Frecuentemente es tildado como una de las mentes más inteligentes en el hip hop moderno -y de la música actual en general-. Pero Kendrick Lamar Duckworth, conocido artísticamente por sus dos primeros nombres, no es sólo intelectualidad. También sabe dejar en claro que es un hombre competitivo, con su cuota de ego. Y cuando alguien llega a discutirle su estatus como el rey moderno del género, contraataca.

El año pasado, pocas semanas después de que Kanye West acaparara la atención con su disco The life of Pablo (en donde Lamar aparecía en una canción), el rapero de Compton, California, publicó Untitled unmastered, una colección de temas inéditos de las sesiones de su disco To pimp a butterfly (2015), que a pesar de no ser un título oficial, tuvo a la crítica rendida a sus pies.

Y si en marzo de este año, Drake recibía buenos comentarios por su nuevo trabajo, More life, Lamar rápidamente publicó la canción The heart pt. IV, que advertía al resto del género: "Tienen hasta el 7 de abril para ordenar sus cosas" (con palabras menos amables).

El 7 de abril no terminó siendo la fecha clave, sino el 14: ese día, Lamar publicó su cuarto álbum de estudio, DAMN. Y, nuevamente, el veredicto de la crítica fue claro: si se habla de hip hop, pocos -si es que cualquiera- pueden refutarle el trono al californiano. Publicaciones como The Guardian, Entertainment Weekly, The A.V. Club y The Telegraph le dieron puntuación perfecta al disco, mientras que el New York Times, Pitchfork y Spin estuvieron cerca. Con ya cuatro discos bajo el brazo, Lamar aún no da un paso en falso ante los ojos de la prensa especializada.

Sin darse vueltas

"En To pimp a butterfly estaba presentando un problema. Ahora estoy en un momento en que ya no me referiré a ese problema", dijo el rapero al New York Times en marzo, adelantando lo que sería su nuevo álbum. El "problema" que señala es el racismo y la compleja vida de los afroamericanos en Estados Unidos, temáticas que llenaban cada sílaba que pronunciaba en su disco anterior. Lo que Lamar hace en DAMN. efectivamente lo aleja, dentro de lo posible, de ese discurso. Probablemente por primera vez en su carrera, el artista se alejó de un gran concepto central que guíe su música. Atrás quedó el crudo retrato urbano de su natal Compton de Good Kid, M.A.A.D City (2012), o la crónica sobre el racismo musicalizada por free jazz de To pimp a butterfly. DAMN. es el disco más directo y personal que Lamar haya publicado desde su debut, Section 80 (2011), con la musicalización de las canciones de carácter más minimalista, centrada en el ritmo más que en las texturas instrumentales.

A lo largo de sus 14 canciones, todas tituladas con una sola palabra, escritas en mayúsculas y con un punto al final, el rapero aborda sus visiones en una variedad de temáticas distintas, desde la religión (YAH., PRIDE.), su relación de pareja (LOVE.) y, por supuesto, descarga su desprecio por los raperos que lo han atacado (ELEMENT., HUMBLE.).

Si bien no es el tema central, el racismo también se hace presente. Lamar dedica DNA. a un presentador de la cadena de noticias Fox News, quien citando una canción del rapero aseguró en 2015 que el hip hop le ha hecho más daño a los afroamericanos que la discriminación.

Las colaboraciones con otros artistas en el disco son escasas, pero de alto perfil. Rihanna rima frase a frase con Lamar en LOYALTY., uno de los temas más pop en el catálogo del artista, e, increíblemente, U2 aparece en XXX., con Bono cantando el estribillo de la canción. Cómo fue que esta colaboración resultó, es aún un misterio.

Luego de saltar de un tópico a otro, el rapero decide cerrar el disco con una particular anécdota: en DUCKTWORTH., Lamar cuenta la historia de cómo el dueño del sello discográfico del que es parte (TDE), Anthony "Top Dawg" Tiffith, solía ser un peligroso pandillero en Compton, que estuvo a punto de matar al padre de Lamar cuando este tenía ocho años. El rapero deduce que si eso hubiera sucedido, el crecer sin padre habría derivado en su propia muerte durante su juventud, en medio de la violencia de su comunidad.

No fue así. Lamar, ad portas de cumplir 30 años, parece ser el dominador absoluto de su género. Y se encarga de recordarlo cada vez que alguien insinúa lo contrario.