John Banville: "El novelista es un agente secreto"
<p>Pasó inesperadamente: de pronto el escritor irlandés obsesionado con el estilo se disfrazó de Benjamin Black y empezó a facturar novelas policiales sin descanso. A propósito del arribo de la última, El lémur, Banville habla con<strong> La Tercera</strong>.</p>
Después de 25 años, el jueves pasado la Biblioteca Británica sacó a la luz las memorias de Anthony Blunt, uno de los más inquietantes espías de la Unión Soviética en Occidente. Profesor de Cambrigde, Caballero del Reino Unido, reconocido historiador del arte y curador de la colección de cuadros de la Reina Isabel II, en 1979 su doble identidad fue expuesta públicamente por Margaret Thatcher. La vida de Blunt cayó en ruinas. Perdió los títulos y su trabajo; desapareció del mapa. Cinco años después fallecería. Doce años atrás, John Banville (63) se adelantó a las memorias de Blunt explorando sus ambigüedades en la novela El intocable. "Supongo que me interesan los de mi clase", dice el escritor irlandés.
Sí, es verdad: Banville, como Blunt, tiene más de una vida. De los 60 hasta hoy, cronológicamente: como periodista llegó a ser sub editor de Irish Time, escapó de la falta de inspiración explorando la arquitectura de la ciencia con libros sobre Newton, Copérnico y Kepler, y se inmiscuyó con éxito en la superpoblada escena de la literatura negra bajo la identidad de Benjamin Black. Es casi una rutina transformista en la que periódicamente Banville modifica la trama. Cambia de tema. El estilo no lo toca. Es su marca. Ya lo dijo George Steiner: "Banville es el mayor estilista de la lengua inglesa".
Desde Dublín, el escritor refuerza estas ideas: "Considero que el contenido está subordinado al estilo. Ciertamente, creo que el contenido es un aspecto de la forma. El estilo hace a una novela lo que es. Para bien o para mal".
MR. BLACK FLUYE
Fue culpa de George Simenon. Bien instruido por su amigo, el filósofo John Gray, Banville leyó las novelas que no protagoniza el inspector Magret y quedó en schock: "Quedé impresionado por los efectos, la profundidad y la seriedad que Simenon podía alcanzar con un estilo simple y un pequeño vocabulario", cuenta. Tomó un viejo guión que nunca fue llevado a la televisión, lo ajustó a los moldes del policial y apareció El secreto de Christine (2007), la primera saga del detective Quirke. "No sabía que podía escribir como Benjamin Black hasta que empecé. Y una vez que lo hice quedé impresionado de lo fluido que Mr. Black podía escribir", explica.
Mientras Banville mastica lentamente una nueva novela, la bibliografía de Black crece: el año pasado publicó El otro nombre de Laura y recientemente El lémur, que acaba de llegar a Chile. Publicada originalmente por entregas en The New York Times Magazine, narra el intento del periodista John Glass de escribir la biografía de su suegro, un acaudalado empresario comunicacional y antiguo hombre fuerte de la CIA. Todo sale mal: un viejo secreto lo enreda en un asesinato y Glass, su vida y su familia, son amenazados.
Otro agente secreto en sus libros. ¿Qué le atrae de los espías?
Bueno, el novelista, como lo conocemos, es una especie de agente secreto, viviendo entre humanos y constantemente recolectando información, acumulando inteligencia. Como dije, me atraen los de mi clase.
FORD VS MCEWAN
Cuando en 2005 el premio Booker recayó en su novela El mar, Banville salió definitivamente de esa categoría de "escritor para escritores". "Ciertamente vendí más de lo que esperaba. Pero no considero que los premios juzguen mi trabajo", dice. El ya tenía una opinión: felicitó al jurado por haber premiado una "novela de verdad".
Pero si se trata de opiniones, fue otra la que provocó controvesia: su critica de Sábado, de Ian McEwan, fue demoledora. Lo calificó como un libro "ridículo" y "desalentadoramente malo". Todavía no cambia de parecer: "Me preocupó mucho más la recepción crítica de la novela que el libro mismo. Cuando la leí, me impactó que esa insignificante novela hubiese sido recibida casi con un elogio universal y asumí que se debía a los efectos del 9/11", recuerda.
Reseñista en vez de crítico según sus palabras, Banville dice "enorgullecerse" de su labor: "Tal como un carpitero se enorgullece de una mesa fina o una silla elegante". El único problema es que el irlandés encuentra pocos materiales nobles: "Me interesan muy pocos escritores vivos. Creo que Richard Ford es el mejor de los americanos y siempre encuentro estimulante el trabajo de Martin Amis. Por supuesto, Amis es un maravilloso estilista".
UNA ORACION
A fines de los 70, aún Banville no podía ver a los maestros irlandeses como James Joyce, Samuel Beckett y William Yeats simplemente como si fueran "viejos moais de la Isla de Pascua". Trabajaba en el diario Irish Times y había publicado un par de libros de cuentos y una novela. De pronto se quedó en blanco. Mientras la ficción lo abandonaba, apareció la ciencia: entre 1981 y 1984 publicó las novelas Kepler, La carta de Newton y Copérnico. No son biografías, sino exploraciones en la mente científica. De nuevo, lo atraían unos de su clase.
¿Se obsesionó con el funcionamiento de la ciencia?
Estoy muy interesado en la ciencia. Científicos creativos como Copérnico y Kepler me parece que son un tipo de artistas (y ellos son artistas) que pasan su vida tratando de inventar un sistema que explique los fenómenos de un mundo caótico.
En La carta de Newton, el narrador dice: "He perdido la confianza en la primacía del texto". ¿Le ha pasado algo similar?
Pasa todo el tiempo. Los escritores siempre desconfiamos del texto, desconfiamos del lenguaje, desconfiamos de las palabras. Pero si me preguntaran cuál es la gran invención de la humanidad, diría: la oración.
Por eso Banville vuelve: en septiembre lanza The infinities, novela que transcurre en un solo día, en que un matemático agoniza. Lo acecha el objeto de estudio que lo hizo famoso: el infinito. Un ejercicio de estilo viene en camino.
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