Pasó una década actuando en películas francesas de diverso calibre y tonelaje. Algunas valiosas, como Touchez pas au grisbi (1954), drama gangsteril de Jacquer Becker; otras más bien olvidables, como Dernier amour (1949), de Jean Stelli. Ninguna fue, sin embargo, lo suficientemente generosa con ella como para sacarle partido a su rostro imperfecto y su mirada sugerente.

Hasta que llegó Ascensor para el cadalso (1958), el thriller donde Louis Malle decidió desnudar su cara y liberarla de maquillajes a lo Hollywood e ir a la esencia.

Aquella película fue la que presentó a Jeanne Moreau al mundo tal y como sería conocida por el resto de su vida: ojeras inconfundibles, cigarro en la mano, voz grave. Si a esto se agregaba la historia de una esposa que planeaba junto a su amante el asesinato de su propio maridoy todo era acompañado por una banda sonora de Miles Davis, el personaje clásico de Moreau alcanzaba los rasgos definitivos.

La actriz, nacida en 1928 al igual que Marilyn Monroe, alcanzó recién a los 35 años un puesto en el firmamento de estrellas francesas, después de Brigitte Bardot, que empezó a los 21 con Y dios creó a la mujer (1956). Su luz, sin embargo, duraría mucho más, por cuatro décadas al menos, siempre dirigida por algún autor de prestigio.

Ayer, a los 89 años, la luz de Jeanne Moreau dejó de existir en su casa del Distrito 18 de París, sector céntrico y elegante, plagado de varios consulados y embajadas. La muerte de Jeanne Moreau, una de las grandes estrellas del cine galo, fue confirmada por el propio presidente francés Emmanuel Macron, quien dijo: "Ella personificó al cine y siempre se rebeló contra el orden establecido... tenía un brillo en sus ojos que desafió cualquier tipo de obsecuencia, fue una invitación a la insolencia, a la libertad y al torbellino de la vida, algo que ella siempre amó".

La actriz fue encontrada muerta en horas de la mañana en su domicilio y al cierre de esta edición aún no se sabía la causa exacta de su muerte.

Otra de las primeras reacciones vino de parte del presidente del Festival de Cannes y ex jefe de Canal Plus, Pierre Lescure, quien afirmó: "Jeanne Moreau ha muerto. Era una mujer fuerte y no le gustaban los llantos... Lo siento Jeanne, eres más fuerte que nosotros y ahora lloramos por ti".

Nacida en el Distrito 10 de París, Jeanne Moreau se educó bajo la tutela de dos figuras que de cierta manera poco tenían que ver entre sí: su padre, un francés dueño de una cervecería que cuando no estaba en casa frecuentaba a las prostitutas cercanas del barrio bohemio de Montmartre, y su madre, una inglesa de apellido Buckley que había llegado a Francia para bailar en el famoso cabaret Folies Bergère y que despertó de pequeña en Jeanne el interés por la vida del espectáculo.

Con el paso de los años, la actriz recordaría cómo a los 14 años decidió que sería actriz tras ver a la diva francesa Marie Belle actuar en Fedra de Jean Racine. "Supe en ese momento que no había nacido para estar en el lado oscuro de las butacas, sino que para subir al escenario. Perdí todo interés en el colegio", contaba hace unos años al diario inglés The Guardian.

Malle, el descubridor

Mayor que Brigitte Bardot, Catherine Deneuve o Annie Girardot, por citar a algunas de sus contemporáneas, Jeanne Moreau logró moverse con sagacidad en el intrincado terreno de las elecciones de personajes y películas. No era un símbolo sexual como Bardot ni epítome de la belleza como Deneuve, pero tenía algo que con el tiempo se transformaría en el bien más preciado de las actrices francesas. Algo que casi las definiría frente a sus contrapartes de Hollywood: sofisticación, carácter, misterio.

Antes de que en los años 70 y 80 entraran en órbita Isabelle Huppert, Juliette Binoche, Isabelle Adjani, Sandrine Bonnaire o Charlotte Gainsbourg, estuvo Jeanne Moreau. El gran descubridor de la actriz fue Louis Malle, quien la dirigió en 1958 en la mencionada Ascensor para el cadalso y, ya en relación sentimental con ella, la puso ese mismo año en Los amantes.

En este explosivo drama, Moreau era Jeanne Tournier, una joven esposa que tras soportar el aburrido matrimonio con un ejecutivo frío y partidario de los dormitorios separados, decidía arrancarse con un misterioso arqueólogo. Moreau, cansada de las fiestas de su marido y de los Mercedes Benz de los invitados, lo dejaba todo por Bernard y su modesto Citrioën 2 CV.

La película, que ganó el Gan Premio del Jurado en el Festival de Venecia, provocó un singular escándalo en los círculos católicos más conservadores de Francia e Italia, que objetaron en particular la escena en que el personaje de Moreau simulaba un orgasmo. Por razones similares, en Estados Unidos también hubo problemas y sólo tras un fallo de la Corte Suprema de 1964 se declaró que el largomeraje de Malle no era pornografía. A esas alturas Moreau y Malle ya no estaban juntos, pero eran bastante famosos y el realizador contó con el suficiente presupuesto para dirigirla por tercera vez en ¡Viva María! (1965). Era una producción franco-estadounidense en Eastman Color donde Moreau y Bardot eran dos artistas de striptease que llegaban a México a principios del siglo XX.

Antes de esta producción, Moreau ya había hecho al menos cinco filmes definitivos en su carrera: Moderato cantabile (1960) de Peter Brook, La noche (1961) de Michelangelo Antonioni, El proceso (1962) de Orson Welles, Jules et Jim (1962) de François Truffaut, Eva (1962) de Joseph Losey, y Diario de una camarera (1963) de Luis Buñuel.

En el primero de esos filmes, un atmosférico largometraje del inglés Brook, Moreau interpretó otra vez a una esposa insatisfecha, que ahora era testigo de un crimen, y la trama se disparaba cuando empezaba a creer que ella podría ser una víctima. Por este rol se llevó el premio a Mejor actriz en el Festival de Cannes.

En la producción de Antonioni era Lidia, la mujer de un prestigioso escritor (Marcello Mastroianni). Tras visitar a un amigo enfermo en un hospital de Milán, ambos asistían a una velada nocturna y ella contemplaba cómo su esposo coqueteaba con Valentina (Monica Vitti).

El personaje de Catherine en Jules et Jim es tal vez uno de los más entrañables de la actriz: durante la Primera Guerra Mundial, ella era el objeto del deseo (y del amor) de dos amigos, el francés Jim (Henri Serre) y el austríaco Jules (Oskar Werner).

En El proceso, Orson Welles la dirigió por primera vez (la tendría bajos sus órdenes en al menos otras dos películas, incluyendo Campanadas a medianoche) y un rol secundario en la producción le bastó al estadounidense para decir que la actriz de Montmartre era "la mejor del mundo". Por la misma época, Joseph Losey le daba el rol de una mujer manipuladora e interesada sólo en el dinero en Eva, y Buñuel, el más cáustico y sombrío de todos quienes la dirigieron, le dio el rol de la criada Célestine, la empleada doméstica que soportaba todos los abusos y arranques de un patrón machista y mujeriego en la Francia rural del 1900.

En las décadas siguientes, la actriz volvió a ser dirigida por Truffaut (La novia vestía de negro) y también participó en Querelle, una de las últimas cintas de Rainer Werner Fassbinder. Su buen gusto para elegir personajes la llevó a trabajar también con Manoel de Oliveira, Wim Wenders y hasta Luc Bessson (Nikita) y en los últimos años se refugió en el canto y las lecturas dramatizadas.