Claudio Appel recuerda que salía muy golpeado de sus sesiones de sparring cuando niño. En esa época era tosco, tenía poca contextura física y lo mejor que sabía hacer era un golpe de puño llamado uraken. Décadas después, con un cinturón negro de cuarto dan, anotó con esa misma técnica un punto clave para pasar a las semifinales de la categoría máster kumite del Mundial de Karate Shito-ryu de Monterrey 2016, disputado en octubre. Finalmente se coronó campeón en esa división y, además, obtuvo un bronce en la máster kata.

Allí estaban junto a él dos alumnos que entraron a su dojo para desarrollar carácter, uno porque era demasiado tímido y el otro porque era excesivamente rebelde. Uno se llama Darío Vicencio y el otro es Nicolás Vargas. Los dos tienen 13 años y también fueron campeones planetarios. Al final, Appel noqueó las debilidades de su pasado siendo un maestro campeón y sus dos pupilos desarrollaron mucho más que su actitud. Lo dicen las medallas doradas de los chicos puertomontinos, ganadas respectivamente en la categoría open junior pesados (+55 kg.) y livianos (-55 kg.).

"Mis papás lloraron y fue una felicidad tremenda. Todo el trabajo que hice en años dio frutos", expresa Vicencio, quien comenzó su labor a los siete años. Cuando comenzó era tan retraído fuera del tatami que le costaba ser agresivo dentro de él, lo cual era justamente lo que deseaban sus padres:que fuera más arrojado.

Vargas, de la misma edad de Darío, hizo su primera clase hace cuatro años con zapatillas de fútbol y uniforme de la U. Sus apoderados deseaban, por el contrario, que su hijo fuera más obediente y, como dice su sensei, "canalizara sus pataletas". Y esa descarga de energía en el tatami finalmente se transformó en euforia tras el triunfo mundial.

"Darío no se convencía de las condiciones que tenía y eso le llevaba a perder muchos combates. Le costaba ser agresivo y tomar la iniciativa. Pero siempre mostró la disposición para cambiar eso. Era perseverante y nunca faltaba a clases", recuerda Appel. "Vargas tenía problemas de conducta. Tenía un carácter claramente más fuerte y le fue más fácil ganar torneos, se arrojaba más", agrega respecto a Nicolás.

Vicencio, cinturón verde (a seis del negro), cuenta que nunca ha peleado "fuera del tatami". Vargas sí: "Durante un tiempo me molestaban en el colegio, pero me hice respetar". Ambos aprendices se han topado en combate. "Al principio yo ganaba más, pero ahora está más peleado", cuenta Nicolás, cinturón azul (uno arriba de Darío). Ya que, tal como él se hizo más obediente y disciplinado, su otrora recatado amigo se soltó y empezó a ganar.

De esa manera, ambos pasaron a vencer torneos regionales y otros certámenes, además de escalar hacia la selección regional de Los Lagos, la nacional y al programa EDI (Escuelas Deportivas Integrales) del IND, que les entrega equipo, indumentaria y clases para desarrollar su potencial.

Sus ambiciones no se detienen en la obtención del cinturón negro. El sensei estima que, si se mantienen constantes en las clases, obtendrían ese nivel a los 18 años. Y, por lo tanto, "no cuesta nada soñar con unos Juegos Olímpicos después de 2020". El próximo Mundial junior es en Tokio 2019. Sus pupilos se ilusionan más: apurar esas estimaciones y alcanzar la próxima cita de los anillos. "Ése es mi gran sueño, quiero prepararme para los Juegos de Tokio", dice Vargas.

Appel cuenta que su físico fue vencido por su garra, pues por ella su maestro le vio potencial. Los oros mundiales de sus alumnos ilustres evidencian cómo ese valor se transmitió exitosamente a otra generación.