Demasiada franqueza. Cuando recibió el premio Booker por su novela El mar, en 2005, John Banville dio un discurso que rompió los protocolos británicos. Al agradecer  dijo: "Es agradable ver a una obra de arte ganar el Booker". Se escucharon algunos aplausos, en medio de un gran silencio. En la lista de finalistas de ese año estaban Julian Barnes, Kazuo Ishiguro y Zadie Smith.

"Todo el mundo se enfadó", recordaría después. "Estaba siendo malvado, pero también decía una verdad. Yo intento que mis novelas sean obras de arte, como puede serlo un gran poema, un buen cuadro o una buena película".

El premio Booker le dio  visibilidad internacional a la obra de Banville, pero no ganó popularidad entre sus colegas.

El episodio describe el carácter del escritor irlandés más relevante de la actualidad. Un narrador obsesivo con la forma y el estilo, con la imagen y el ritmo; lector exigente, crítico feroz y de frases terribles: en The New York Review of Books, donde escribe habitualmente,  comentó  que Sábado de Ian McEwan era una novela "desalentadoramente mala".

Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2014 y candidato al Premio Nobel, John Banville visitará por primera vez Chile en mayo de 2015, invitado por el ciclo La Ciudad y las Palabras del Doctorado en Arquitectura de la UC, que es apoyado por La Tercera.  Considerado el mayor estilista en lengua inglesa hoy, Banville se une a una notable lista de autores que han visitado el país gracias al programa de la UC. Sólo este año vinieron Paul Auster, Siri Hustvedt y JM Coetzee, y el próximo 8 de enero estará el francés Philippe Claudel.

DOS VIDAS

En Wexford, un pueblo de Irlanda, nació Banville en 1945. Creció en un ambiente católico y provinciano. No fue a la universidad. Quiso huir rápido y se empleó en Aer Lingus, la línea aérea irlandesa, que le permitía viajar casi gratis a EE.UU. Más tarde trabajó como editor en The Irish Press y The Irish Times. Escribía novelas de día y editaba el diario de noche.

Lector de Joyce, Nabokov y Henry James, publicó su primer libro en 1970: la colección de cuentos Long Lankin. Pero su carrera literaria despegó en 1975 con Copérnico, volumen uno de su Trilogía de revoluciones. A ella se agregarían Kepler (1981) y La carta de Newton (1986), novelas que exploran en las certezas y dudas de esos genios enfrentados a la sociedad de su época.

Postuló por primera vez al Booker en 1989, con El libro de las pruebas, pero entonces ganó Ishiguro con Lo que queda del día.

Su momento de gloria vendría en 2005 con El mar, el relato de un historiador de arte que se retira a la costa tras la muerte de su esposa. Hasta entonces, Banville era considerado un escritor de escritores. Etiqueta que no le agrada: "Esa fama es un desastre, porque los escritores no compran libros, y si lo hacen es para apuñalarte por la espalda".

Por entonces Banville ya tenía un as bajo la manga: un alter ego, el escritor de novela negra Benjamin Black. Dice que llegó a él leyendo a las novelas de Simenon, pero "las buenas, las que no son de Maigret". Rescató un guión que había escrito para la televisión y que nunca se publicó y así nació El secreto de Christine. En ella vuelve al Dublín de los 50: "Aquel fue un tiempo oscuro, un tiempo de culpa, cigarrillos y secretos profundos, ideal para la intriga", dice. Su protagonista es Quirke, un médico forense alcohólico y desencantado "Creo que Black tiene talento para la ficción barata", ha dicho Banville.

ARTISTA Y ARTESANO

Desde entonces, el escritor irlandés funciona con dos cabezas. O dos estilos. Según Banville, Black es su gemelo oscuro. A él le gusta decir que es una versión de la novela de Stevenson: El misterioso caso de Mr. Banville y el Dr. Black.

"Para mí existen dos maneras de escribir, la del artista y la del artesano. Banville es el primero, Black, el segundo", dijo a El País. Las diferencias llegan hasta la forma y el ritmo de escritura. Banville escribe a mano; Black, en computador. "Pobre del viejo Banville, tarda tres, cuatro, cinco años en la escritura de un libro. Black lo hace en tres o cuatro meses. Los escritores de novela negra se molestan cuando digo esto, como si escribir sobre crímenes fuese algo inferior. Pero simplemente es diferente", dijo a Los Angeles Times.

Con Benjamin Black ha publicado ocho novelas, la última de ellas La rubia de los ojos negros, en la que revive al detective Philip Marlowe, a pedido de los herederos de Raymond Chandler.

Con la firma de Banville, publicó Los infinitos (2010) y Antigua luz (2012). Novelas crepusculares, la primera es sobre un matemático moribundo y la segunda sobre un actor mayor que recuerda un antiguo amor.

Premiado y aplaudido por la crítica, Banville dice que no se siente orgulloso de sus libros: "Son una vergüenza, una profunda fuente de pena. Son mejores que los de todos los demás, por supuesto, pero no son lo suficientemente buenos para mí", declaró en 2009 a la revista Paris Review.

Al agradecer el Premio Príncipe de Asturias en octubre pasado, dio más luces sobre aquella obsesión: "Como escritores, afilamos nuestras frases para que alcancen el corazón de las cosas. Pero eso no sucederá, somos demasiado torpes. Sin embargo, perseveramos en nuestro intento de expresar la existencia (...). Nunca lo conseguiremos, pero como bien sabía mi compatriota Samuel Beckett, nuestra gloria estriba en persistir, desalentados, pero jamás vencidos". Y concluyó: "He dedicado mi vida a batallar con las frases. No puedo imaginar existencia más privilegiada".