Jorge González (52) es otro. Desde el sábado 7 de enero, cuando se bajó del escenario del Estadio Nacional luego de presentarse durante 50 minutos en lo que él mismo sentenció como el último show de su vida, el músico ya no piensa en los espectáculos multitudinarios, en el magnetismo con el público, en salir a la ruta: básicamente dio vuelta la página de la única vida que había conocido hasta ahora.
"No extraño nada de los conciertos. En serio que no", asume el cantante en conversación con La Tercera, sentado ayer en un sillón de un bar enclavado en pleno barrio Italia. ¿Y el público, el nervio, la ansiedad por mirar de frente a quienes lo idolatran? "No, tampoco".
De alguna manera, el adiós a los grandes shows, determinado por las secuelas del infarto isquémico cerebeloso que sufrió en 2015, lo ha hecho replegarse en otra clase de proyectos, más evocativos y personales, el minuto preciso donde un creador empieza a observar la extensa sombra que dejó sobre otros. El último gran paso se llama Héroe, la autobiografía que lanzó precisamente ayer en la capital y donde narra en primera persona, bajo su estilo- desafiando la gramática y el lenguaje-, el tramo de su existencia que va desde su niñez hasta la reunión de Los Prisioneros en 2001, en el Estadio Nacional, el espacio que siempre aparece en los capítulos medulares de su carrera.
"Hoy es un día bueno para mí. Me he sentido súper bien, porque puedo editar este libro", agrega con cierta satisfacción, una genuina alegría que contrasta con un rostro cuyas expresiones se han ido endureciendo con los años, y expresada en el tono lacónico de los últimos meses, respuestas secas y concisas derivadas de las consecuencias en el habla que le dejó el accidente.
¿Cómo nace la idea de escribir acerca de su vida?
Bueno, había varios libros escritos acerca (de mí) y yo pensé que era bueno que se escuchara lo que yo pensaba.
Esos libros, ¿hacían justicia con su historia y su carrera?
Puede ser, pero hay muchas historias. La historia que uno vive y la historia que los demás viven. Y todas valen por igual.
¿Cómo lo pasó en ese show en la Cumbre?
Bien, fue muy lindo.
¿Le gusta que esa presentación vaya a quedar inmortalizada como su última vez en un escenario? ¿Imaginó alguna vez que sería así su último concierto?
Sí, me gustó. Fue significativo.
¿Qué imagen de usted quería mostrar ante la gente con este libro?
Nada más contar la historia, como la viví. Me fue fácil hacerlo.
González advierte que desde el inicio de esta faena literaria -en 2012 y mientras vivía en Berlín- optó por no entrar en demasiados rodeos ni en fases de despiadada introspección al abordar temas tan duros como su adicción a las drogas o el triángulo amoroso que terminó con su amistad con Claudio Narea. "Me cogí una mala adicción: la cocaína. Buscando reemplazar el ejercicio del sexo busqué las drogas como auxilio, con negros resultados y una especie de renta cara", cuenta en uno de los pasajes de Héroe.
Ahora, el sanmiguelino mira en perspectiva: "No hubo nada de lo que me resultara tan difícil escribir. Me gustó escribir de toda mi vida". Ante ello, no descarta una segunda parte ("podría ser, sería muy lindo", agrega) que aborde el nuevo siglo y su rumbo tras la muerte definitiva de Los Prisioneros, período que incluye ese nomadismo que lo llevó a vivir en México, España y Alemania, el reimpulso de su carrera en solitario y, naturalmente, el delicado estado de salud que condiciona su presente.
¿Por qué decidió que el relato sólo llegara hasta 2001?
Porque el resto me parecía muy cercano para entenderlo.
¿Tiene que pasar un tiempo para mirarlo en perspectiva?
A lo mejor, y quizás ese tiempo ya pasó.
¿Le gustaría que sus ex compañeros en Los Prisioneros leyeran este libro?
Sí. Vi a Miguel (Tapia) cantando la otra vez en la tele. Muy bien. Súper. Me sentí orgulloso de él. Me gustó. Fue con temas de él, de su grupo Travesía. Es muy bueno lo que está haciendo.
En el estreno de su autobiografía, no será la primera vez que el hombre de Tren al sur se refiera a sus ex camaradas. Por ejemplo, de Narea dice que no tendría mayores problemas en volver a conversar con él. Sobre el cierre de la actividad, un fanático se acerca a buscar su firma en el vinilo de Pateando Piedras (1986), la segunda producción del conjunto, a la que González le regala una mirada muy singular: observa la portada con mucha detención, con los ojos clavados por varios segundos en esa célebre imagen de los tres músicos al interior del metro santiaguino.
Como tesis, sus más de dos años de rehabilitación en Santiago lo han hecho bajar la pólvora contra sus ex compañeros en Los Prisioneros. Ya no hay dardos ni frases ásperas, como sí lo expresó en septiembre pasado en entrevista con La Tercera. "Yo no sé qué recuerdan de esos pelotudos que tocaban conmigo", lanzó esa vez.
En parte, la tranquilidad entregada por el reposo también lo ha empujado hacia otros ejercicios casi inéditos, como privilegiar escribir cuentos antes que letras para potenciales canciones. "Tengo escrito un libro de historias de gatos. Y estoy escribiendo otro más acerca de dragones, porque son unos personajes importantes para mí. Yo soy dragón, soy Jorge además. Esa es mi dualidad", relata, apuntando a su año de nacimiento (1964), el que corresponde a ese animal mitológico en el horóscopo chino.
¿Qué contará en ese libro de dragones?
Que vienen a apoderarse del mundo ahora. Suena como infantil, porque es algo infantil. Pero es un libro de ficción.
¿Cree que los dragones representan a algún personaje de la actualidad?
Representan lo que no somos. Porque está lo que somos y la otredad, y la otredad es muy importante para nosotros. Eso es lo que nos da miedo: lo que está al lado nuestro y no conocemos.
¿Ha vuelto a escribir canciones?
No, no he vuelto, la verdad que no.
¿Y le gustaría retomarlo?
No. Pero no me cierro a la posibilidad. Quizás estaría bueno escribir para otros. Pero, por lo pronto, quiero seguir escribiendo cada día.
Cuando llega el instante del último mensaje, la palabra de cierre para los seguidores preocupados por su salud, y también para el público en general, el intérprete parece desenfundar el filo de antaño, el humor indisoluble a su genética: "Muchas gracias a todos. A los que me desean bien y también a los que no". Jorge González es otro. Pero tampoco tanto.