El teatro casi se vino abajo con la ovación. "Ya es hora de que tengamos los mismos salarios y los mismos derechos", dijo la actriz Patricia Arquette al recibir el Oscar como mejor actriz secundaria. Su colega Meryl Streep (la misma que hace un tiempo acusó a Walt Disney de "misógino y racista"), se puso de pie para aplaudir. Pero las diferencias, salariales y muchas otras, no son un tema que sólo entretenga a Hollywood.
El Foro Económico Mundial ha medido por nueve años la brecha de género global y en su último informe concluye que los avances han sido lentos. Tan lentos, que, por ejemplo, al ritmo actual se necesitarían 81 años para lograr la equidad en el lugar de trabajo, que es donde se encuentran las diferencias más amplias. Chile, que se ubica en el puesto 66 de los 142 países estudiados en el ranking de igualdad de género, obtiene su peor posición en esta categoría: la 119.
En contraste, la brecha es menor en términos de salud y supervivencia (donde Chile es el número uno), e incluso, hay 35 países que han logrado cerrarla por completo. Algo parecido ocurre en educación: pese a situaciones dramáticas, como la de Malala, la paquistaní de 17 años que ganó el Nobel de la Paz 2014 por su defensa al derecho de las mujeres a educarse, la brecha global es de 94%.
Es probable que sea por estas diferencias dentro de la diferencia que el empoderamiento económico y la búsqueda de una mayor participación de las mujeres en el mercado laboral y en puestos de liderazgo se estén tomando las agendas.
Christine Lagarde, la primera mujer en la dirección ejecutiva del Fondo Monetario Internacional, escribió a fines de enero que "en demasiados países existen demasiadas restricciones jurídicas que conspiran contra la mujer al impedirles que sean económicamente activas, es decir, les impiden trabajar". Esto es, a sus ojos, una "conspiración insidiosa" que hace al mundo más pobre.
Lagarde ha sido hace largo tiempo una ruidosa promotora de la igualdad de género: en alguna ocasión sugirió que la crisis financiera habría sido menos dolorosa si más mujeres hubieran estado a cargo. En la misma línea, Hillary Clinton hizo de la mejora en las condiciones de vida de las niñas una de las prioridades de su trabajo en el Departamento de Estado, desde donde dirigía la política exterior de Estados Unidos. Esta semana, hizo un llamado a las mujeres en Silicon Valley a "romper hasta el último techo de cristal" en sus carreras profesionales.
Los argumentos de Lagarde pueden tener más peso ante la desaceleración de la economía global y en países con poblaciones que envejecen, como Japón, donde un aumento en la participación femenina podría ayudar a compensar la contracción de la fuerza laboral. Según un estudio del FMI, tener tantas mujeres como hombres podría impulsar el crecimiento económico en 5% en Estados Unidos, 9% en Japón, 17% en Chile y 34% en Egipto.
Incluso, considerando los avances de los últimos 50 años, los investigadores del Banco Mundial encontraron que casi un 90% de los países aún tiene al menos una restricción legal basada en género, y 28 países tienen 10 o más de tales leyes. Esto incluye desde límites a los derechos de propiedad de las mujeres, como leyes que permiten a los maridos impedir que sus esposas trabajen y otras que prohíben a las mujeres desempeñar trabajos o profesiones determinados.
¿Qué cambios se sugieren? Básicamente, nivelar la cancha, removiendo los sesgos que impidan a las mujeres participar en igualdad de condiciones con los hombres: igualar derechos de propiedad y de herencia, delegar en ambos la administración de los bienes matrimoniales, dar libertad a las mujeres para elegir una profesión, abrir una cuenta corriente, firmar un contrato o iniciar una demanda sin permiso de su marido. También se propone incentivar la llegada de mujeres a roles de liderazgo, de manera que puedan servir de modelos para otras mujeres, combatiendo estereotipos.
¿IGUALDAD O CUOTAS?
Otras mujeres en posiciones de poder han sido notables por no enarbolar la bandera de los derechos de la mujer. Por ejemplo, a la ex primera ministra británica Margaret Thatcher, según su biógrafo, Allan Mayer, le molestaba que su género fuera motivo de atención, y no incluyó mujeres en su gabinete. Angela Merkel, la primera canciller alemana, suele mantenerse al margen de las discusiones de género, a pesar de que las mujeres ocupan el 40% de su gabinete. Merkel rechazó una ley que imponía cuotas de participación femenina en los directorios de las empresas alemanas en su primer mandato, por considerar que el mérito era un mejor antecedente que una imposición por género. La canciller debe saber algo de eso: es física de profesión, con un doctorado en química cuántica, un dominio masculino. Tuvo que ceder a fines del año pasado, cuando sus socios de coalición, los socialdemócratas, exigieron el cambio.
La imposición de cuotas ha sido cuestionada sobre las bases de su constitucionalidad en Alemania y otros países, y no está claro que hayan conseguido su objetivo. Noruega, por ejemplo, fue el primer país del mundo en establecer una cuota de género de 40% para las mujeres en los directorios de sus grandes empresas, en 2003. Sin embargo, el estudio Women, Business and the Law 2014, del Banco Mundial, encontró falta de diversidad en los directorios, ya que un puñado de mujeres calificadas acumuló gran parte de las nuevas designaciones.