John Carlin fue un testigo privilegiado del proceso político sudafricano. Como corresponsal del diario londinense The Independent vivió el fin del apartheid y la profunda transformación experimentada por ese país. Su libro El factor humano, llevado al cine por Clint Eastwood a través del filme Invictus, resume en parte ese proceso y el rol clave que jugó el deporte en la conformación de la nueva Sudáfrica. En conversación con La Tercera habla sobre el impacto que tuvo Nelson Mandela en el país.
¿Cuál es el legado de Mandela?
El legado no sólo es para Sudáfrica ni para Africa, sino que para todo el mundo. Es un ejemplo para la eternidad de un enorme liderazgo político expresado, en este caso, de cómo Mandela logró unir a un país profundamente dividido durante siglos y cómo logró sanar las heridas.
¿Con qué personaje de la historia puede ser comparado el trabajo realizado por Mandela?
Quizás con (Abraham) Lincoln, en Estados Unidos. El fue un presidente que primero se enfrentó al tema de la discriminación racial. La Guerra Civil fue en alguna medida una contienda sobre el tema racial para acabar con la esclavitud en el sur de Estados Unidos y él lideró esa guerra. También fue un líder que estuvo presente en esa época de división total, que representa cualquier guerra, pero también un líder unificador. Creo que hay muy pocos líderes políticos en la historia y, sin duda, en la historia reciente, cuyo objetivo principal haya sido unir, sino que se centran en fines políticos como dividir y a través de la división intentar denigrar al rival político y de esa manera sacar votos y lograr el poder. Mientras que la visión de Mandela, que fue tremendamente exitosa, fue de unión y de reconciliación.
¿Cómo se observa el impacto de Mandela en la Sudáfrica actual?
Nunca hubo una contrarrevolución. Lo lógico habría sido que una vez que Mandela le quitara el poder a esa minoría blanca, que lo había controlado durante el apartheid y antes, se hubiese creado un movimiento armado, contrarrevolucionario, terrorista, de parte de la derecha o la extrema derecha blanca, que fue el grupo de la población que más se resistió a Mandela y a su proyecto democrático. Eso no ocurrió, pese a que existía una gran amenaza de que sí iba a ocurrir y de que había mucha gente armada, con capacidad militar preparada para lo que alguna vez llamaron la guerra de la liberación blanca. Eso nunca se materializó. Fue un pronóstico negativo que no ocurrió, pero creo que fue tremendamente importante que no haya sucedido. Por otro lado, la democracia sudafricana tiene hoy todos los elementos básicos que uno busca en una democracia: hay libertad de expresión, de prensa, las elecciones no son cuestionadas.
¿Cómo son las relaciones entre blancos y negros?
A nivel cotidiano son sorprendentemente buenas y respetuosas. En estos puntos se demuestra de manera concreta el impacto que tuvo Mandela. Además, es interesante comparar la democracia sudafricana con la democracia rusa, ya que ambos países llegaron a la democracia más o menos al mismo tiempo, y creo que no hay ninguna duda de que la democracia sudafricana corresponde mucho más a la visión consensuada que tenemos en el mundo de lo que tiene que ser una democracia. En Rusia, por ejemplo, la libertad de prensa está seriamente limitada, como lo está la independencia del Poder Judicial.
¿Cómo es la calidad de vida de los negros en la actualidad en Sudáfrica?
Todo depende con quién hables. Lo que sí es verdad es que cuando yo llegué a Sudáfrica en 1989, que es el último año puro y duro del apartheid, un año antes de la liberación de Mandela, el concepto clase media negra era inimaginable. Todos vivían en la pobreza. Hoy en día, hay una clase media importante. Sudáfrica es un país de cerca de 45 millones de habitantes y en general se habla de una cifra de seis o siete millones de personas que ocupan la clase media, es decir, gente negra que antes no sólo eran pobres o sus familiares lo eran, sino que tampoco tenían derecho al voto. Eso es importante. Lo que también es verdad, es que hay una especie de mar de pobreza que rodea a esta relativa prosperidad y se critica mucho al gobierno por no haber hecho más. Yo creo que para que eso se resuelva, en el mundo no existen varitas mágicas que permitan que después de siglos de desigualdad social, esto se arregle de un día para otro. Es un proceso gradual, pero lo que sí es verdad es que una proporción mayor de gente negra ahora tiene acceso a agua potable, electricidad, viviendas decentes, que antes.
¿Cuál es el impacto que tuvo Mandela en las generaciones más jóvenes, o es una figura de la historia?
Sigue estando muy presente, aunque estuvo retirado de la política y la vida pública por muchos años. El hecho es que estuvo muy presente; cuando estornudaba, todo el país se paraba, viendo qué pasa.
¿Cuál fue su influencia para el resto de los países africanos?
Lo que está claro es que desde que llegó la democracia a Sudáfrica, se convirtió en una potencia económica muy grande en el resto de Africa. Además, tiene una relación con el resto del continente parecida a la que tiene Estados Unidos con América Latina. Lo que sí hay consenso en Africa es que Mandela fue la gran figura del continente, en ese sentido, tiene que tener un impacto.
¿Cómo se ven las perspectivas de Sudáfrica para el futuro, teniendo en cuenta el legado de Mandela?
Se ha perdido un poco el rumbo moral que trazó Mandela en los últimos años y quizás se podría recuperar. Esto, por la corrupción que existe en el aparato estatal, por ejemplo. La ineficiencia gubernamental también. Creo que lo importante es que Sudáfrica es un país democrático estable, que vive en un estado de derecho potente y determinante. Y no hay señales de que eso cambie. Durante el apartheid, fue un país especial en el que todo el mundo se enfocaba. Ahora se ha convertido en un país más normal, más como los demás, en los cuales los problemas son fundamentalmente económicos y también conectado con los problemas de delincuencia y cierto grado de corrupción.b