Hubo varias alertas, pequeñas huellas que levantaban sospechas, aunque una de las más elocuentes se precipitó en su propio hábitat. Con Jorge González (50) ensayando en pleno escenario y sentado frente a uno de sus instrumentos.
En la reciente gira local de febrero, uno de sus músicos lo observó por atrás y detectó que la mano izquierda del ex Prisionero se deslizaba sobre su teclado con cierta dificultad, temblorosa y errática, como pocas veces para un artista avezado. El compañero de González lo comentó con parte de su equipo, pero sin darle un significado mayor, como esas minúsculas anécdotas que sólo adquieren relevancia a la luz de un desenlace posterior.
Porque, con los días, la imagen marcó el preludio del infarto isquémico cerebeloso que fue detectado el domingo 8 de febrero en la VIII región, lo que detonó el trance más complejo de su existencia y uno de los dramas más conmovedores reportados por la cultura popular chilena.
Un vía crucis que continúa hasta hoy: el cantautor sigue en riesgo vital, pese a que existe una paulatina mejoría en su condición de salud. El accidente fue grave, por lo que dejará daños y consecuencias irreversibles en su organismo, y lo obligará a un tratamiento de recuperación durante toda su vida. A partir de ese instante, y hasta estos días, la figura más influyente en la historia del rock local inició una batalla para salvar su propia existencia y, como nunca antes, para intentar mantener a raya la amenaza latente de la muerte.
"Fue un terremoto para todos. Fue grave y su vida estuvo en riesgo, pero hoy todo apunta a que, gracias a su actual tratamiento y, sobre todo, gracias a su actitud y su empeño, su estado puede ir presentando grandes mejorías", declara Alfonso Carbone, su mánager y una de las personas más cercanas al cantautor.
Los antecedentes
Pese a las pequeñas señales que fue entregando, la alarma definitiva vino el sábado 7 de febrero, cuando se presentó en el festival de Nacimiento, en un show de sólo 40 minutos marcado por su mal estado físico, donde apenas podía cantar y caminar. Era primera vez que su staff lo veía bajo tamañas dificultades. Según cuentan los presentes, el músico estaba prácticamente en un estado de inconsciencia, aunque insistió con salir igual al escenario.
Luego de ese entuerto, partieron a la clínica universitaria de Hualpén, donde uno de los médicos le diagnosticó un posible cuadro viral y le recetó antibióticos. Pero Carbone cuenta que debió insistir ante lo evidente: las condiciones en las que estaba su dirigido presumían algo más que un simple resfriado. De esa manera, los doctores optaron por realizarle los exámenes que mostraron el infarto cerebrovascular.
En ese punto, el hombre de El baile de los que sobran mostró una de sus caras más particulares: su distancia con los protocolos médicos más convencionales, una suerte de desconfianza con los tratamientos estandarizados. De alguna manera, ese hastío que le genera someterse a una rutina extensa y meticulosa, apatía que ha ido variando drásticamente en los últimos meses.
En ese escenario, el músico quería irse de vuelta a Santiago, por lo que retornaron al hotel donde alojaban en Concepción para enfilar hacia la capital. A modo de anécdota, en ese mismo recinto, y en ese mismo momento, estaban alojados sus ex compañeros de banda, Claudio Narea y Miguel Tapia, quienes reemplazaron al propio González en el show que debía dar el lunes 9 de febrero en la Semana de Tomé.
Ya en Santiago, el compositor y su núcleo más cercano fueron hasta el Instituto de Neurocirugía, donde se realizó una angiografía. Se trata de un examen que analiza la irrigación de sangre en distintos puntos del organismo. Ahí se detectó que su corazón y sus cuerdas vocales no habían sufrido un daño considerable. A cambio, se determinó que había tenido una seguidilla de infartos cerebrales que se arrastraban por un período de al menos siete meses. O sea, sus dolencias se incubaron en Berlín, donde reside desde mayo de 2011 y desde donde llegó a fines de enero.
Además, los especialistas señalaron que presentaba un complejo cuadro de bajas defensas, debido, entre otros factores, a la mala alimentación. En la capital alemana, el chileno vivía solo en un departamento del barrio de Friedrichshain, donde ha enfrentado algunos de los problemas personales más complejos de sus últimos años, como la salida de la nueva edición de la biografía de Narea.
En Europa, el también bajista seguía un tratamiento holístico -proceso que guarda relación con la medicina alternativa- y, un par de días antes de despegar a Chile, fue hasta un doctor para reportar algunas dolencias específicas. El profesional le recomendó no viajar ante un cuadro que era al menos preocupante. El cantante, ante un tour que remataría en el último festival Lollapalooza , decidió venir igual.
Los cambios
Con el diagnóstico y el tratamiento ya resuelto por el Instituto de Neurocirugía -el que incluía sesiones periódicas con kinesiólogos y fonoaudiólogos-, el instrumentista debió empezar a superar otro trance: el bajón anímico gatillado por la situación, la que, entre otros efectos, le había alterado su habla y su capacidad motriz. El hombre que facturó algunos de los himnos más trascendentes de la música chilena prácticamente debió aprender a cantar y vocalizar de nuevo. Todo acompañado de ejercicios tan comunes como soplar una bombilla durante un par de minutos.
Para balancear el estado emocional, la rehabilitación incluyó antidepresivos. También se le comenzó a recetar corticoides, con el fin de desinflamar las lesiones cerebrales. Como la evolución era relativa, el músico -que había materializado gran parte de su terapia en la Clínica Santa María- fue llevado en junio a la clínica UC San Carlos de Apoquindo, donde están algunos de los mejores especialistas en el área neurológica.
Ahí, una resonancia magnética arrojó un daño severo en el lóbulo frontal del cerebro, el área encargada del lenguaje, la memoria y el razonamiento.
Es en ese punto donde su círculo familiar recibió la noticia más dura de todo el proceso: los médicos estimaron una expectativa de vida de alrededor de seis meses para González. El fallecimiento del músico era un escenario posible. El riesgo vital presentado por el infarto había llegado a su punto más extremo.
Ante el duro mazazo, su grupo más íntimo asumió una suerte de duelo cruzado por el dolor. Pero también un desafío mayúsculo: empujar una recuperación que permitiera que su esperanza de vida fuera más extensa. Según Carbone, junto a otras fuentes consultadas, el golpe sirvió para que todos, partiendo por el propio González, asumieran la situación de un modo diferente. Básicamente, el plan era fortalecer los ánimos y crear emotivos lazos de afecto y contención hacia el sanmiguelino. Según él mismo ha comentado, pocas veces se había sentido tan querido.
Por lo demás, se trató de un diagnóstico puntual. Hoy las perspectivas de vida del músico son más alentadoras, aunque también inciertas. De seguir cumpliendo con el tratamiento, sus opciones son mucho mayores. De hecho, una de las primeras medidas implementadas por sus doctores fue disminuir la dosis de corticoides.
La mudanza
En el plano privado, sus cercanos optaron por mudarse de casa, desde un antiguo departamento en tercer piso en el centro capitalino -sin ascensor y donde subir las escaleras ya era una misión difícil- a una amplia casa en La Reina, de entorno cordillerano y natural, y donde levantó hasta un pequeño estudio.
Ahí, su aliada fundamental ha sido su pareja, Daniela, también parte de su equipo y con quien está desde hace cerca de tres años. Sus hijos también volvieron desde Alemania y se han instalado con ellos durante gran parte del último tiempo. También realizó algunos cambios en su terapia: hoy sus clases de fonoaudiología son lideradas por una coach de canto y sus terapias físicas las realizará en un gimnasio cercano a su residencia.
En su casa, también aprovecha para salir a tomar sol, leer, dibujar y escribir cuentos que le envía a su pareja. Hoy puede caminar con cierta dificultad, aunque se trata de un proceso oscilante. Según sus cercanos, por fin descubrió lo más parecido a su hogar en Santiago, lo que ha sido esencial para su recuperación y lo que, de paso, lo ha hecho desistir de volver a Alemania (por estos días, todas sus pertenencias están embarcándose a Santiago).
En esta nueva vida, tampoco olvida a sus dos padres, aún vivos y a quienes visita de manera frecuente. Tampoco a los músicos que lo acompañaban en esos aciagos conciertos de principios de año. Hace un tiempo, fue al matrimonio del cantautor Pedropiedra, uno de sus escuderos, y ahí volvió a verse con casi todos. Como coincidencia, su equipo más cercano sondea y se esperanza con su regreso a los escenarios para el 27 de noviembre, en un recinto de alta convocatoria, aunque en un recital que no superaría los dos a tres temas, y que estaría nutrido con otras figuras dispuestas a celebrar su legado.
Con fe
En el aspecto médico, hay otras certidumbres. La lesión en el lóbulo frontal, y según un examen tomado esta semana, está menos inflamada. Todas señales muy positivas, pero asumidas con moderación. Su futuro aún resulta incierto y la lucha por su vida la enfrenta cada día, sabiendo que cada avance le permite estar un poco más apartado de un final indeseado.
El mismo se ha juramentado regresar aunque sea una vez a los escenarios y continuar disciplinadamente, bajo una tranquilidad que nunca antes tuvo, con su recuperación. Todo al parecer se resume en esa palabra breve y que encarna una de sus más memorables canciones en solitario: Fe. “Escúchame una vez/ Todo tiene final/ Sabes que vuelvo a tener fe/ y empiezo a sanar”.