Tanto si nos gustan como si no, estamos obligados a convivir con los animales, más no sea porque nosotros mismos lo somos. Desde antiguo, cuando era la filosofía la que especulaba sobre la condición humana, se ha dicho del hombre que es un animal político, que ríe, que habla, simbólico, que sabe que va a morir, entre otras cosas, pero animal al fin y al cabo. La ciencia no ha hecho sino corroborar esa animalidad.
El filósofo español Jesús Mosterín, catedrático en la Universidad de Barcelona, siempre ha mirado las cosas con la perspectiva que entregan tanto la filosofía como la ciencia. De esa manera, desde hace años, ha explorado las relaciones del hombre con los otros animales. En su libro ¡Vivan los animales! (Debate, 1998) se ocupaba de cuestiones que iban de la biología a la ética. Especialmente elocuente era su denuncia del sufrimiento causado a los animales en granjas o por diversión. Conocido por su oposición a las corridas de toros en España, ha intervenido públicamente por su abolición (lo que se logró en Cataluña en 2010).
En un par de libros recientes El reino de los animales y El triunfo de la compasión, en cierta forma complementarios, Mosterín se centra, en el primero, en los aspectos más científicos, biológicos y filosóficos, mientras que en el segundo aborda los problemas éticos y políticos respecto de los animales. Cómo están configurados y cómo funcionan, qué trato merecen y qué obligaciones morales tenemos con ellos. Mosterín postula una ética basada en la compasión y el rechazo al dolor causado deliberadamente, una ética que va ampliando los círculos en que ella se manifiesta.
¿El respeto moral hacia los animales, de forma más o menos extendida, es algo más bien reciente, al menos en el mundo occidental?
El respeto moral, en general (no sólo hacia los animales, también hacia las mujeres o hacia los extranjeros) es reciente en el mundo occidental, cosa de los dos últimos siglos. Incluso la oposición a la esclavitud es reciente, empezó también hace unos dos siglos. Antes, ningún líder religioso (ni Cristo ni Mahoma) había estado en contra de la esclavitud; tampoco filósofo alguno (ni Platón ni Aristóteles) se había opuesto a ella. De todos modos, el respeto moral por los animales y la condena de la violencia habían surgido mucho antes en la India. Ya los jainas y budistas de hace veinticinco siglos predicaban la no-violencia (a-himsa) como máxima virtud moral.
Si la protección de los animales se basa en la ampliación de los círculos compasivos, ¿hasta dónde podría llegar?
Según Darwin, que es el autor de la metáfora del círculo en expansión de la compasión, el progreso moral consiste en la ampliación de ese círculo y su lógica conclusión sólo se alcanzará cuando alcance a todas las criaturas capaces de sufrir.
Pero ¿dónde estaría el límite: en los vertebrados, por ejemplo? Los invertebrados responden a estímulos negativos, ¿eso no es dolor?
No lo sabemos con seguridad. Es mucho más lo que ignoramos que lo que sabemos. Acerca del cerebro seguimos ignorando la respuesta a las preguntas más elementales. ¿Qué pasa en él cuando aprendemos un número de teléfono o cuando decidimos aceptar una invitación o comprar un diario? No lo sabemos. Y eso que se trata de nuestro propio cerebro. Las zonas del cerebro que se excitan (donde las neuronas se disparan) cuando sentimos dolor son las mismas en todos los mamíferos; también son los mismos los neurotransmisores implicados; e incluso son parecidas las señales externas como los temblores y gemidos. Algunos filósofos han puesto en duda que alguien pueda estar seguro del dolor de otro animal (humano o no humano). Consideran que uno sólo está seguro de su propio dolor. Pero eso es una exageración. Yo estoy seguro del dolor de mi hermano y del de mi perro. Como decía el gran biólogo Crick, "los únicos autores que dudan del dolor de los perros son los que no tienen perro". Respecto al posible dolor de las moscas, me parece que no sabemos nada; yo al menos no sé nada.
En un caso reciente en Santiago un hombre perturbado se lanzó a la jaula de los leones en el zoológico; trataron de rescatarlo, pero terminaron matando a dos leones para salvarlo.
No conozco los detalles del caso, pero, por lo que me dice, parece que el perturbado era el hombre, no los leones, y que el agresor era el hombre, no los leones. Por tanto, no está nada clara la justificación del acto reseñado. Alguien podría pretender que un hombre, por el mero hecho de serlo, siempre es mejor y más valioso que un miembro de cualquier otra especie. Pero este especismo dogmático y arbitrario es una forma de grupismo tan inaceptable como el racismo, el sexismo o el nacionalismo. La ética racional es universal y tiene que valorar cada acto y cada individuo por sí mismo, en función de sus propias características; no en función del grupo al que pertenezca.
Pero enfrentado alguien a esa situación, sin tiempo para reflexionar: o dejar morir a una persona o matar a un león, ¿qué hacer?; ¿no parece comprensible tratar de salvar al "pariente" más cercano?
Si un león suelto agrede peligrosamente a un ciudadano pacífico que no le ha hecho nada, está justificado que ese ciudadano lo mate en defensa propia, o que un observador o policía lo mate. Este juicio tiene aplicabilidad general, no está formulado ad hoc para los leones. Si un atracador humano agrede peligrosamente a un ciudadano pacífico que no le ha hecho nada, está justificado que el ciudadano mate al atracador en defensa propia. El caso anteriormente reseñado no parece caer bajo el principio de la defensa propia. Estoy de acuerdo con salvar al pariente más cercano, siempre que el pariente esté en su sano juicio, pero no si se ha vuelto loco y amenaza con incendiar la casa con una antorcha que lleva en la mano. Además, pienso que todo el mundo tiene derecho a suicidarse cuando quiera, si así lo decide libremente. Uno puede tratar de suicidarse tirándose desde un puente a la calle o arrojándose en una jaula de leones de un zoo. Si realmente eso es lo que quiere, ¿por qué impedírselo?
También surgieron voces pidiendo el cierre de los zoológicos.
Los zoos acabarán cerrándose, aunque ello no se producirá de la noche a la mañana. Muchos animales que ahora están en los zoos (incluidos los primates) morirían muy rápidamente si se los soltase en la naturaleza. Los chimpancés, por ejemplo, necesitan hacer un nido-cama en las altas copas de los árboles cada noche para sobrevivir y no ser atacados por los predadores mientras duermen. Esa habilidad vital para su supervivencia es cultural; la adquieren imitando a sus madres, que hacen el nido-cama ante sus ojos cientos de veces. Los chimpancés del zoo no han adquirido la cultura necesaria para sobrevivir en la selva; es mejor para ellos seguir en cautividad.
Entiendo que considera el vegetarianismo una actitud moralmente estimable, pero no la propugna como deber.
Mirando la dentadura y el sistema digestivo de una vaca o de un león, se ve que las vacas están genéticamente programadas para comer hierba, y los leones, para comer carne. Los chimpancés y nosotros somos omnívoros oportunistas; comemos de todo. La cuestión de hasta qué punto conviene comer carne y cuánta tiene diversos aspectos, como los dietéticos (su relación con la salud) y los medioambientales. Respecto a los aspectos morales, a mí me parece inaceptable la ganadería intensiva y abusiva, que impide que los animales realicen el tipo de actividad que están genéticamente programados para hacer, como el mantener a las gallinas en baterías o jaulas metálicas sin contacto alguno con la tierra. Una gallina necesita escarbar continuamente el suelo, darse baños de tierra y estirar las alas. Si ello no es posible, su vida es un infierno moralmente inaceptable. A mí no me escandaliza que la gente coma huevos o incluso carne de pollo, pero sólo a condición de que esos huevos y esa carne proceda de animales que vivan de un modo relativamente natural.
Pero se opone firmemente a las torturas con fines gastronómicos o "deportivos", además de a la ganadería intensiva.
Sí, me parece que la tortura de las ocas para producir foie-gras con su hígado enfermo es intolerable; por eso ya se ha prohibido en bastantes países. La caza mal llamada "deportiva" perdió todo su sentido con la revolución del Neolítico; ahora es inaceptable. Y, como ya he dicho, la ganadería intensiva es inaceptable. En España, la mayoría de los cerdos viven en condiciones deplorables, y esas explotaciones habría que cerrarlas. Sin embargo, el mejor jamón procede de los cerdos de Jabugo, que viven en semilibertad en las dehesas o grandes bosques de encinas, alimentándose de las bellotas que caen al suelo. Como se mueven mucho, están sanos y contentos y producen buen jamón.
Las ventajas de la ganadería intensiva, producir proteína de bajo costo que, digamos, ayudan a combatir la malnutrición humana en países pobres, ¿no compensa?
No, la primera condición para acabar con la pobreza en los países más pobres, como los africanos, es establecer un control de la natalidad eficiente y frenar la tremenda explosión demográfica, como ya han hecho exitosamente Japón y China. Por otro lado, y fuera ya de África, en muchos países el principal problema de salud de los pobres no es el hambre, sino la obesidad. Incluso en Estados Unidos, cuanto más pobres son los estados, tanto mayor es la obesidad, como muestran las estadísticas y la mera observación en la calle. En resumen, no se trata de convertir la mayor cantidad posible de materia terrestre en carne humana; no se trata de que haya cuanta más gente, mejor, y cuanto más gorda sea la gente, mejor. No. Se trata de mantener la salud del planeta y de sus habitantes; de que haya un número de seres humanos que el planeta pueda sostener y que los seres humanos cuiden su salud y no coman demasiado.
¿Es una demostración de que los extremos se tocan que algunas teorías animalistas (por ejemplo, las de Gary Francione) consideran que las reformas por el bienestar de los animales es algo erróneo?
Así es. Algunos veganos extremos, como Francione, hablan y actúan más como las sectas religiosas que como pensadores científicos y racionales. Cuando sostienen que cuanto peor les vaya a los animales de ganadería, tanto mejor para la causa del veganismo, su discurso recuerda demasiado al de los extremistas revolucionarios, que a veces decían que, cuanto peor les fuese a los trabajadores, tanto mejor para la revolución. Obviamente, no todos los veganos son como Francione. En cualquier caso, sería mejor para la salud de la gente y para la ecología del planeta y para la conciencia moral que se consumiera bastante menos carne, a lo cual ayudaría que esta fuera más cara.
¿Es ecológico el deseo que plantea en uno de sus libros de que al morir le gustaría que lo coman los buitres?
Una vez que haya muerto, ya no tendré preferencias. Pero ahora, cuando todavía vivo, si me dan a elegir, me hace más gracia la idea de que me coman los buitres (o los cóndores) y de volar con ellos por los aires que la de que me coman los gusanos debajo de la tierra. Lo que menos me gusta (por antiecológico) es la cremación. En la naturaleza todo se recicla. Prefiero que, cuando me muera, las moléculas orgánicas de que estoy hecho se reciclen y pervivan en otros seres vivos.