En su último día como embajador de Chile en Francia, el escritor Jorge Edwards, contempla, agotado por la mudanza, los muros vacíos de su oficina en el tercer piso del hotel particular o palacio que alberga la embajada chilena: "Ya tengo todo empacado, una parte se va a Chile y la otra a Madrid. Lo que ve es lo que no me llevo". Y recuerda que en tres años y ocho meses ha acumulado sobre todo libros, discos y fotos: "Hoy todo el mundo saca fotos. Antes no había esta manía, antes querían que uno firmara un libro, ahora quieren ponerse al lado de uno para una foto y he encontrado fotos que había olvidado".
Una de las cosas que más le preocupan de su cambio de casa a Madrid es que al menos por unos días la cancillería le mantenga el mail donde recibe "cartas" muy interesantes: "El ministerio piensa que el día que uno se va hay que cortarle el internet, y valoro un pequeño detalle que me han permitido guardarlo hasta fin de mes. Un detalle revelador, pues ahora a uno no le dan ni las gracias, el vacío se nota y la pérdida de elementos básicos de cortesía", reprocha. "Pero se me van a desaparecer cosas, esto es como un hoyo negro... hay personas que van a desaparecer y otras van a sobrevivir y no sé si yo voy a sobrevivir, porque estoy tan agotado. Hoy pensé que me iba a morir... Tuve que cargar una alfombra, ¿sabe lo que pesa una alfombra?" pregunta.
Aunque en sus inicios como diplomático en 1962, el Edwards escritor veía a París como un mito donde se rodeó de autores de la talla de Julio Cortázar o Mario Vargas Llosa, esta cuarta partida de la capital francesa no se le hace tan difícil: "Antes, el año 65 por ejemplo, me iba al restaurante La Coupole y me sentaba a tomar un café... uno se podía tomar un café durante dos horas y de repente se asomaba por la puerta Samuel Beckett, yo no lo conocía, pero yo sabía quién era. El era medio cegatón y si alguien le hacía señas desde el fondo, se iba a sentar y si no, seguía su camino".
Y continúa: "Otra vez vi a Eugène Ionesco comiendo tallarines. Y me dio risa, porque los comía desde bien arriba. Y ahí vi a varios amigos, a Julio Cortázar, un montón de veces a Matta, a Jean Paul Sartre, siempre pololeando con una chica joven que era su alumna. Eso lo vi todo el tiempo, en cambio ahora hay que comer e irse, porque es una fábrica de comida. París era una ciudad donde todo podía pasar y ahora no hay tanta sorpresa. Y no hay posibilidades de conversación. Lo que sí hay es bastante soledad. ¿Me pregunto si será algo propio de la vida moderna?", se cuestiona melancólico.
La capital española, donde viaja con frecuencia para dar charlas y hablar con editores, sabe que será distinta: "Allí voy a necesitar más soledad para pensar, leer y escribir. Pero al menos, uno elige, en cambio acá la soledad se le impone a uno". Si el tiempo y la ajetreada vida madrileña se lo permiten, Edwards debería conseguir allí un editor para su último libro, Retrato de María, tres tomos gruesos que reposan aún sobre la mesa de centro de su oficina francesa, sobre la historia de una chilena que se dedicó a salvar a niños judíos durante la segunda guerra en Francia: "No sé quién lo va a editar, pues estoy peleado con el editor. Hoy me ofrecen una porquería de anticipo, pero además luego no liquidan las ventas anuales, se hacen los tontos, lo que es muy poco atractivo", reclama. "Entonces uno está obligado a cobrar de antemano o regalarles el libro. Pero yo no estoy dispuesto a hacer eso otra vez", concluye.
Edwards planea editar el texto a través de la librería Altamira que fundó en Chile: "Luego voy a venderlo en Argentina, y sabe, luego me voy a conseguir una editorial chica española que haga una edición para España y voy a cambiar de pelo, voy a volver a ser un joven escritor. Como cuando hice mi primer libro, El patio, que lo hice con Carmelo Soria en su casa de Ñuñoa".
Su otro proyecto es el segundo tomo de sus memorias, que comenzó el año pasado con la edición de Los círculos morados: "Si la primera parte trataba sobre mi infancia, y ese despertar, esta segunda parte va a llevar muchas historias de escritores. Mi llegada a París a mis 30 años, el encuentro con Vargas Llosa, Cortázar, Carlos Fuentes, o con pintores como Matta, entonces quizás haga una colección de retratos literarios para no perder el tiempo en memorias".
HOMENAJE PARISINO
De ese grupo de amigos, muchos han desaparecido, pero hay uno que casualmente estaba en París hace algunos días y no pudo negarse al homenaje que el Instituto Cervantes le dio al Premio Cervantes chileno, el nobel peruano Mario Vargas Llosa a quien conoció en 1962, cuando llegó como tercer secretario de la embajada chilena a la capital francesa al comienzo de su carrera diplomática: "El Jorge de esa época era extremadamente tímido, muy delgadito, de poco hablar, como suelen ser los chilenos Y cuando escuchaba palabras fuertes o se tocaba una intimidad, se ruborizaba como una amapola" recordaba el peruano frente al público que repletó la Biblioteca Octavio Paz. Y sacó risas del auditorio al aclarar que, sin embargo, "la timidez del chileno desaparecía, después de tomarse el segundo whisky. Entonces su personalidad cambiaba y súbitamente se ponía a bailar una danza hindú de su invención y saltaba sobre una mesa, bailaba en puntas de pie, con los ojos y hasta con la lengua. Y al día siguiente decía no acordarse de nada".
Vargas Llosa describió cómo ambos jóvenes, apasionados por la literatura, descubrieron en París que eran "fetichistas literarios": "Durante mucho tiempo dedicamos los fines de semana a hacer visitas literarias. Por ejemplo a Ermenonville a ver la tumba de Rousseau y el entusiasmo con que intercambiábamos experiencias en nuestras primeras novelas. Yo escribía La ciudad y los perros y él El peso de la noche robándole como sigue haciendo hasta hoy, horas a la diplomacia para poder escribir", recordaba el autor peruano.
Pese a la inminente partida de Edwards, Vargas Llosa se mostró escéptico y dijo estar "seguro de que este adiós de Jorge Edwards de París es prematuro. Creo que su relación con la ciudad es demasiado profunda para que termine con su partida hacia Madrid. El ha vivido muy de cerca eso que decía Acario Cotapos, aquello de que los escritores necesitan respirar París para sentirse cultos, escritores y con entusiasmo para desarrollar nuevos proyectos".