Lionel Richie intentando rapear. Lionel Richie imitando los modos relamidos de su amigo Michael Jackson. Lionel Richie emocionado al rememorar la primera vez que enfrentó el racismo. Toda una rutina que el artista reservó para el anfitrión más apropiado: el Presidente de la República.

O al menos el de la ficción. El pasado miércoles 10, el actor Kevin Spacey, célebre por representar al mandatario  Frank Underwood en la serie House of cards, encabezó una extensa conversación con el cantante, ante una exclusiva audiencia de 500 personas y que funcionó como previa a la ceremonia de los Grammy, donde fue galardonado como la Personalidad del año.

Es el estatus fulgurante con que el originario de Alabama abrirá esta noche el Festival de Viña: pocas veces un astro de tanto protagonismo en la fiesta más importante de la música tiene como parada siguiente los cerros y los caminos arenosos que conducen a la Quinta. “Pero yo armé una carrera durante más de 40 años no para ser famoso: el verdadero sentido de la fama está en ayudar a los necesitados, en algún momento fui uno de ellos”, soltó Richie en el inicio de la charla, al referirse al otro propósito del evento: todo lo recaudado en entradas, cuyos precios iban de US$1.500 a US$8.500, iba a la fundación benéfica MusicCares.

A partir de ahí, el hombre de Hello miró en reversa a su niñez. "Consideré seriamente convertirme en sacerdote. Era el futuro que muchos niños negros veíamos por esos años. Pero luego pensé que mejor no. Tenía a la música en mi mente. Mi abuela, que vivió hasta los 102 años y era pianista clásica, hizo todo lo posible por enseñarme, pero yo nunca aprendí a leer ni una sola partitura. Una vez me retó y preferí decirle: 'Abuela, Marvin Gaye y Stevie Wonder se graduaron en la universidad de Motown y en la de la vida. Yo no necesito esto'".

Luego, el artista, según relataba -siempre con su estampa increíblemente juvenil pese a sus 66 años-, se fascinó con la popularidad que vino con The Commodores. “No podía creer que había gente que gritara por ti. Admiré por años a Lennon y McCartney, siempre cantaba en la ducha sus canciones, y ahora me topaba con algo parecido”. En esa vorágine, el buque insignia fue la canción Easy -que de seguro incluirá hoy-, cuya primera línea (“Easy like sunday morning”) la hizo pensando “en esos pueblos donde yo crecí y donde no existe la resaca: todo muere el día sábado a las 10 de la noche, por lo que el domingo por la mañana es muy fácil”.

En ese momento, el foco gira a Spacey. El actor revela que su sueño es imitar a presentadores como el clásico Johnny Carson, cambia el tono de voz y le pregunta a su contertulio por qué eligió ser baladista y no rapero. “¿Tú me ves a mí rapeando?”, contrapregunta Richie. Para recalcar aún más la carencia de dotes en el arte de rimar, se para de su silla, mueve los brazos a la usanza de un pandillero en plena esquina e imita la voz fanfarrona de algún jerarca del hip hop: está claro que lo suyo es el romanticismo.

El público ríe, pero también cambia de actitud cuando el intérprete, con los ojos al borde de las lágrimas, detalla su primer cara a cara con el racismo. “Cuando tenía nueve años, me acerqué a tomar agua en una fuente que decía ‘sólo para blancos’. Había unos chicos que nos empezaron a insultar y mi padre decidió salir corriendo. Años después, lo encaré: ‘¿por qué no hiciste nada, por qué no peleaste con ellos?’. Ahí él me respondió: ‘porque si los hubiese atacado, ellos me habrían matado. Y entre ser un hombre y ser tu padre, yo quería seguir siendo tu padre’ ”.

Para que el encuentro no extraviara su intensidad, el protagonista central desenfundó un puñado de historias notables: contó que cuando compuso We are the world en la casa de Michael Jackson, fue atacado por la pitón y el perro del propio Jacko; y cuando los Commodores telonearon a The Wailers en 1980 en Nueva York, Bob Marley lo invitó al mayor cigarrillo de marihuana que ha visto en su vida. “Nunca me acuerdo si tocamos o no en ese show”, remata entre carcajadas.