Jonas Kaufmann, cantante lírico alemán: "Que te llamen el tenor más grande del mundo es un arma de doble filo"
El aplaudido intérprete viene el 18 de agosto. Acá habla de sus gustos, su voz y del balance entre atractivo físico y talento.

La única vez que Alemania estuvo a punto de conquistar el mundo a través de un tenor, una maldita escala de piedras impidió la hazaña. Fue hace 40 años, tras una noche de cervezas en un coto de caza del sur de Alemania cuando el tenor renano Fritz Wunderlich, gran intérprete de Mozart, Wagner y Rossini, tuvo la infausta ocurrencia de levantarse de la cama y bajar a decir buenas noches al primer piso del castillo taberna. Tropezó en un escalón, giró en 180 grados, cayó de nuca al piso y horas más tardes moría tras una corta agonía precedida por un coma del que jamás despertó. Tenía 35 años, los mismos a los que llegó Mozart, el compositor que lo hizo famoso.
También Mozart ayudó a Jonas Kaufmann (1969) a hacerse conocido en el año 2003 y en este caso no hubo malos pasos ni tropiezos que impidieran que el tenor bávaro conquistara la escena mundial. Para ello, pasarían 10 años, los suficientes para decir que Kaufmann es el primer cantante alemán global, el hombre que sucedió a generaciones de italianos, españoles y suecos (es decir, Pavarotti, Di Stefano, Domingo, Carreras, Björling o Gedda, entre muchos) en la hegemonía de la lírica. Kaufmann, además, tiene un arma que ninguno de sus antecesores manejó, a excepción tal vez del italiano Franco Corelli: una apostura física y presencia escénica rara en la ópera.
En tiempos de imágenes y donde el público conoce la ópera por Youtube y luego quizás por un disco, Jonas Kaufmann parece haber llegado en el momento preciso y por la ventana adecuada. Su imagen está unida a su voz en forma indisoluble. Por si fuera poco, su versatilidad es única (como Domingo, que canta de Wagner a Rossini) y, ya lo sabemos, su presencia está en la línea de las exigencias actuales de la lírica. También, con la línea de exigencias de Hollywood o la pequeña pantalla.
Si a la destacada soprano estadounidense Deborah Voigt la despidieron en 2004 de una ópera en el Covent Garden de Londres por no caber en el vestido, ¿por qué no cabría pedir la misma medida de rigor para los tenores? Después de todo, Voigt fue recibida cuatro años después en el mismo escenario, con 50 kilos menos. Ahora sus medidas sí se ajustaban al pequeño traje negro del rol principal de Ariadna en Naxos, la ópera que en esa misma temporada compartió cartel con Tosca, de Giacomo Puccini. La protagonizaba Kaufmann y fue su definitivo momento de inflexión en el escenario londinense
Hoy, Jonas Kaufmann es asociado masivamente a Puccini, del que cantará al menos las arias Recondita armonia de Tosca y Nessun dorma de Turandot en el espectáculo del 18 de agosto, a las 21 horas, en el Movistar Arena, junto a la Filarmónica deSantiago, dirigida por el alemán Jochen Rieder. También es un intérprete dilecto de Verdi, Wagner, Bizet y Massenet, pero su último disco The Puccini album lo ha mantenido en la órbita del italiano durante todo 2016. Lo registró con el director anglo-italiano Antonio Pappano, uno de los maestros más cotizados de la actualidad y director del Covent Garden desde el 2002.
Sus últimos discos fueron Aida de Verdi y The Puccini album, ambos dirigidos por Antonio Pappano. ¿Cómo fue la experiencia?
Tony Pappano es un gran amigo y un maravilloso director. Por eso trabajar con él es siempre un gran placer. Creció escuchando ópera, oyendo las clases de canto de su padre, y luego él se convirtió en acompañante de cantantes. Con esto quiero decir que no hay muchos directores como él, que conocen el repertorio desde adentro, que saben cómo llevar el drama a la música y que al mismo tiempo pueden respirar junto al cantante. Nuestra primera obra fue La condenación de Fausto en 2002 en Bruselas y desde entonces hemos hecho una gran cantidad de óperas y grabaciones, sobre todo de repertorio italiano. Cuando hicimos The Puccini album, junto a la Orquesta de la Academia de Santa Cecilia en Roma, fue como estar en casa: ya teníamos un disco de Madama Butterfly y varias presentaciones de Tosca y Manon Lescaut en Londres. Aida fue diferente. Debido a su popularidad, antes de la grabación tenía muchos prejuicios. Del tipo “esta es la ópera perfecta para cantar a los turistas al aire libre”. Sin embargo, estudiándola, ensayándola con Tony y escuchando la forma de tocar de la Academia de Santa Cecilia, tuve que retractarme: Aida es una gran ópera.
Usted canta óperas francesas (Carmen), alemanas (La valquiria), italianas (de La traviata a La bohème) ¿Cómo logra esa versatilidad?
Estoy convencido de que cantar un repertorio mezclado es lo más saludable que puedo hacer: me mantiene flexible, vocal y musicalmente, y también en términos de estilos y lenguajes. Cuando planeo mis presentaciones me aseguro de que exista la mayor variedad posible. Verdi después de Wagner, Puccini tras Massenet, algunos recitales de canciones tras conciertos de ópera. Creo que cantar a Verdi me ayuda a interpretar a Wagner, y viceversa. Además, no soy del tipo de cantantes que gusta especializarse en roles específicos. Recorrer el mundo con sólo cinco o seis personajes me mataría de aburrimiento.
¿Le ha ayudado el aspecto físico en su carrera?
Al principio me sirvió mucho, especialmente en las sesiones de fotos, los reportajes en las revistas magazinescas y las apariciones en televisión. En esa época los medios me etiquetaron como una especie de “latin lover” y pasaron muchos años hasta que los periodistas se enfocaran en mi canto. No me malinterpreten: en la era de la televisión, el DVD y las transmisiones de óperas en los cines, el físico y las habilidades como actor de un cantante son muy importantes; pero creo que en la ópera eso no debería ser lo primero. Ahora, si eres afortunado lo tienes todo: talento en la interpretación, cualidades como actor y la capacidad de lucir tal como los personajes que interpretas. Para mí, lo esencial es la credibilidad y el compromiso emocional.
¿Su tono de voz oscuro le ayudó a crear personalidad artística?
Afortunadamente conocí a tiempo a Michael Rhodes (barítono estadounidense), quien me enseñó como “desenterrar” mi voz natural. Esto es lo mejor que probablemente le puede pasar a un cantante. Construir un instrumento con un timbre único es la condición indispensable para tener una gran carrera. Aún así creo que se necesita mucho más que eso para desarrollar tu propia “personalidad artística”.
¿Qué siente cuando es llamado el “tenor más grande del mundo” por The Daily Telegraph?
Es un arma de doble filo. Al principio te sientes halagado de leer tantos elogios, pero al mismo tiempo piensas: “Mmm, esto puede traer problemas”. Una aseveración así provoca objeciones. Hay muchos artistas que han sido etiquetados en términos “superlativos” y luego deben enfrentarse a artículos de prensa donde se habla de la publicidad que rodea sus carreras. Es una vieja historia: mientras más alto es el pedestal en el que te ponen, más grande será la caída. Personalmente, prefiero mantener los pies en la tierra y tratar de dar lo mejor de mí.
¿Aparte de Verdi, Puccini, Bizet y Mascagni, prepara algo especial para el concierto en Chile?
¡Sólo espera a los bises!( risas).
¿Está trabajando en algún nuevo disco?
Acabamos de terminar mi nuevo álbum, Dolce vita, que reúne una buena cantidad de canciones populares italianas desde Mattinata y Core’n grato a Volare de Domenico Modugno y Caruso de Lucio Dalla. Lo grabamos en Palermo junto a la Orquesta del Teatro Massimo, dirigida por Asher Fisch. Será lanzado el 7 de octubre en CD, vinilo y formato digital.
Además de la ópera, usted ha cantado y grabado bastantes lieder (canciones en alemán) ¿Es un escape del mundo de la ópera?
No lo llamaría así, sino más bien un desafío especial. Para mil el lieder es el rey de todos los géneros de canto. Requiere más delicadeza que cualquier otra disciplina. Más color, matices, control dinámico y el más sutil manejo de la música y el texto. Cuando cantas lieders estás expuesto todo el tiempo. Eres sólo tú y tu pianista, ambos son responsable de toda la velada y nadie puede culpar a otra persona si las cosas van mal. Por otro lado, eres libre en muchos otros aspectos que en una ópera no. No necesitas hacer concesiones, eres siempre sólo tú. Pero debes mantenerte arriba todo el concierto, del principio al fin. Y en lugar de contar una sola historia como en la ópera, narras 20 cuentos, cada uno diferente en carácter, estilo, lenguaje y expresión. Si algunos dicen que el lieder es un género pasado de moda o sólo para los ‘conocedores’, yo creo por el contrario que es para todos los que realmente aman la música clásica. Incluso si no sabes nada del contexto de las canciones, te conmueves con la música y sus letras. Crean una atmósfera contemplativa, escuchas tu voz interna y tus sentimientos.
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