Mientras en las tribunas del Monumental protagonizaban una fiesta por el agónico triunfo en el Superclásico, uno a uno los jugadores de Universidad de Chile ingresaban al camarín número 4 con la cabeza gacha.

El primero en hacerlo fue José Rojas, el capitán de los azules. Más atrás venían Isaac Díaz, Juan Rodrigo Rojas, y cerrando este primer pelotón, el técnico Marco Antonio Figueroa, quien de inmediato le pidió al guardia del camarín que cerrara la puerta. Claro, el "Fantasma" no quería que se filtrara nada hacia el exterior, tomando en cuenta los ánimos caldeados que traían sus dirigidos.

Pero ni la puerta cerrada ni el ruido de las duchas que a esa hora comenzaban a funcionar en el lugar impidieron escuchar el desahogo de Pepe Rojas, que sin apuntar a nadie en especial, maldecía a los cuatro vientos por la derrota ante los albos.

"¡Pero cómo cresta perdemos de nuevo! ¡Hasta cuándo, hasta cuándo! ¡No puede ser. No puede ser!", vociferó el capitán de los azules, profesando además un par de garabatos de alto calibre, sin encontrar explicación a lo sucedido en la cancha.

Ningún compañero quiso replicarle. Nadie. Menos el técnico Figueroa, que a esa altura estaba con sus ayudantes. Las palabras de Rojas fueron las únicas que se escucharían desde el camarín, toda vez que ninguno de los jugadores de la "U" quiso emitir declaraciones a la salida del estadio.

El único que al menos tuvo la deferencia de dar una explicación y justificar su silencio fue Roberto Cereceda. El lateral, que estuvo más de una hora y media en la sala del control de dopaje, se escudó en un acuerdo grupal para no hablar.

"¿Habló alguien?", preguntó Cereceda, y apenas escuchó el no de los periodistas presentes en el lugar, echó pie atrás en su decisión inicial de conversar: "Lo siento, cabros. Entonces no voy a poder hablar. Hubo un acuerdo de que nadie lo haría. Pero como estuve acá en el control, pensé que por ahí alguno lo había hecho igual. Lo siento".

Esa fue la única voz en público que se escuchó en Macul de un plantel que volvió a perder un clásico este semestre y, lo que es peor, no pudo ganar ninguno de los tres torneos que disputó. Ahora, sólo le queda pelear e ingresar a la liguilla, que a todas luces asoma como un premio muy menor para las enormes expectativas que generó el equipo más millonario del país.