El público, que no era poco, esperaba que la diseñadora argentina Jessica Trosman (42) entregara un chorreo de frases para el bronce. O, al menos, consejos prácticos para llegar a la cima de la moda. Mal que mal, ella era una de las dos expositoras invitadas por Passiontour Design (organización nacional que fomenta la investigación de diseño) y la Universidad del Pacífico para hablar sobre cómo la creatividad debe ponerse en función de un negocio.
Pero, en vez de pontificar con un decálogo de "lecciones", Jessica prefirió narrar cómo ella logró convertirse en una de las creadoras transandinas con más presencia internacional. "El éxito se va construyendo de a poco, con las decisiones que tomas a diario. Eso hace que la semilla germine. Entonces, me pareció que contar mi propio proceso, hacer un racconto de experiencias, iba a incentivar mucho más a los que me escucharan", explica. Y un breve repaso por su impresionante carrera le da la razón.
Jessica nació en La Paternal, barrio formado por inmigrantes italianos y judíos, que se ubica al centro de Buenos Aires. Estudió diseño de moda en Miami y, recién egresada, trabajó como consultora independiente para Ona Sáez y Kosiuko. A fines de los años 90 creó, en sociedad con su correligionario Martín Churba, la marca Trosmanchurba.
Juntos ganaron el premio Tijera de Plata, galardón que distingue a los talentos emergentes del diseño argentino. Durante dos años seguidos la dupla se presentó en la Semana de la Moda de Nueva York, y luego también en las pasarelas del Sao Paulo Fashion Week.
A pesar de que en 2002 Jessica se separó de Churba y creó la marca que lleva su nombre, volvió a obtener la Tijera de Plata al año siguiente. Esta vez, por presentar la mejor colección prêt-à-porter. Fue entonces cuando comenzó su despegue internacional.
Hoy, Jessica es la dueña y señora de un verdadero imperio de la moda en el que trabajan casi 50 personas. Su ropa se vende en tres locales bonaerenses (en Palermo y en los malls Patio Bullrich y Paseo Acorta), además de boutiques multimarca de 26 países. Y no se trata de locales de poca monta, sino de establecimientos de tanta solidez como Barney´s New York; Saks, de Arabia Saudita; el showroom MC2, de París, y Via Bus Stop, de Japón. Para 2010 y 2011 tiene en su agenda la apertura de puntos de venta en Hong Kong, Beijing y Shanghai. El mundo es suyo, gracias a su capacidad de equilibrar la exactitud y la espontaneidad, lo extravagante y lo discreto, lo vanguardista y lo clásico.
–¿Dónde crees que está la raíz de tu triunfo?
–Pienso que la educación que me dieron mis padres ha sido fundamental. Gracias a lo que ellos me enseñaron, yo soy una mujer buscavida, atropello obstáculos para lograr mi objetivo. Soy segura de mí, y muy constante: a mí me funciona la rutina. Si combinas esas características con una idea clara de lo quieres, con saber discernir tu objetivo, te va bien.
–También te ha ayudado poseer un estilo propio; tienes una marca con identidad.
–Es el resultado de decisiones estéticas y de producción que he tomado desde hace algún tiempo. Mi estilo perdura, entre otras razones, porque no descarto lo que hago en una temporada cuando me pongo a trabajar en la siguiente. Tomo temas inconclusos y los abordo, con telas nobles que tienen buen contacto con la piel y diseños que tapan un poco y muestran un poco.
–¿Y dónde encuentras inspiración?
–En cada colección trabajo con un concepto, una idea. Que puede ser, por ejemplo, un efecto torcido o un tipo de costura. A veces me inspiran las texturas, como las de las escamas de los peces. Y también la arquitectura. Me ayuda mucho ver, por ejemplo, un diseño de Zaha Hadid para generar nuevas ideas sobre el volumen. Con eso en la mente, me voy a trabajar directamente sobre el maniquí. No me gusta dibujar, sino ir al grano.
En ese "ir al grano", Jessica se preocupa mucho de ofrecer un producto que, si bien es innovador y sorprende, no se toma libertades que puedan defraudar a sus clientes. Lo imponible está lejos de su esfera creativa. Para ella, lo más importante es que el negocio se mantenga a flote.
–¿Se puede vivir de la moda sin transar creatividad?
–Yo diseño y a los dos minutos me pongo a pensar en si ese diseño tendrá mercado, y calculo los costos de llevarlo a las tiendas. Ahí evalúo si vale la pena crear esa prenda o no. Hay que pensar desde el principio si vas a seducir al cliente, y también en qué cantidad de clientes. Sé que hay diseñadores a los que no les gusta ajustarse al mercado, pero no sé cómo lo harán para sobrevivir…
–Sin embargo, tu marca no es masiva. Algunas personas incluso la han calificado como "rara". La ropa parece ensamblada, en vez de cosida.
–Muchas veces la gente ve mi ropa y no entiende del todo cómo está hecha. Frente a uno de mis vestidos, me suelen preguntar: "¿Es un montón de prendas superpuestas o es una sola?". O también descubren que pueden ponerse una misma propuesta de diferentes maneras. A mí me gusta esto, porque no me interesa la moda como objeto de consumo solamente. Me interesa el consumir, pero también el asumir. Mi cliente es una persona intelectual, de unos 30 años hacia arriba, porque mi ropa no es fácil, te obliga a pensar más allá de lo que se ve a primera vista.
–¿Tu línea más deportiva, Trosman Jeans, es una excepción?
–Me parece que toda marca necesita una línea así, porque, al final, es lo que más usamos todos. Yo misma creé esta línea, porque necesito usar jeans y no me pongo otra cosa que no sea mi ropa. Diseño para mí. Me parece ridículo, incluso absurdo, que una diseñadora use ropa creada por otras personas.
EL MUNDO
A pesar de su éxito internacional –o tal vez justamente por eso– a Jessica le encanta observar lo que está pasando con la moda en Argentina. Le parece que va bien encaminada y en franca evolución, pese a que la carrera de diseño de indumentaria existe en su país hace 20 años, lo que es muy poco si se compara con países con tradición en moda, como Italia o Francia. Sin embargo, no cree que haya un modo de ser, un estilo o una impronta propiamente argentina en la moda transandina. "No es como en la comida, donde claramente sí tenemos una identidad muy definida: somos buenos para el mate, la carne y el vino, eso todo el mundo lo sabe", explica. "Pero no creo que exista realmente una identidad de moda en otros países tampoco. Está la idea generalizada de que Italia tiene su fuerte en lo textil, París en la alta costura y Estados Unidos en el casual wear, pero no necesariamente es así. En Italia hay también buen diseño, y ahí está Prada para demostrarlo. En París ya casi nadie hace alta costura y en Nueva York hay diseñadores muy potentes que nada tienen que ver con la moda casual".
–Aun así, haces colecciones diferentes para distintos mercados. Lo que vendes en tus tres boutiques bonaerenses no es lo mismo que exportas, por ejemplo, a los países árabes.
–Hago cuatro colecciones al año, dos para Buenos Aires y dos para el exterior. En estas últimas incorporo telas más caras, simplemente porque afuera se paga mejor el diseño que acá. Los empresarios de moda que van desde los países árabes a los showrooms en París tienen buen gusto y entienden mucho de moda. Venden a Margiela, a Comme des Garçons.
–No es fácil llegar a vender en tiendas multimarca que ofrecen ropa de diseñadores consagrados a nivel internacional. ¿Cómo lo lograste?
–Cuando empecé a diseñar necesité una excusa para ir al exterior a ver, aprender, y mostrar lo mío. Viajé, vieron mi ropa en Londres y les gustó. Ahí abrí los ojos, me di cuenta de que, como diseñadora, jugar en el exterior era mi desafío. Entonces se produjo un efecto dominó: una vez que te aceptan en alguna parte, se va corriendo la bola. Los dueños de tiendas se van diciendo: tenés que tener esta marca. Así entré primero en Londres y Alemania, y después vino Barney's New York, que fue muy importante.
–Debes viajar muchísimo. ¿Cómo te las arreglas para conciliar eso con tu vida familiar?
–Viajo mucho y también trabajo demasiado: cuando estoy en Buenos Aires, voy a mi taller desde las 9 de la mañana a las 8 de la noche. Mi familia me aguanta porque cuando llego a la casa soy completamente mamá para mis dos hijos: Gerónimo, de 18 años, y Rosa, de 3. El mayor, de hecho, ya está en edad para entender que yo trabaje y está feliz de que a su mamá le vaya tan bien.
–¿Vender en Chile está entre tus planes?
–No se me ha dado, porque no me han llegado propuestas que me convenzan, pero no me cierro a eso. En realidad, no me cierro a nada.