John Lydon (60) sabía que dormía con el enemigo. A fines de los 70, cuando su liderazgo al frente de Sex Pistols lo comenzaba a perfilar como el rostro y la garganta más paradigmática en la historia del punk, sus más fieros antagonistas no lo enfrentaban desde la elite, la corona británica o el thatcherismo: "Mis mayores enemigos eran los propios punks".
"Todos los prejuicios que existían en torno a mí no venían de músicos de otros estilos, ¡sino que de la gente que decía profesar la misma filosofía que yo! Ellos empezaron a crear sus propias barreras y conceptos de lo que era ser punk, crearon reglas ridículas e hicieron que muchos que querían hacerse punks finalmente no pudieran. ¡Y las reglas son para los tontos! Me topé durante años con esta clase de personas que no lograban entenderme a mí, que era el rey del punk. Y por eso hoy los grupos punks son todos una gran mierda", reclama el inglés, al teléfono con La Tercera desde su tierra natal.
Luego que en 1975 se convirtiera en el líder de los Pistols -tras ser fichado cuando el mánager que inventó al grupo, Malcolm McLaren, lo vio con una polera que rezaba "yo odio a Pink Floyd"-, John Lydon se rebautizó como Johnny Rotten, se confesó como un anticristo en el clásico Anarchy in the UK, y puso su voz afilada en esa descarga eléctrica que encarnó el álbum Never mind the bollocks (1977), el único que le bastó al conjunto para adjudicarse un espacio en la cultura del siglo XX.
Pero la victoria fue tan apresurada como la derrota. Después de la gloria fulminante, Rotten lo destruyó todo. Hastiado de ver como el punk se reciclaba en mercancía y en un estilo rehén de su dogmatismo, y de como su figura ganaba reputación de inepto y patán, decidió volar hasta Jamaica para rastrear otras inspiraciones, fue hasta una radio londinense para hablar de reggae y literatura, y fundó una nueva agrupación, Public Image Ltd. (PiL). De paso, diseñó las bases del post-punk: ese estilo que intentó escapar del ruido y los mohicanos para abrazar el ska, la electrónica, la militancia política y un festín infinito de influencias, universo expansivo que agrupó desde Joy Division hasta U2.
"Para mí, ser punk siempre fue estar en cambio permanente, transformarse sin imitar a nadie. Cuando los Pistols se acabaron y formé PiL, no me estaba distanciado de nada, al contrario, por primera vez me estaba acercando a la música que realmente me gustaba. Y esa experimentación es lo que me mantiene vivo, porque así se resume mi vida, como un caos ambulante. Así también es PiL", define ante el grupo que viene el 14 de agosto al centro de eventos Blondie (Ticketek, $25.000 general y $40.000 preferencial), a presentar su disco What the world needs now.
Usted tuvo una infancia muy pobre y enfermó de meningitis. ¿Influyó eso en su personalidad?
Sufrir eso fue una de las cosas más duras que me tocó vivir, pero sobreviví, aunque me haya dejado con secuelas hasta hoy. Pero logré superar algo que iba a matarme y tan sólo eso me hizo pensar: 'Di siempre la verdad Johnny, nunca mientas, porque el destino te está dando otra oportunidad'.
¿Se imaginaba convertido en un artista de relevancia?
Antes de los Sex Pistols, nunca había intentado cantar. Debido a mi temor hacia los sacerdotes, pasé toda mi vida evitando el coro de la iglesia. Fui criado bajo el catolicismo, pero siempre les tuve mucho temor a los curas, ellos se portaban mal en Europa y en todos lados.
Fue adolescente en la década de The Beatles y Pink Floyd. ¿Escuchó esas bandas que después el punk intentó sepultar?
Sí, porque mis padres eran ávidos coleccionistas de música. Los Beatles siempre estaban sonando, ni siquiera les tenía que poner atención, porque estaban siempre ahí. Pero no me gustaban, sólo me cautivaba uno que otro tema. Además, The Beatles jamás habría existido sin Lennon, pero él habría existido igual sin los Beatles.
¿Y los Rolling Stones?
Se nota que ellos aún se divierten mucho. O sea, Mick Jagger aún tiene mucha energía, pero no estoy tan seguro sobre el resto del grupo. Siento que ellos están un poco perdidos y eso me da pena. Pero jamás olvidaré que Mick nos hizo muchísimos favores.
Alto. Es real: Jagger cumplió un rol clave en la fugaz sobrevivencia de Sex Pistols. Cuando en 1978 el bajista Sid Vicious -que moriría por sobredosis un año después- fue acusado de asesinar a su novia, Nancy Spungen, el líder de los Stones le pagó los abogados. "Siempre vamos a estar agradecidos de él. Sid tenía muchos problemas mentales. La paranoia era uno de ellos y me siento culpable de haberlo expuesto a una situación tan difícil. Yo le presenté a Nancy y me arrepentiré toda mi vida de eso".
¿Cómo esos problemas influyeron en Never Mind the Bollocks?
Aunque lo disfrutamos, hubo mucha turbulencia. Lo peor fue que Sid contrajo hepatitis a causa del abuso de la heroína y eso interrumpió una y otra vez el trabajo. Yo resentí mucho que él fuera un adicto, porque sentí que estaba desperdiciando el tiempo de todos. Era mi amigo, lo extraño, pero debo decir la verdad: no fue un álbum fácil de hacer, fue mucho trabajo, era difícil mantenerse enfocado y había tensión entre todos.
¿Por qué los Pistols siguen siendo un grupo tan citado?
Porque fueron la única banda que habló con la verdad y todo lo que yo decía ahí se ha ido cumpliendo, en especial lo que tiene que ver con política. Fuimos pioneros, no había nadie antes, sólo un montón de personas mayores de Nueva York que leyeron demasiada mala poesía. Por otro lado, escribíamos de lo que nos pasaba, de nuestra vida, un mensaje que ninguna banda neoyorquina entregó jamás.
¿Ni The Ramones o Television?
Están ok, pero no fueron relevante en ningún tiempo o circunstancia, no hablaban de cosas que sí importaban, como la vida de la gente que paga sus rentas y esas cosas. No eran útiles, sólo unos adictos al ego que querían hacerse famosos. Eran unos intelectualoides. Yo lidiaba con la pobreza, con una realidad que no tenía nada que ver con sus fantasías artísticas.
Hay muchos estilos a los que se les ha asignado cierto espíritu punk, como el hip hop o el grunge. También hay grupos como Green Day clasificados de esa forma.
El rap habla todo el rato de lo mismo y al final sólo te demuestra que no tienen idea lo que están diciendo. Sus cantantes llevan una vida falsa, por tanto no pueden entregar un mensaje real. Y Green Day no es una banda, son apenas una muestra en vitrina sobre como ser punks de fin de semana.
Ahora volverá a Chile, el país al que vino en 1996 con Sex Pistols, show al que le dedica muchas páginas de su última biografía.
Sí, porque esa vez tocamos cerca de la casa de gobierno y fue muy fuerte conocer esos lugares. Vimos el cambio de guardia y tratamos de no olvidar las torturas, todo lo que la gente sufrió en esos sitios. Es curioso que haya existido una fijación militar cuando no habían pasado ni 10 años de la Dictadura. Y otra cosa: cuando me enteré que Alexis Sánchez -que juega en mi equipo, el Arsenal- era chileno, fue buenísimo. ¿Cómo no voy a sentir ese nivel de afecto por ustedes?