos elementos, por conveniencia de otros. No es algo evidente, que te llega dado, debes ir buscándola cada día.