Para Klaus Schmidt-Hebbel nada de lo acontecido en la última semana -acuerdo por el reajuste fiscal, nuevo cambio de gabinete y cuentas nacionales del tercer trimestre- altera la situación de fondo que sufre el país: una donde en términos económicos persiste el enfriamiento polar del que él habló hace más de un año y donde en el plano político ve a la actual coalición gobernante en estado "catatónico o terminal". Por lo mismo, a su juicio, no hay esperanza de mejoría en el año y cuatro meses que le resta a la administración Bachelet. Eso, señala, queda ya para el gobierno que venga, siempre que lo haga bien y que enfrente los problemas que quedarán en materia fiscal, tributaria y laboral, entre otros.
El profesor titular del Instituto de Economía de la UC también aborda el debate por las pensiones, respecto del cual está participando en la comisión que formó la CPC. Hasta hace 10 días era también director de la AFP Habitat, cargo al cual renunció "porque estoy evaluando otras oportunidades profesionales que no son compatibles" con esa tarea, explica.
Usted dijo hace más de un año que la economía chilena estaba sufriendo un frío polar. ¿Ve hoy algún asomo de repunte?
Ninguno. En una reciente columna puse que continuaba ese estado. Pasamos de un crecimiento tendencial de 4,7% en 2010-13, a uno efectivo (cercano al tendencial) de 1,9% en el cuatrienio 2014-17 de la Presidenta Bachelet. Esto es un verdadero enfriamiento polar del crecimiento chileno. Ciertamente, no estamos en recesión, pero nos salvamos jabonados de tener una como la define la Ocde, con dos trimestres seguidos negativos.
¿Y por qué no hay mejora?
Por causas internas y externas. A mi juicio, sin poner un número, los factores domésticos pesan más que los internacionales. De hecho, si en lo externo sacamos el precio del cobre, tenemos casi puras condiciones buenas: un precio del petróleo relativamente bajo (en torno a US$ 44), las menores tasas de interés de la historia económica mundial y el mundo está creciendo, no a sus tasas más altas, pero sí más que en los 90 y los 2000, del orden de 3,2% anual en 2016-17.
Pero como lo que más pesa, según usted, son las razones locales, ¿qué se puede esperar para la economía en el año y cuatro meses que le resta al gobierno?
En materia económica no podemos esperar nada de aquí a que finalice este gobierno. Esta refleja reformas emblemáticas de Bachelet que quizás fueron bien intencionadas, pero tan mal diseñadas, que han llevado a dos consecuencias muy severas. Una económica, y es que respecto de las reformas tributaria y laboral, ambas tienen consecuencias muy negativas para la inversión, desestimulan el emprendimiento y la toma de riesgos, y desincentivan la contratación de trabajadores.
La segunda consecuencia es política: la intensa desafección de los ciudadanos respecto de estas y otras reformas (como la educacional), así como respecto de la muy mediocre gestión cotidiana del Ejecutivo (la Presidenta y sus ministros), que se refleja semanalmente en las altas tasas de rechazo a las reformas y a la gestión de gobierno. Recientemente, ello ha llevado a dos consecuencias severas. Por un lado, la derrota de la Nueva Mayoría en las elecciones municipales, en relación a las expectativas de dicha coalición y de la opinión pública. Y segundo, el estado catatónico o terminal en que se encuentra la propia coalición de gobierno en este momento. Es inaudito, no hay precedente histórico, desde 1990 en adelante, de una coalición de gobierno que muestre un quiebre tan profundo como el que observamos, por ejemplo, en la tramitación del reajuste de los sueldos del sector público.
¿Qué puede ocurrir, entonces, en el último tercio del gobierno?
Nada. Van a seguir el crecimiento magro y pobre, la elevada incertidumbre de hogares y empresas, y el síndrome del 'pato cojo', propio de los últimos seis meses de todo gobierno, ya plenamente instalado desde ahora.
¿Eso quiere decir que los aires primaverales del ministro Valdés fueron sólo una expresión de deseo?
Sin duda. Pero en su defensa se debe decir que los ministros de Hacienda deben influir un poco hacia el lado optimista, usando estas combinaciones de sustantivo y adjetivo inspirados en la naturaleza: brotes verdes, aires primaverales… Pero no hay nada de eso, ni puede haberlo, porque además el gobierno ha anunciado otras reformas emblemáticas -quizás dejadas para futuros gobiernos, pero anunciadas al fin- como la constitucional, de pensiones, de la salud privada, que ciertamente no contribuyen ni al apoyo político ni al optimismo empresarial o de los hogares.
Rodrigo Valdés intentó acotar el afán de cambio en la coalición y poner orden fiscal, ¿lo ha conseguido?
El ministro Valdés tiene muchas virtudes y fortalezas, pero también sombras y debilidades en su gestión. En lo fiscal está mostrando una firmeza que quizás llegó un poco tarde, me hubiese gustado que ya la mostrara el año pasado, cuando negoció el Presupuesto 2016, pero su fuerte compromiso al respecto se reflejó en su éxito final -la tercera vez fue la vencida- en conseguir la aprobación del reajuste de 3,2% para los sueldos del sector público.
¿Y en materia de cambios o reformas?
No ha acotado mucho. Modificó el pésimo sistema tributario que nos legó el señor Arenas en lo relativo a la incompatibilidad de la convivencia de los regímenes tributarios de renta atribuida y semiintegrado. Pero eso lo hizo, porque lo tuvo que corregir. Sin embargo, otros aspectos fundamentales, que son las enormes distorsiones que impone la reforma de Arenas al sistema tributario chileno, costosas en eficiencia y en equidad, no los corrigió. Por lo tanto, garantizo que los dos programas presidenciales que llegarán a segunda vuelta el próximo año tendrán un componente muy importante: una nueva reforma tributaria. No me refiero a recaudación, sino a estructura, al tipo de tributos, a los desincentivos que coloca al emprendimiento, a los incentivos que coloca para abrir depósitos a plazo en bancos versus invertir en acciones o en negocios propios, a los desequilibrios en la tributación de primera y segunda categoría, a los loopholes que quedaron en renta presunta, a las insuficiencias en materia de impuestos específicos, a las inequidades horizontales y verticales del actual sistema. Todo eso va a tener que ser corregido y arreglado. Entonces, la actuación de Valdés en la reforma tributaria fue insuficiente.
¿Y en la laboral?
Nos quedamos con el sistema laboral más rígido en cuanto a negociación colectiva y que les otorga el mayor poder monopólico a los sindicatos de todos los países miembros de la Ocde, impidiendo cualquier reemplazo interno y externo. Y simultáneamente, deja en el limbo a los grupos negociadores, implicando una judicialización in extremis de las relaciones laborales internas de las empresa. Esto es un legado pésimo, un costo enorme para emprender, para contratar trabajo y para la inversión, y por supuesto que es una sombra muy larga de la gestión de Valdés. También habrá que complementarla, arreglarla, modificarla, mínimo en materia de los grupos negociadores. Eso tiene que ser objeto de otros cambios legales futuros.
¿Valdés logró que la Presidenta lo escuchara?
Depende del tema. En la política fiscal, la Presidenta escucha mucho y confía plenamente en su ministro de Hacienda. Pero respecto de la reforma laboral -públicamente criticada por economistas muy cercanos al ministro, como Engel, Repetto o Mizala-, la Presidenta escuchó muy poco a su ministro de Hacienda. En términos futbolísticos, la reforma laboral fue una goleada de 5-1 de la ex ministra Rincón al ministro Valdés.
¿Cómo va a ser recordado?
Sin ninguna duda, el ministro Valdés va a ser mejor recordado que Arenas, que es el único ministro de Hacienda echado de su cargo en 27 años de democracia.
Pero Arenas dijo que la historia iba a ser más equitativa con su labor.
Pienso que no. Valdés, en cambio, va a ser recordado como un hombre que ha dado una lucha heroica por la responsabilidad fiscal, pero también como alguien que colocó su rúbrica en reformas estructurales que son malas: la laboral y la segunda tributaria. De Arenas, en cambio, va a ser difícil rescatar algo bueno.
Ahora, pese a esa labor heroica en lo fiscal, la gestión fiscal de este gobierno implicará pasar de una deuda pública bruta de 13% del PIB el 2013 a 31% en el 2020, de acuerdo al Informe de Hacienda presentado hace un mes al Congreso. Hay pocos países del mundo que en tiempos de paz y sin una recesión de por medio han visto un aumento tan vertiginoso en la relación deuda/PIB como es el caso de Chile en estos apenas siete años. Y eso es bajo el supuesto optimista de Hacienda que los déficits estructurales y efectivos van bajando después de este gobierno, en 2018-2020.
¿Por qué ese supuesto es optimista y qué implicancias tiene?
Porque se pinta un cuadro fiscal mejor de lo que va a ser la realidad. Y por tres factores: se sobreestima el crecimiento efectivo y potencial en las proyecciones de Hacienda para 2017, 2018 y 2019. Segundo, se proyecta un aumento de la demanda agregada el próximo año de 2,8% y una recaudación del IVA que crece en términos reales un 4,2%, lo que refleja una elasticidad de 1,4, que es bien elevada. Y, finalmente, se supone que la producción minera privada va a crecer 6,5% en 2017, mientras que la proyección de la Sonami es de 3,5%. Estos tres sesgos hacen que la senda de la deuda pública pueda ser bastante peor aún.
Dado eso, ¿cómo será la situación fiscal del próximo gobierno?
Muy frágil. Primero, porque estamos en esta expansión continua de deuda. Segundo, porque este gobierno no lega holguras fiscales, por el contrario, los gastos comprometidos son mayores a los que se requieren para cumplir con la senda de gradual ajuste fiscal que está proyectada optimistamente para los años 2018-20. No queda espacio fiscal para la nueva administración que asumirá en marzo de 2018. Fiscalmente, se verá entre la espada y la pared. El nuevo gobierno tendrá que cortar gasto de muchos de los programas comprometidos por este gobierno para reducir los déficits.
¿Es viable ese camino?
Es viable, pero muy costoso política y administrativamente. Requiere mucha solvencia técnica para evaluar los programas de gasto público y hacer los ajustes necesarios contra la oposición de grupos de interés en la administración pública, la oposición y el Congreso.
¿Y si el nuevo gobierno tampoco reduce los déficits?
Significaría repetir la irresponsabilidad de la Presidenta Bachelet en esta materia. Su programa prometió llevar el pequeño déficit estructural o cíclicamente ajustado que heredó del gobierno Piñera a cero, usando parte de la recaudación tributaria, producto de la reforma, para este objetivo. Contrasta esta bella promesa con la realidad del año 2016, cuando tenemos un déficit cíclicamente ajustado de 1,7% del PIB, tres veces el que se heredó del gobierno de Piñera.
Esta irresponsabilidad fiscal no puede continuar bajo un siguiente gobierno, porque subiría la relación deuda/PIB a niveles de 35% o 40%, lo que nos llevaría a perder nuestra calidad de investment grade, elevando el costo de nuestra deuda, nuestras tasas domésticas, lo que implicaría menor inversión y menor crecimiento futuro. Se requiere de una combinación de ajuste fiscal, revisión profunda a los malos incentivos de la reforma tributaria al ahorro, el emprendimiento y el empleo, y tercero, una reorientación del gasto hacia aquellos programas que tengan una gran efectividad en su impacto social (aliviando la pobreza y mejorando la igualdad de oportunidades) y económico.
¿Ese será uno de los principales desafíos de la próxima administración?
Sin duda. Además, debe reorientar, corregir y mejorar las reformas estructurales de este gobierno y hacerse cargo de falencias que van más allá de esta administración. Ahí están el conflicto mapuche, la delincuencia, los temas ambientales y la mala calidad de la educación y salud públicas.
Si al menos parte de tales desafíos se cumplen, ¿el gobierno siguiente puede volver a llevar el crecimiento de Chile sobre 3%?
Sí. El crecimiento y el bienestar de la población son producto de los sistemas económicos y políticos que los países adoptan. Por ejemplo, en los países Ocde se plantean reformas estructurales muy profundas, algunas de inspiración socialdemócrata y otras de inspiración de centroderecha. Pero ese es el espectro de ideas y programas que se considera aceptable. En ninguno de esos países un PC o un partido fascista forman parte de alguna coalición de gobierno. Por tanto, la búsqueda de mejores soluciones para generar estabilidad democrática, inclusión social y desarrollo económico se hace entre técnicos y políticos que pertenecen al espectro mencionado. Todo lo que está fuera de eso es inaceptable e inaceptado, al menos hasta ahora, aunque hay algunos signos preocupantes en Europa.
¿Cómo se conjuga eso con lo que pasa en Chile?
Chile conformó sus coaliciones de gobierno entre 1990 y el 10 de marzo de 2014 de forma similar a como se hace en los países de la Ocde. La actual coalición gobernante es más amplia, porque integra a personas y partidos que no creen en la democracia como la conocen los países de la Ocde, y cuyo norte es alguna combinación de la Cuba de Castro, la Alemania "democrática" de los Honecker o Corea del Norte. Eso lleva a las fuertes tensiones que hemos visto en temas económicos, políticos y valóricos, y que refleja la incompatibilidad estructural entre un partido socialcristiano de gobierno, la DC, y un partido totalitario, como es el PC y algunos movimientos cercanos a él. El 95% de los chilenos que vota refleja el mismo amplio consenso del espectro democrático que caracteriza a la gran mayoría de los votantes y, hasta la fecha, a todos los gobiernos de la Ocde: procuran alcanzar más democracia, inclusión social, mayor igualdad de oportunidades, más desarrollo económico y pleno respeto en la convivencia ciudadana y con el medioambiente.
Al revés, si la nueva administración no enfrenta esos desafíos, ¿quedamos confinados a seguir creciendo al 2% por mucho tiempo más?
No sólo al 2%, sino que probablemente a menos que eso también. Como dijo una vez la Presidenta, cada día puede ser peor. Es el ejemplo de Venezuela ya antes de Chávez, un país que por corrupción y falta de reformas no ha crecido casi nada desde los años 70. Así, el mayor riesgo para Chile si el próximo gobierno no hace las cosas bien, es que del crecimiento actual del PIB por habitante, de 1%, nos vayamos a uno de 0%. Pero quiero enfatizar que el futuro de este país está en las manos de los ciudadanos, y no depende crucialmente de condiciones externas, como el precio del cobre o del petróleo. Como país, como ciudadanía, como futuro gobierno, está bajo nuestro control trabajar en lograr las condiciones para volver a crecer, de manera que podamos alcanzar dos objetivos sociales centrales: uno, derrotar la pobreza y bajarla del 7% actual a algo muy cercano a cero. Y, segundo, dar cada día mejores oportunidades a los grupos emergentes que han salido de la pobreza y a la clase media para alejarla de la posibilidad de volver a la pobreza. Esos desafíos pasan necesariamente por crecer al doble de lo que lo hacemos hoy. En vez del 2% (PIB total), tiene que ser meta de cualquier próximo gobierno volver a crecer al 4% o más.
ELECCIONES
A su juicio, ¿el tema de la inversión en la pesquera peruana complica la eventual candidatura de Sebastián Piñera?
En absoluto.
¿Quiénes llegarán a la papeleta final: Piñera-Lagos o Piñera-Guillier?
El escenario está abierto, pero coincido (excepcionalmente) con el ministro del Interior, Mario Fernández, en que las personas más capacitadas para ser candidatos son los dos ex presidentes de la nación: por sus pergaminos, su experiencia y sus logros en sus respectivas gestiones de gobierno. No veo que un periodista, aunque sea popular, pueda dominar a un ex Presidente que es un doctor en Economía, como Ricardo Lagos. Por el otro lado, no veo que un ex alcalde de Puente Alto debiera hacer mucha collera a un ex Presidente de Chile, también doctor en Economía, como es Sebastián Piñera.
Si se afirman ambas candidaturas, ¿pueden mejorar en algo las expectativas del mundo privado?
Sin ninguna duda, porque los dos han tenido presidencias responsables, que están firmemente ancladas en el espectro de lo que es recomendable y coherente con las mejores prácticas políticas en los países desarrollados. Pero al final todo dependerá del contenido de los programas que ofrezcan, de qué propuestas presentarán al país, de quiénes son sus grupos de colaboradores técnicos y políticos y, muy importante, cuán grandes y estables son las coaliciones políticas que los apoyan en el Congreso.
¿Usted fue invitado a participar en las conversaciones que realiza el ex Presidente Piñera?
He participado en algunas reuniones de discusión de temas país con otros profesionales, y que han tenido lugar en la oficina del ex Presidente Piñera.