Es el primero en llegar y el último en irse. Esa rutina, Jorge Arancibia Valencia (60 años) ha venido repitiéndola durante más de cuatro décadas, período en el que ha estado a cargo de una labor poco reconocida, pero muy sacrificada e importante en el fútbol.  El 27 de enero pasado cumplió 45 años como jefe de utilería de Unión La Calera, convirtiéndose en el representante de este oficio con más tiempo en el fútbol chileno.

Cada jornada, Arancibia llega al lugar de entrenamiento (que en el caso de los caleranos nunca es el mismo, por carecer de un sitio propio) dos horas antes para preparar los implementos que utilizará el plantel. Es prolijo y lo hace con el apoyo de Jorge Valenzuela y Patricio Delgado, los otros utileros del club de la Quinta Región.

A Unión La Calera ha estado ligado toda su vida, incluso antes de convertirse en utilero. Su padre, Guillermo "Cebollita" Arancibia cumplió la misma tarea durante más de 10 años, hasta que falleció. En ese momento, enero de 1970, los dirigentes le propusieron hacerse cargo de la tarea que cumplía su padre. "Conocía el trabajo, porque a veces le ayudaba a recoger los balones y en otras cosas durante los entrenamientos", recuerda.

Desde entonces, ha estado en las buenas y en las malas con Unión La Calera. Dejó de estudiar y se puso a trabajar con su hermano Manuel. Ambos se hicieron cargo de sus hermanos menores y de su madre, quien durante años lavó las camisetas de los cementeros.

Unos años más tarde, Rómulo Betta, ex cruzado que jugó sobre el final de su carrera en los cementeros, se convirtió en técnico de San Luis. El ex seleccionado nacional conocía la eficiencia del utilero y, por eso, lo invitó a integrarse al staff quillotano.

"De La Calera no me muevo, pero está mi hermano Manuel", fue su respuesta. Desde entonces y hasta la fecha, Manuel Arancibia, es el utilero de los canarios, un hecho probablemente único en el fútbol mundial; dos hermanos, ambos utileros de clubes rivales y vecinos, pues ambas ciudades están separadas sólo por 14 kilómetros.

Con tantos años con los rojos, ha visto pasar a muchos jugadores y entrenadores. Con muchos forjó una relación estrecha desde su posición, pero resalta especialmente a Manuel "Mago" Saavedra, un desaparecido puntero izquierdo, que gustaba de gambetear una y otra vez, y que jugó durante 10 temporadas en Unión La Calera. Se convirtió en su amigo e incluso en sus inicios le ayudó bastante.

De los técnicos, a quien más recuerda es a Jorge Toro, ex mundialista de 1962. "Me ayudó en los momentos más difíciles de mi vida, cuando estuve a punto de perder la vista. Incluso me ayudó económicamente", explica y recuerda que el ex jugador de Colo Colo acostumbraba a desafiar en los entrenamientos quién acertaba de tiro libre más balones en un ángulo. "Él era tan bien dotado técnicamente que siempre nos ganaba", rememora.

Amor a la camiseta

En un club como Unión La Calera nada sobra y a lo largo de estos 45 años, los aprietos económicos han constantes: "Alguna vez estuve tres o cuatro meses sin recibir mi sueldo, pero había que seguir trabajando no más. Recuerdo una vez que llegamos de jugar y luego de cuatro meses impagos nos dieron una caja de mercadería, un pollo y 500 pesos como sueldo".

De sacrificios, amor por el club y por el trabajo se trata, sabe bastante. Varias veces en los años '80, como no alcanzaba el dinero para los pasajes aéreos, tuvo que partir a Arica, por ejemplo, uno o dos días antes en bus, para abaratar costos. "Años atrás, en los peores momentos, faltaba incluso la indumentaria para entrenar y hasta para entrar a la cancha. Ahí tuve que zurcir las medias no más", comenta.

Los malos resultados y las malas campañas de antaño también han sido parte del camino. Su sufrimiento es mayor, ya que nunca ve los partidos con tranquilidad, pues debe estar pendiente del camarín. Allí, con una radio, ha seguido el desarrollo de encuentros importantes, como sucedió el año pasado en San Carlos de Apoquindo cuando tras empatar 1-1 con la UC, los cementeros se salvaron de descender. La emoción y las lágrimas se confundieron con los rezos a la imagen de la Virgen de Andacollo, que siempre está en el vestuario calerano.

Con los jugadores la relación es especial, más con unos que con otros. Los cementeros valoran el trabajo de Arancibia y sus colaboradores, quienes tienen todo listo cada día. "He visto pasar muchachos con muchas condiciones, pero que se han perdido y otros que sin tener mucho talento, han llegado lejos", señala.

Por ejemplo, recuerda a Marco Antonio Figueroa, quien se inició como jugador en los caleranos. "Era un loco. Siempre fue así, igual que ahora. Le gustaba sobresalir", sostiene sobre el DT de Cobreloa.

En materia dirigencial, como todos en La Calera, hay un recuerdo especial de Nicolás Chahuán Nazar, uno de los gestores para que los cementeros llegaran al profesionalismo: "Don Nicolás era pillo, inteligente. Cuando traía un jugador extranjero, lo veía dos semanas para saber si servía; si no, lo mandaba de vuelta. Así de simple".

Sigue quitándole tiempo a su familia (aunque su mujer, Marcia Carrasco, es la secretaria del club), en un esfuerzo que va de lunes a lunes, sin pausas. Igualmente, sabe que el retiro está cerca. “Si dependiera de mí, me hubiera retirado, pero me faltan cinco años para jubilar y habrá que esperar. Ya estoy cansado", confiesa.

Este querido utilero, el más antiguo de Chile, sigue desafiando al tiempo y al cansancio. Seguirá cuidando sus tesoros, los balones. Los cuenta una y otra vez y siempre está pendiente de que ninguno se pierda. Los jugadores caleranos lo saben y por eso a veces le gastan bromas, escondiéndole las pelotas de entrenamiento, sabedores de lo que provoca eso en el utilero.

Por ahora seguirá siendo el primero en llegar y el último en irse, porque siente cariño por los cementeros y respeto por su profesión, aunque casi nadie lo note. Es la labor silenciosa de uno de los puestos más importantes del fútbol.