Un cambio táctico en el momento justo condujo a Joachim Löw al partido por el que llevaba diez años trabajando: la final del Mundial de fútbol.
En los torneos cortos, un error puede condenar a un equipo al adiós pese a una década de preparación, pero un acierto es capaz de galvanizar el grupo hasta transformarlo en favorito indiscutible para ganar el título, como le sucede a Alemania el domingo ante Argentina.
Löw acertó el 4 de julio en los cuartos de final del Mundial de Brasil ante Francia, cuando después de una primera fase irregular y unos octavos sobre el filo de la navaja, decidió que había llegado el momento de volver a los orígenes.
Philipp Lahm, capitán del equipo, dejó el centro del campo para regresar al lateral derecho, mientras que Sami Khedira volvió al once titular después de dos partidos en el banquillo para formar una potente medular junto Bastian Schweinsteiger y Toni Kroos.
Además, el técnico recuperó con Miroslav Klose un delantero centro clásico y se olvidó del "falso nueve" que popularizó el entrendor español Josep Guardiola.
Khedira y Schweinsteiger, que llegaron a Brasil después de largas lesiones, terminaron extenuados, pero la Alemania "desguardiolizada" venció 1-0 e hizo su mejor partido. En semifinales, Löw repitió la misma alineación y el equipo explotó.
"A Sami le vino bien estar dos partidos sin jugar. Después de una lesión tan larga, sabíamos que no podría aguantar siete partidos de este nivel", dijo el entrenador tras el magnífico partido del centrocampista del Real Madrid en el histórico 7-1 a Brasil.
El resultado fue desconcertante incluso para los alemanes, pero Löw, un hombre equilibrado en la derrota y en la victoria, mantuvo el foco sobre su verdadero objetivo. "Este equipo está decidido a ganar la final, y vamos a mantener la concentración", advirtió.
Löw está donde quería estar cuando el 29 de julio de 2004 aceptó la invitación de Jürgen Klinsmann para unirse a él como asistente en una aventura incierta al frente de la selección alemana.
Los dos técnicos hablaron durante horas en la casa de un amigo de Klinsmann a orillas del lago Como, en Italia, donde esbozaron las líneas maestras de la revolución que llevarían a cabo en el fútbol germano.
Klinsmann, campeón del mundo en 1990 como jugador, era el alma carismática. Löw, un discreto ex futbolista al que todos llamaban "Jogi", fue el cerebro futbolístico.
"Había sido profesional durante 18 años, y en esos 18 años ningún técnico supo explicarme cómo se mueve una defensa de cuatro. Con 'Jogi' lo entendí en un minuto", recordó el actual técnico de Estados Unidos. "Lo que me fascinaba era su forma de pensar clara y directa".
Klinsmann, entonces a punto de cumplir 40 años, había entrado en contacto con Löw, cinco años mayor, al formarse como técnico en la escuela deportiva de Hennef. Juntos revitalizaron a una alicaída Alemania y la llevaron a las semifinales de su Mundial en 2006, para entusiasmo de millones de compatriotas.
En dos años, la dupla sacudió todos los estamentos del fútbol alemán y modernizó su funcionamiento, incorporando un mánager, entrenadores físicos importados de Estados Unidos, psicólogos deportivos y expertos de otros deportes.
Tras la salida de Klinsmann en 2006, Löw asumió de forma natural su relevo y profundizó la transformación del equipo, que se apartó del estilo tradicional alemán de choque y fuerza para abrazar un fútbol más técnico y depurado.
Durante años, el técnico chocó contra su espejo, la España de sus admirados Xavi Hernández y Andrés Iniesta. Ante ellos perdió la final de la Eurocopa 2008 y las semifinales del Mundial de 2010.
Pese a las derrotas -también cayó en las semifinales de la Eurocopa 2012-, la Federación Alemana (DFB) siguió confiando en el trabajo de Löw, que tiene contrato hasta 2016 y que nunca cayó por debajo de los cuatro mejores en todos sus torneos.
"Sé que tuve mucha suerte en mi carrera como entrenador", confesó Löw en una entrevista en 2012 con la revista alemana "11 Freunde", que le preguntó dónde estaría si no hubiera recibido la llamada de Klinsmann. "Ni idea -respondió-, quizá sería entrenador del Leoben".
Después de más de 100 partidos al frente de Alemania, hoy parece algo impensable que el elegante técnico de 54 años pudiera dirigir en las divisiones inferiores del fútbol austriaco, pero su palmarés apenas se reduce hasta ahora a una Copa Alemana con el Stuttgart y una Liga austriaca con el Innsbruck. El domingo le espera en Maracaná la oportunidad por la que lleva diez años trabajando.