Frankie Jean tenía tres años y exigió a su hermano que la sacara a pasear en coche. Jerry Lee Lewis, de 13, ya sabía cantar y aporrear un piano. A esas alturas conocía suficiente música prosaica aprendida en los garitos de los afroamericanos del sur profundo de Estados Unidos, que gustaba frecuentar. Cogió el carrito, empujó hacia una colina. Cuando llegó a la cima lo arrojó. De vuelta a casa su madre le preguntó por la niña. Jerry Lee guardó silencio mientras abría un frasco de crema de cacahuete e introducía los dedos. Ante la insistencia, habló de un gavilán. "La ha cogido igual que una gallina y se la ha llevado", aclaró mientras lamía la mano embardunada. "Con cochecito y todo". La pequeña llegó al rato magullada, sangrando y llorando. Un palo de escoba hizo justicia sobre Jerry Lee Lewis, que por ese tipo de travesuras se le conocía como The Killer. "Así era como me llamaban todos mis amigos. Odié ese maldito apodo desde que era niño, pero no hubo forma de quitármelo de encima (...) Creo que lo decían en un sentido musical. Aunque es verdad que soy un hijo de puta de lo más cruel".
Escenas como esa y otras tanto o más increíbles abundan en las páginas trepidantes de Fuego eterno, La historia de Jerry Lee Lewis, la biografía a cargo del escritor Nick Tosches, alabada sin reparos en la prensa anglo. Según la revista Rolling Stone se trata de "la mejor biografía de rock and roll jamás escrita". Para The Guardian "probablemente el mejor -y sin duda el más entretenido- relato de la vida de un músico de rock", mientras The Washington post califica el libro como "descomunal". Tosches, reputado novelista y ensayista residente en Nueva York, detalla los orígenes del humilde clan Lewis desde un antepasado que era capaz de tumbar a un caballo de un puñetazo, hasta dejar el relato de la vida de Jerry Lee, todavía activo musicalmente a los 81 años, en un punto difuso del alcoholismo y descontrol narcótico que padecía en los 80.
En fuego
El relato hace hincapié en el impacto que provocó en Jerry Lee Lewis, oriundo de Lousiana, el fervor religioso de su familia, seguidora del credo Asamblea de Dios. Tenía un talento excepcional al piano, para cantar y meterse en líos. A los 17 era bígamo. Como miembro de la iglesia, entonaba canciones en los servicios religiosos, pero luego (tal como lo hacía en la misma época James Brown) comenzó a imitar la teatralidad de los predicadores. Un adolescente Jerry Lee le cambiaba el ritmo a los himnos litúrgicos, se contorsionaba y vociferaba en el escenario.
La reacción nuclear que significó la aparición de Elvis lo alentó a buscar la atención del mismo sello del rey, la disquera Sun de Sam Phillips, cuna del rock & roll en los 50. "Eso lo puedo vender", exclamó el empresario cuando terminó de escuchar una maqueta de Jerry Lee. Luego, la vorágine. Los singles Whole lotta shakin' going on y Great balls of fire se convirtieron en exitazos, con letras sin diferir mucho del octanaje erótico del reggaetón. "Ven pa' cá nena (...) aquí no estamos fingiendo (...) menéalo menéalo".
Según cuenta Tosches, Jerry Lee se fue de gira con los más grandes, incluyendo Chuck Berry. Obligado a antecederle en el cartel, en la primera fecha pateó el taburete frente al piano, sacó una botella con líquido inflamable, roció el instrumento y prendió fuego. El público enloqueció. Rumbo al backstage se topó con Berry y le espetó "¡chúpate esa negro!".
Prima y esposa
Cuando todo parecía dispuesto para que Jerry Lee Lewis tomara el lugar de Presley, llamado a la milicia en 1958, el cantante y pianista sufrió el primer revés. De gira por Inglaterra se descubrió que Myra Gale Brown, su flamante esposa, era también su prima de 13 años. No solo no pudo terminar el tour sino que de vuelta a EE.UU. pasó de ganar miles de dólares por noche a cobrar a lo sumo 250. Antes de terminar la década y siendo apenas un veinteañero estaba prácticamente acabado.
Por paradoja la misma Inglaterra que lo había condenado le ayudó a recuperarse. Hizo giras por el país cuando estallaba la beatlemanía mientras en EE.UU. conquistó reputación como artista country. Pero los demonios internos de Jerry Lee Lewis seguían activos. Se hizo adicto a las pastillas y el alcohol. Fue detenido incontables veces, dos de sus hijos murieron, le disparó en el pecho a un músico de su grupo, acechó la casa de Elvis, y despilfarró dinero. Con pluma maestra Nick Tosches da cuenta del conflicto de quien sentía el cielo y el infierno en su interior. "Yo se lo que soy. Soy un hijo de puta juerguista y camorrista que toca el piano (...) pero también soy un hijo de puta estupendo. Una buena persona. Nunca le he hecho daño a nadie a menos que se interpusiera en mi camino. Tengo una veta malévola. Elvis también la tenía. Él ocultaba la suya. Yo la mía, no".