Infancias golpeadas, números de circo, un escritor de cara a su presente y su pasado, la religión organizada como factor. Que nadie diga que no hay temas "irvinguianos" en el último libro de John Irving, Avenida de los misterios. En su regreso a los escaparates, el celebrado autor de El mundo según Garp descree nuevamente de los golpes de timón y no decepciona a los seguidores, que son legión, sorprendiendo e incomodando sin perder el sentido del humor.
Narrador torrencial y superventas recurrente, Irving (Exeter, New Hampshire, 1942) sitúa su última trama en México y en Filipinas, en 1970 y 2010, siguiendo los pasos de un niño que vive y aprende a leer en un basurero de Oaxaca para convertirse en afamado novelista. En conversación telefónica con La Tercera desde la Feria del Libro de Oaxaca, el autor se muestra consciente del lugar que ocupan los narradores en su escritura: "Seis protagonistas en 14 novelas", entre ellos Garp, John Weelhwright (Una oración por Owen), y Ted y Ruth Cole (Una mujer difícil). Pero aclara que no se trata de alter egos.
"Los hago escritores por razones que no tienen nada que ver con el hecho de que yo sea escritor", dice, "sino con lo que quiero que les pase. Y si quiero que sean gente que vive buena parte de su vida en su imaginación, hacer del personaje un escritor es un modo de establecerlo. Juan Diego (el protagonista del nuevo libro) es un hombre solitario y desdichado, que se siente más vivo en el pasado, en su niñez en México, y parece estar plenamente consciente de sus carencias como adulto. Hacer de él un escritor de ficción, no darle ni esposa ni hijos, es una manera de aislarlo de la realidad de su existencia presente y de las circunstancias. Juan Diego tiene una afección cardíaca, toma un medicamento que lo desconecta de la realidad, que afecta sus sueños. Hay hechos de infancia que eclipsaron el resto de su vida. Y que sea un escritor hace esta situación más fascinante.
Pero cada escritor protagonista lo ha sido por razones distintas…
Sí. En el caso de Una mujer difícil (1998), hice de Ruth una escritora porque es algo que la mete en problemas. Ella quiere contar una historia sobre una prostituta, así que le paga a una prostituta para que le permita observarla con un cliente, algo que jamás haría ninguna mujer que conozco, a menos que esa mujer fuese una escritora que quisiera escribir acerca de algo y tuviese que ver algo para escribir.
Su obra ha sido comparada con la de Dickens, quien es evocado en Avenida…, y Ud. cita en ella a autores como Charlotte Brönté. ¿Se considera clásico en su estilo y sus gustos?
Las novelas que más me han marcado fueron algunas de las novelas fundamentales del siglo XIX. Las de Herman Melville, Nathaniel Hawthorne, Charles Dickens, Thomas Hardy. Esas intrigas centradas en los personajes, esas novelas chapadas a la antigua, fueron las que me hicieron querer convertirme en novelista. No hubo nada moderno ni contemporáneo que me hiciera desear imitarlo, hasta que me encontré, ya en la universidad, los trabajos de Günter Grass, que por su parte es también un narrador a la manera del siglo XIX. Poco después descubrí a Gabriel García Márquez, otro narrador "decimonónico". Ahora, es cierto que la política, en la mayoría de sus libros, es contemporánea, y el lugar de la moral en su obra es moderno. Pero la arquitectura es muy decimonónica.
¿Qué aprendió de autores "modernos", como Kurt Vonnegut?
Fui alumno suyo y más tarde ambos vivimos en Nueva York y fuimos vecinos en un pequeño pueblo de Long Island. Fue mi primer mentor, el primer lector de mi primera novela (Libertad para los osos) y uno de mis amigos más queridos. Fuimos muy cercanos y él fue algo así como una figura paterna para mí. En cuanto a la escritura, no fuimos tan cercanos. A él, por ejemplo, le gustaban las oraciones muy cortas, y a mí me gustan muy largas. Tuvimos, eso sí, una afición en común por la comedia.
¿Conoció a José Donoso, que fue profesor en Iowa?
José Donoso… Ah, ¡Pepe! Lo conocí bastante bien, pero socialmente. El y Kurt fueron amigos, y creo que la primera vez que lo vi fue en la casa de Vonnegut. Era un buen tipo. Nos relacionamos cordialmente cuando nos veíamos, pero no tuvimos una relación de profesor-alumno.
¿Cómo incide la comedia cuando se hace un statement político, como en Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra (1985)?
Seis de mis novelas son lo que llamaría "novelas políticas". Ciertamente lo es Príncipes de Maine… y ciertamente lo son El mundo según Garp y Un hijo del circo. Ahora, si son seis de 14, eso quiere decir que un poco menos de la mitad de mis novelas son políticas. En último término, soy un escritor tragicómico. Lo que pasa en mis novelas siempre es trágico. Mis novelas se ponen en el peor de los casos, ocurre en ellas las peores cosas que puedo imaginar a gente a la que quiero o con la que deseo que el lector simpatice. El propósito de mi escritura es crear una tragedia -y en ese sentido podría decir que soy un autor trágico-, pero soy tragicómico porque uno tiene que usar la voz con la que nació, no puede no hacerlo. La comedia está inscrita en el modo en que uno dice las cosas. Ahora, si algo es cómico y sigue así hasta el momento en que deja de serlo, la tragedia nos afecta con más fuerza. Me gusta esa combinación.
Sus líos con el cine
No es sólo que dos de sus libros se adentren en tierras fílmicas (La novia imaginaria y Mis líos con el cine, ficción y no-ficción, respectivamente) ni que haya ganado un Oscar a mejor guión por Las reglas de la vida (1999, adaptación de Príncipes…). Lo que ha terminado siendo la 14ª novela de John Irving, iba originalmente a ser una película. Cuenta que hace un cuarto de siglo se puso a trabajar en un guión de una película ambientada en la India, sobre niños trabajando en circos. Pero cuando supo que en México también los había, cambió de locación y en algún punto decidió hacer una novela. Dice que el guión estaba antes que el libro y que ahora falta reescribirlo para pensar en serio en un filme. Eso sí, tiene que robarle tiempo a la escritura que hace ya dos años lo tiene convirtiendo El mundo según Garp en una miniserie de 5 episodios para HBO.
¿Qué lecciones extrajo de la escritura de Las reglas de la vida?
Tuve la suerte de haber aprendido a escribir guiones antes de escribir el de Las reglas... Libertad para los osos (1968) se pensó para el cine y me contrataron para trabajar con el director Irvin Kershner. Estuvimos trabajando a lo largo de dos años en Viena. Nunca logramos que la película se hiciera, pero Kershner era un gran director y me enseñó a escribir un guión. De modo que me expuse a este proceso siendo alguien que recién había publicado su primera novela. Aprendí muchísimo de una película que nunca se hizo. En comparación, Las reglas… fue fácil.
¿Cómo ha sido escribir para HBO?
Se me hizo cómoda la modalidad de escritura para la pantalla. Tuve que hacerlo y me gusta hacerlo. Es muy distinto de escribir una novela, pero por ejemplo me ha enseñado mucho respecto de dónde comenzar y dónde terminar una escena. El trabajo en el cine me ha servido como novelista y mi experiencia como novelista me ayuda como guionista. He vivido en esos dos mundos desde mi primera novela. No es nuevo para mí.
Cuando no escribe, ¿ve series?
Veo cosas, pero no hay muchas que me gusten. Me gustó True Detective. Me gustó Six feet under. Mi esposa y mis hijos ven más series que yo. Son ellos los que me dicen, deberías ver ésta o esta otra. Yo estoy escribiendo mi propia miniserie en este momento y no estoy muy interesado en las del resto (risas). Dicho esto, no le presto mucha atención a la cultura contemporánea.
El caso Trump
Arrasado aún por el triunfo electoral de Donald Trump, Irving escribió una columna que El País de España publicó hace diez días. En ella dice que, "como he imaginado muchas veces desde las elecciones: Múnich o Berlín, durante la década de 1930, debían de parecerse mucho al Estados Unidos actual". Con este ensayo, titulado La gran bestia ha hablado, dice que ha dicho todo lo que debía sobre el tema. Pero siempre puede haber algo más.
¿Cómo altera este resultado su manera de ver el futuro?
Desgraciadamente, esperaba que hubiese problemas y escribí antes al respecto: esto puede pasar, espero que no, pero podría pasar. Los medios estaban muy sorprendidos, pero no debieron haberlo estado y de algún modo contribuyeron. Ahora, no necesito a alguien como Donald Trump que me recuerde que el Partido Republicano es malo: malo para Estados Unidos y malo para el mundo. De hecho, muchos de quienes Trump se ha rodeado, de quienes han estado detrás suyo, son en mi opinión peores que él.