Su imagen de un Simón Bolívar travestido, montado sobre su caballo mostrando senos y caderas, es uno de los íconos de la historia de la censura en Chile, como también del engorroso roce diplomático que esta postal suscitó con países de la región, como Venezuela, Colombia y Ecuador.
Juan Domingo Dávila (1946) tiene una obra de cinco décadas, que excede con creces aquel episodio, con mucho de desenfado, sí, pero también mucho de contenido y de estrategias visuales que reflexionan en torno a la disciplina que él escogió: la pintura. Todo ello se pudo apreciar de manera más exhaustiva en la reciente exposición Imagen residual, que este chileno radicado en Melbourne, Australia, expuso por tres meses en la amplia sala de Matucana 100.
Fue la primera retrospectiva de Dávila en el país. El artista estuvo en la actividad de cierre de la muestra, compartiendo con el público una película documental sobre su trabajo y la presentación del libro-catálogo editado por el español Paco Barragán, saliente curador de arte de Matucana 100.
"Por primera vez, tuve la posibilidad de hacer una gran muestra que no fuera financiada por mí. Es curioso que por ser pintor y emigrado no se me haya dado un lugar en Chile, porque no hay financiamiento", comentó Dávila, al recordar sus esporádicas presencias en galerías de Santiago. Las excepciones fueron el montaje de Rota, la exposición de la polémica imagen de Bolívar en 1994, en la Galería Gabriela Mistral, y una visita al taller Bloc, manejado por artistas nacionales que lo contactaron en un viaje a Australia.
Pese a la buena experiencia con la muestra Imagen residual, el pintor hizo un recorrido por su compleja relación con el arte chileno, y partió recordando su acercamiento a la Escena de Avanzada en tiempos de dictadura. Emigrado en 1974, Dávila vio con buenos ojos este reducto de pensamiento y acción, y, según contó, fue uno de los financistas de la Revista de Crítica Cultural que dirigía la teórica Nelly Richard. Pero el tiempo cambiaría las cosas.
"Esa energía vital que se veía en la Escena empezó a desintegrarse, ese hacer de arte-vida que proponía el vanguardismo se volvió una especie de burocracia, una cosa muy siniestra, casi parecido a cómo la dictadura cortó radicalmente el flujo sociohistórico de Chile", dijo. "Creo que la Avanzada hizo un espejo contrario, al ser poseedores de una única verdad: negaron la pintura y cualquier otra forma de hacer arte por la tradición formalista, no abriendo posibilidad alguna a la creación al margen del arte y política, y esa fue mi experiencia; como pintor lo mío fue rechazado como algo menor. Me ilusioné con un debate posible y me encontré con una versión en reverso de la dictadura, y por mucha intención de pensar que sí vamos a salir de esta escena de arte 'envenenada', es más bien una ilusión, porque hasta hoy veo que existen los mismos elementos de protofascismo", manifestó.
Dávila ejemplificó su diagnóstico con la creación del Centro Nacional de Arte Contemporáneo de Cerrillos: "Me pregunto ¿qué proponen? No arte vanguardista y nada que defienda al artista en su libertad de expresión o en su situación gremial. Se propone un museo que va a cuidar obras de coleccionistas, no dice nada respecto del futuro del museo chileno del siglo XXI, es como que el tiempo se detuvo en el año 70 y la revolución digital no ha existido. Yo mismo tuve un incidente con Cerrillos: usaron mi nombre, mis imágenes y me pusieron en la muestra sin tener la cortesía de preguntarme si quería estar en este nuevo proyecto. Yo reclamé y dije que tomaría acciones legales contra el Consejo de Cultura. Entonces se disculparon y no pasó a mayores, pero me dejó muy marcada esa idea de que al artista pareciera que le hacen un favor por el hecho de aparecer".
Dávila fue también muy crítico con el mercado local y su relación con los artistas: "En términos financieros es una especie de servidumbre. ¿Qué negocio cobra el 50% de comisión al artista? No hay previsión, no hay sistema de mercado, es un mercado 'busquilla', que sólo recoge sobras; parece un milagro que alguien pague un millón de pesos por una obra. Estamos en una situación muy negativa, muy siniestra y todo esto se hace ¡con una arrogancia! Y no hablo de la arrogancia de la derecha; esta es la arrogancia de la izquierda y su arte oficial. Además, esto tiene eco en otros ámbitos: cuando hubo aluviones, ¿qué se les ofrecía a los damnificados? Casas de cuatro paredes con un wáter, esa es la orientación que ofrece este sistema que se dice progresista".
En su retrospectiva, que abarcó varias décadas de trabajo, Juan Domingo Dávila puso al día al público chileno, con unas 50 pinturas, afiches y un mural in situ, apelando a sus referentes de la publicidad, los estudios del inconsciente y a su necesidad de reinstalar la carga emocional, extirpada de la pintura por los discursos modernistas. Con temas en torno a la mujer, la situación de los refugiados afganos e iraquíes en el centro de detención de Woomera (Australia), la insistente negación de nuestra identidad indígena y mestiza, y una crítica a los intereses corporativistas, aplicados incluso en el arte y la cultura, Dávila dejó en la retina sus "imágenes residuales", iniciando quizás un nuevo ciclo con el público chileno.
El artista ha encontrado en Australia formas viables de poner en marcha sus proyectos: "Regularmente trabajo con seis o siete artistas, en una conversación, tutorías y debate, en un método que pasa por otro sistema, no el institucional. Espero haber demostrado que en el hacer arte no hay una capacidad programática por anticipado, que en el hacer arte -cualquiera que sea el medio- hay una especie de dejarse ir, y no ser sólo un productor de objetos".