Se escucha la tos. Cuando Ernesto Fontaine contesta el teléfono, cuando se sienta en el sillón de su departamento con vista al club de Golf de Manquehue, o cuando trata de leer el diario, el economista comienza a toser. El casi no se da cuenta, hasta que la tos se vuelve tan persistente que lo ahoga, le obliga a golpearse el pecho y le impide hablar. Entonces toma un vaso con agua y recupera el discurso, donde siempre intercala palabras en español e inglés.

En enero de 2013, se enteró que tenía cáncer al pulmón.

Para entonces tenía 78 años y estaba por cumplir un mes tosiendo. Salvo eso, nada en su vida había cambiado: pesaba 93 kilos, nadaba en la piscina y a diario subía corriendo por la escalera los tres pisos hasta su oficina de profesor titular en la Escuela de Ingeniería Comercial en la Universidad Católica. Lo mejor de todo, recuerda, es que cuatro años antes se había reencontrado con María Eugenia Izquierdo, una mujer con quien pololeó a los 22 años y a quien no volvió a ver hasta 2007, cuando ambos ya tenían nietos y divorcios a cuestas. Desde ese día no se separaron más.

Estaban juntos de vacaciones en su departamento en Quintay, cuando esa molesta tos lo hizo llamar a una clínica en Santiago y pedir hora con un broncopulmonar. Para ganar tiempo, le pidió una orden médica a su hermano traumatólogo, Max Fontaine, para hacerse una radiografía en un centro de salud de la V Región.

Cuando abrió el sobre del informe del radiólogo, Fontaine encontró malas noticias: "Se detecta una masa en el costado izquierdo y se recomienda hacer un escáner con urgencia". Al mirar la placa a contraluz, el tumor tenía el aspecto de un durazno grande. Días después, ya en Santiago, llegó a la consulta del broncopulmonar Iván Caviedes y siguieron los malos pronósticos. Los exámenes precisaron el nuevo enemigo de Fontaine: un tumor maligno de siete centímetros de diámetro.

Su hijo Paul Fontaine, también economista y quien fue miembro del comando de Evelyn Matthei, lo acompañó a la primera consulta con el oncólogo Conrad Vogel. A Paul no le gusta hablar de su familia ni de su vida privada, pero algo cuenta: "Cuando supimos el diagnóstico fue difícil, pero no nos asustamos. Porque el médico nos dijo que este tipo de cáncer reaccionaba muy bien ante la quimioterapia".

Ernesto Fontaine se enteró también que su cáncer al pulmón era nivel cuatro. Según la Sociedad Americana del Cáncer, sólo el 2% de los que tienen este tipo de tumor alcanzan a vivir más de cinco años. Pero el economista no contó probabilidades. No buscó por internet ni leyó en libros lo que le estaba pasando.

Dice que no sintió miedo, ni le temblaron las piernas. Pero sí comprobó que comenzaba la cuenta regresiva.

Con el diagnóstico en mano, le pidió matrimonio a María Eugenia Izquierdo. Se casaron el 18 de febrero en una ceremonia privada en una Iglesia de Las Condes. El sacerdote Sergio Cobo celebró la ceremonia. Ese mismo día, recuerda Fontaine lleno de risa, él le pidió algo al cura: "Quiero que usted oficie mi funeral".

-Está diciendo algo bien dramático, pero lo dice riéndose, ¿es el humor una forma de escape para usted?

-No, es que a mí siempre me ha gustado el hueveo.

LA NUEVA RUTINA

Ernesto Fontaine entró a estudiar Ingeniería Comercial en la Universidad Católica en marzo de 1952 y no salió de esa Escuela hasta fines de diciembre de 2012. Fue docente por más de 50 años y hoy es profesor emérito. Para él, estudiar Economía no era el plan original. Cuando estaba en The Grange School pensó seguir Medicina igual que su padre, Max Fontaine, que era otorrino. Pero la creación del Servicio Nacional de Salud y la idea que hasta hoy sostiene, que "con eso los médicos se transformaron en empleados del Estado a bajo sueldo", hizo que cambiara de planes.

Esa simple frase con la que Fontaine se refirió a la salud pública a los 17 años, resume su defensa del neoliberalismo y su trayectoria como académico de Economía: en 1957 formó parte de la primera generación de chilenos que viajó a formarse en la Universidad de Chicago, junto con Carlos Massad y Sergio de Castro. Fontaine fue el primer latinoamericano en doctorarse en dicha institución. En 1959 regresó a hacer clases a la Universidad Católica, con el fin de formar una escuela de Economía fuerte, que pudiera contrarrestar a la Cepal, que para Fontaine "era muy marxista". Desde entonces, es considerado uno de los mayores defensores del neoliberalismo en Chile y uno de los economistas más polémicos. Dictó el Ciapep, curso en que adiestraba a funcionarios de gobierno en técnicas de evaluación de proyectos, desde Pinochet hasta mediados del gobierno de Bachelet. Y, simultáneamente, por décadas, fue columnista de El Mercurio, donde calificó, entre otras cosas, al sueldo ético como detestable, y al ingreso mínimo como un desincentivo al trabajo. Para él, lo peor del gobierno de Sebastián Piñera fue la implementación del posnatal.

Las cosas, sin embargo, han cambiado. Desde hace 11 meses, los días de Ernesto Fontaine se dividen en dos grupos. Por un lado, los días que se siente bien, le da por mirar series de televisión, leer la prensa o caminar alrededor del departamento. Y por otro, los que se siente tan mal que no puede siquiera levantarse, tomar agua o comer. La quimioterapia lo tumba en la cama y el exceso de reposo ha hecho que sus músculos se debiliten al punto que caminar unos pasos lo agota. Tres veces a la semana va a visitarlo una kinesióloga.

En las fotografías que hay en las mesas laterales del living de su casa, Ernesto Fontaine aparece en distintas etapas. En casi todas se parece al actor Robert de Niro. Tiene el cuerpo ancho, la sonrisa hacia un costado, la nariz recta. Fue jugador de rugby, criquet y golf. Por eso, tiene una capacidad pulmonar que le ha hecho difícil el trabajo al cáncer. "Le digo al doctor Vogel que va a tener que escribir un paper que se llame 'Fontaine duro de matar'", bromea.

Fontaine hoy pesa 65 kilos. Camina levemente agachado. La luz que atraviesa por la ventana hace que sus ojos se vean muy azules. Haber sido un fumador gran parte de su vida dejó huella en sus dientes. "Aunque dejé hace 12 años el cigarro, el chancho queda", dice. En las paredes hay cuadros, sobre la mesa de centro hay libros de arte y economía, y en el respaldo de una silla del comedor se posa un pájaro blanco con una suerte de moño amarillo sobre la cabeza. A primera vista, parece un adorno. Pero al cabo de un rato, él pájaro se pone a aletear.

"Ese es el Hue… se llama así por hueón", explica el economista, quien sostiene que para él el mundo se divide "entre las señoritas y los hue". El pájaro es una ninfa domesticada, una especie de loro que sus hijas le aconsejaron comprar para que lo acompañara y lo entretuviera. Fontaine creció entre loros y el Hue ha cumplido el objetivo por el que llegó: su dueño lo tiene libre por la casa, le enseñó a silbar y a decir un par de frases. Hoy el Hue y Fontaine andan de buenas; al primero le dio por revolotear, y al segundo por subir la voz y agarrarlo a garabatos para que se calme.

Fontaine viste un pantalón de buzo azul y una polera blanca con el logo de la Municipalidad de Las Condes, donde es concejal independiente por cupo UDI desde marzo pasado. Sentado en el living, pide un café cortado sin azúcar y sólo se lo toma cuando está frío. Aunque no parece un paciente que recibe quimioterapias cada dos semanas, desde hace casi un año, en su habitación abundan los remedios. En una caja sobre el velador hay corticoides para el cáncer, omeprazol para el estómago, Idón para los vómitos, codeína para la tos y paracetamol para el dolor, entre otros. Al cuidado médico, agregó la medicina alternativa: toma flores de Bach y cada mañana un vaso de jugo de noni, un fruto que promete subir las defensas.

EL MIEDO

En enero, cuando el doctor Vogel le habló del tratamiento, le dijo que el cáncer al pulmón es el que mejor responde a la quimioterapia, pero que también es el más impredecible. Fontaine fue sometido en un mes a dos tratamientos fuertes y luego a un Petscan, examen que detecta hasta el más mínimo tumor y tiene un costo de $ 1.300.000 que no cubre la isapre. El resultado fue duro: el tumor seguía del mismo tamaño, y además había dos nuevos ganglios a la altura del pecho. El tratamiento no había hecho efecto, y seis meses después Fontaine cree que aún no lo hace:

-Tengo miedo, porque tengo pelo, me salieron cejas y me siento bien. Eso puede significar que la quimioterapia no me ha atacado las células buenas, pero tampoco las malas… Y este conchesumadre debe seguir ahí. Por eso quiero hacerme otro examen.

-¿Por qué?

-I´m not sure… creo que para saber si me queda un mes de vida. Tengo muchas cosas que hacer.

-¿Pensó que esta enfermedad sería tan invalidante?

-No mijita, yo no pienso hueas.

El 12 de septiembre, Ernesto Fontaine cumplió 79 años. Ese mismo mes, el doctor Vogel, le dijo al paciente que no le quedaban más de seis meses de vida, pero volvió a confirmar que este tipo de cáncer es impredecible y podría mejorar. Junto con el pronóstico, a Fontaine se le acabaron los viajes semanales a Quintay, la fuerza de las piernas y las visitas con resfrío u otra enfermedad contagiable debían usar mascarilla.

Sus hijos Nicole, Paul y Denisse lo visitan diariamente. La mayor, Nicole, dice que al principio, al conocer la enfermedad, lo vio muy triste, "pero ha ido madurando la noticia". Ella se ha empeñado en que su padre deje un legado más allá de sus libros de economía. Diariamente se sienta con él a escribir las frases típicas de su padre. Ahora toma el iPhone y las lee de corrido: "Abajo los calzones y arriba los corazones; live and let live; una vez al año no hace daño, una vez al mes bueno es, una vez a la semana, cosa sana; ese hueón tiene el poto pesado…". En ese listado está también su dicho más recurrido: could be better, could be worse. A Fontaine le gusta mezclar constantemente palabras en inglés, herencia que le quedó por los 10 años que vivió en Estados Unidos.

Aun sentado en el living, él habla sobre la muerte. "A la muerte no le tengo miedo. Sí le tengo miedo a sufrir mucho al morir. Desde chico le he tenido susto a no respirar. Cuando iba en el colegio y hacían los montoncitos, yo me quedaba abajo y para mí era un sufrimiento espantoso. Pero la especialista en dolor que me trata me dijo que no voy a sufrir nada".

-¿Y qué siente cuando un médico le dice que podrían quedarle sólo meses de vida?

-Estoy pasando por mixed feelings. Estoy condenado a morirme y hay cosas que no voy a ver. No me importa qué va a pasar con la reforma tributaria de Bachelet o cómo lo va a hacer la Vallejo. Pero, por otro lado, me gusta ver a mi hijo Paul activo, viene a visitarme dos veces al día. He estado como nunca con mis hijos. Estoy feliz, porque María Eugenia está dedicada 100% a mí y yo a ella. Y eso es muy bonito.

Entonces se queda en silencio. Y el Hue, con esa forma tan particular de hablar que tienen los loros, repite: "Qué bonito, qué bonito".

LA ECONOMIA Y LA POLITICA

A fines de 2012, Ernesto Fontaine, sin saberlo, dictó su última clase de Economía.

Para 2013 tenía inscritos los tres cursos que iba a dictar el primer semestre: Microeconomía, Evaluación de Proyectos y Comercio Internacional. Pero cuando supo del cáncer desistió: "Dejé de hacer clases, porque me dio vergüenza ponerme a toser, es desagradable que los chiquillos te vean y digan: oye, pobre viejo. No me gusta mostrarme. Para qué me van a sacar una fotografía caminando, si salgo lisiado. Me da pena que a la gente le dé pena cómo estoy".

Por las aulas de Fontaine pasaron alumnos como Sebastián y José Piñera, Evelyn Matthei, Joaquín Lavín, Carlos Montes, Vivianne Blanlot, Ricardo French-Davis o Francisco Javier Labbé.

Fue precisamente Sebastián Piñera, el más famoso de sus alumnos, quien hizo pública su enfermedad en televisión. El 3 de noviembre, el Presidente asistió a Tolerancia Cero. Allí le preguntaron por una entrevista de Fontaine, donde dijo que no sabía qué políticas de Piñera habían aumentado el crecimiento económico. El presidente respondió: "Es que Fontaine está muy enfermo, seguramente no está informado".

"La cagó el Tatán", dice hoy Ernesto Fontaine. Y cuenta que su relación con el Presidente comenzó cuando él era pequeño, pues con el padre del Presidente, José Piñera, eran amigos. Fue en la casa de éste donde conoció a su primera esposa, María Eugenia Benavides. Más tarde, Piñera fue su alumno y ayudante del ramo Precios 1.

Dos días después del programa de televisión, Piñera fue a visitarlo. Subió solo, sin guardias ni escoltas, al piso 17 del edificio donde vive Fontaine. El economista le abrió la puerta del ascensor que da directo a su departamento. El Presidente lo vio vestido con el mismo buzo azul y con el Hue parado en su hombro. Estuvieron juntos poco más de media hora. Comenzó la conversación, recuerda Fontaine, con el Presidente diciéndole: "Discúlpeme profesor".

-¡Se pasó! Tanto que hablan del Tatán y ¿quién hace eso de ir a pedirle perdón a un viejo? Pero la verdad es que estoy muy enfermo, pero no se me nota, ¿acaso tú me ves mal?- pregunta Fontaine, y se pone a toser.

Desde que está enfermo recibe muchas visitas. Han ido Sergio de Castro y otros economistas cercanos como Ricardo Jofré, Francisco Javier Labbé y Sergio Rudolphy. Hace tres semanas la candidata de la Alianza, Evelyn Matthei, también fue a verlo. Ella fue su alumna y ayudante. Por eso, al verla esa tarde de viernes, frente a una bandeja de café con galletas, le recordó una anécdota que él siempre cuenta:

-Ella empezó a pololear con Jorge Desormeaux, que era un profesor joven de nosotros, que venía llegando del MIT, mientras ella era alumna de segundo año. Cuando vino a visitarme le recordé que Jorge y ella se amaban profundamente y atracaban como locos delante de todo el mundo. Yo... quizás soy medio hueón, pero tuve que decirle a Jorge: "No podís seguir atracando así delante de los alumnos". Es que ella era preciosa, muy buena alumna, inteligente.

Fontaine dice que no le gusta la política, pero que finalmente todos sus temas terminan en ésta. Se lamenta que, debido al cáncer, no pudo ir a votar a las elecciones primarias por su candidato Andrés Velasco. Para las presidenciales, votó por su ex alumna.

-¿Y qué le parece Michelle Bachelet?

- Me parece a good human being, que está convencida de lo que está haciendo y que salvo algunas cosas como el Transantiago no lo hizo tan mal, pero estaba con Velasco que le paró algunas locuras de izquierda.

-El hecho de vivir su enfermedad desde el sistema privado, ¿lo ha hecho replantearse el sistema neoliberal? Esto porque hay gente en Fonasa que no puede acceder a su tratamiento…

-Me parece una inmoralidad no darle recursos a los pobres viejos. Por eso digo que hay que ahorrar cuando joven. Es justo que si yo , que me saqué la cresta trabajando, tenga un buen nivel de ingresos y pueda pagarme un buen médico. Es perfectamente justo, aunque signifique desigualdad; en mi caso es perfectamente equitativo.

-Pero hay gente que no tiene capacidad de ahorro, pues no le alcanza para vivir. En este sentido, ¿es equitativo que una persona con cáncer al pulmón esté meses esperando por una quimioterapia en el sistema público?

-La plata no crece en los árboles, es limitada y, por lo tanto, hay que tomar decisiones. Entonces, me encantó la idea de vender algo como el Auge. La sociedad chilena tiene que decidir qué enfermedades vamos a cubrir aunque la persona no pueda pagar. Pero si es un cáncer al pulmón en etapa 4, las probabilidades que sobreviva es re baja. Hay que decidir qué enfermedades van a ser cubiertas por todos los chilenos, para lo cual hay que pagar impuestos o sacrificar otros programas sociales (…) Hay enfermedades que están muy avanzadas y no puedes cubrirlas.

- ¿Y cómo ve lo que sucede en la Alianza?

-En la derecha necesitamos que salga alguien a defender nuestras ideas... estamos en el suelo. Tenemos una misión que cumplir; pero claro, yo ya me voy.

MISION CUMPLIDA

A mediados de diciembre de 2012, Fontaine llamó a un abogado. Le pidió que lo ayudara a redactar un testamento. Fue un mes antes que le descubrieran el cáncer. "Las cosas pasan por algo, fue Miguel Kast que me mandó desde el cielo", dice.

Fontaine habla con resignación. "Ya no me preocupa qué va a pasar en Chile, porque yo voy a andar mirando margaritas". Comienza a toser. Se golpea varias veces el pecho y toma agua. A la mañana siguiente tendrá quimioterapia.

-¿Ha pensado decir: hasta aquí llegó el tratamiento?, ¿cuántas peleas más piensa dar?

-Todas las peleas, si yo quiero vivir.

Asegura que si tuviera la opción de vivir unos años más, no se dedicaría a la academia ni cumpliría su sueño de recorrer el Nilo. Se iría con su señora a Quintay, a recorrer el desierto de Atacama o capearía olas en Cancún. De vez en cuando dictaría una conferencia a las nuevas generaciones.

Fontaine es un católico rebelde. Para él no existe la vida eterna. "Yo creo que el ser humano es tanto lo que se ama a sí mismo que no puede soportar la idea de desaparecer. El más allá es fruto de la soberbia del ser humano. Yo creo que uno se muere y se acabó la huea...". Cuenta que ya llamó al padre Cobo para conversar sobre lo que se viene en los próximos meses.

-¿Siente que tiene algo pendiente?

-Creo que mi misión está cumplida. No tengo necesidad de pedirle perdón a nadie... pero me encantaría vivir más. Estar con mi esposa, mis hijos, los nietos. Ojalá tenga una sobrevida, pero una decente. No quiero vivir con dolores y esas cosas.

Ernesto Fontaine se levanta del sillón. Van a ser las dos de la tarde, y sus hijas vinieron a visitarlo. Después del almuerzo, se reunirá con el alcalde de Las Condes, Francisco de la Maza, y como hoy se siente tan bien, va a ir a una reunión del Concejo Municipal. Camina hasta la puerta y toca el botón que llama al ascensor. Al despedirse, con el pájaro sobre el hombro, dice: "Viste… estuvo buena mi vida".

Días después, lo llamamos de nuevo. Esta vez, no es su voz ronca la que contesta el teléfono. Una mujer explica que el economista no puede hablar. Horas atrás tuvo quimioterapia. Es de ese tipo de días en que Fontaine quiere desaparecer del mundo.