Jorge Valdivia recibe la pelota y el estadio CAP se agita. El Mago volvía a la Región del Biobío, la tierra que lanzó su carrera. También a vestir la camiseta de la Selección, después de más de cien días de ausencia por la renuncia que dio a conocer a través de su cuenta de Twitter, al no ser considerado mayormente por Jorge Sampaoli en el Mundial.
Al volante de Palmeiras, el hincha parece perdonarle todo. Cuando entra a la cancha quedan afuera los actos de indisciplina que le han costado varias sanciones en la Roja. A sus seguidores tampoco les importa mucho si está en las condiciones físicas que el sistema de Jorge Sampaoli le exige. El "10" entra a la cancha y los 10 mil fanáticos que repletaron el recinto de Huachipato saben que de sus pies puede surgir algo distinto. Lo alientan ruidosamente. Le corean Pereré, la canción brasileña con la que lo caricaturizó el comediante Stefan Kramer. Valdivia mira de reojo y sonríe.
El impulso que recibió desde las gradas lo hizo arrancar a toda velocidad. Se convierte en el conductor del equipo. En dos minutos, ya había entregado dos de sus característicos pases milimétricos. Avanza el partido y va perdiendo energía. La precisión de sus lanzamientos ya no es la misma. Los fantasmas de su condición física vuelven a amenazarlo.
Pepereré se escucha desde una tribuna, intentando darle aire al volante cuando las piernas le flaquean. Valdivia sonríe, como en aquella noche de Cuiabá, en junio pasado, luego del gol ante Australia. Sabe que no bastan 30 minutos buenos. Debe todavía más para saldar la deuda.
Sampaoli, afuera, aplaude sus intervenciones y lamenta algún fallo. Sebastián Beccacece, su ayudante, es quien más lo insta a seguir moviéndose. El Mago está dando un examen ante Venezuela, de cara a la Copa América.. No quiere defraudar al técnico. Tampoco a José Amador, el fisioterapeuta clave en su renacer del último año, quien antes de arrancar el partido le da un abrazo paternal. Una imagen que se repetiría al finalizar el primer tiempo, tras su conquista que cerraría la primera mitad. El cubano sería el último en felicitarlo, dentro de una larga lista que lo esperó en la puerta del túnel para saludarlo por su gol.
Quizás, en otro momento, aquella jugada que terminó en el segundo tanto de la Roja, le habría bastado para cerrar la noche. Pero aún quedaba magia en sus zapatos. Para alegría de sus compañeros, de Sampaoli y del público que esperaba una última aparición. Por eso aplaudió a rabiar el tercer gol de Chile, no tanto por la definición de Eduardo Vargas, sino que por la imaginación del volante de Palmeiras para habilitar a Mauricio Isla, quien le terminaría cediendo la asistencia a su compañero en el Queens Park Rangers.
"Estoy feliz por todo lo que me ha pasado. Si uno no pone de su parte, no sirve de nada. Me hice asesorar por José Amador y los resultados se han notado. Estar en la Copa América no es sólo mi ilusión, sino la de todos los que estamos en el equipo", dijo después de su triunfal retorno en Talcahuano.