Histórico

La chilenidad encarnada en 7 figuras

¿Es posible que la chilenidad, como quiera que se entienda, se "encarne" en una personalidad de nuestra historia? Responden la antropóloga Sonia Montecino; Carlos Peña, rector de la UDP; el sociólogo Jorge Larraín; el cineasta Cristian Sánchez; los historiadores Sergio González y Claudio Rolle, y el escritor Rafael Gumucio.

Gabriela y la síntesis telúrica

¿Hay alguna esencialidad chilena en Lucila Godoy Alcayaga? Para el historiador Sergio González Miranda, Gabriela Mistral, nacida en el Valle de Elqui en 1889 y fallecida en Nueva York en 1956, “representa la chilenidad más profunda y no aquella estereotipada que se asocia al huaso de la zona centro-sur”. Tanto su obra como su persona, prosigue el Premio Nacional de Historia 2014, “expresan el mestizaje chileno en su dimensión más alta. Ella es la síntesis de lo telúrico y de la cultura nacional, elevando a la identidad chilena -a través de su poesía y su prosa- a lo universal. Su Poema de Chile es el mejor retrato del paisaje nativo, como ella lo define”. La escritora, que vivió gran parte de su vida fuera del país, ocupando cargos consulares en España, Italia, Brasil y Estados Unidos, “siempre miró con ironía cierto criollismo chileno que negó el mestizaje”, prosigue el director del Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad Arturo Prat. La autora de Desolación y Tala, Premio Nobel de Literatura 1945, agrega Sergio González, “es también la más latinoamericana de los grandes escritores chilenos, por su rescate de lo originario, tanto de la naturaleza como de su gente”.

Plaza, corredor y suplementero

En la opinión del historiador Claudio Rolle, Manuel Plaza (1900-1969) es un buen representante de una noción de chilenidad “que hemos venido construyendo en el tiempo”. Esta condición, agrega el académico del Instituto de Historia UC, “se la gana con su abnegada dedicación al atletismo, a las carreras de fondo en donde se convirtió en una figura continental y mundial”. El primer medallista olímpico chileno -2° lugar en la maratón de 1928 en Amsterdam, con un tiempo de 2 horas, 33 minutos y 23 segundos- combina su pasión deportiva con su trabajo, el de suplementero, “en un tiempo en que este oficio era relevante y realizado por niños y jóvenes que corrían con las diarios por las calles anunciando las noticias. Dedicado a entrenar en su tiempo libre, supo adaptarse a esa práctica deportiva que pareció durante mucho tiempo ‘cosa de gringos’”.

El lugar del lampino en la memoria de Chile está mediado por “la fatalidad de desviarse y correr más de lo debido (le ocurrió en la maratón de París, en 1924, donde llegó sexto). Un gran resultado y también uno de esos triunfos morales que nos han acompañado por tanto tiempo”.

Nicanor, culto y popular

Más que centenario a estas alturas, el Premio Nacional de Literatura 1969 y Premio Cervantes 2011, Nicanor Parra (1914-), ha penetrado en los entresijos del ser chileno, arribando a resultados inéditos y reveladores. Tal como lo ve el abogado Carlos Peña, “hay en él un mestizaje entre la alta cultura europea y la criolla, entre la lengua culta y la popular: una mezcla vacilante entre las dos que le confiere una magnífica ambigüedad y le imprime a su personalidad y a su obra la rara característica de ser él, como todo lo chileno, un habitante de dos orillas que nunca se decide por alguna. La misma ambigüedad desconfiada, distante e irónica -ladina- que el chileno cultiva como cosa natural en la comunicación cotidiana, en su acercamiento a lo aristocratizante, en su relación con el poder, en su trato con el misterio de lo religioso, es la que refulge en la antipoesía de Parra”. Por todo lo anterior, agrega el rector de la UDP, Parra -el físico que diseñó la antipoesía, el chillanejo que estudió en Oxford y tradujo a Shakespeare- representa lo chileno y es, además, “quien mediante la creación poética ha reflexionado más profundamente acerca de ello: los rasgos permanentes que nos constituyen”.

La pasión de R. Quitral

Más conocida como Rayén Quitral, María Georgina Quitral Espinoza (1916-1979) representa “un modo femenino de ser ‘chileno’ que desde lo local y precario rompe las fronteras de lo provinciano y doméstico para desplazarse al mundo”. Así lo ve la antropóloga Sonia Montecino, Premio Nacional de Humanidades, quien inscribe a la soprano ilocana en “esa clase de mujeres que subvierte los moldes asignados a su género, a su clase y a sus orígenes étnicos y a partir de su pasión musical logra representar a Chile en la escena internacional. Ella simboliza el doble gesto de hacer aparecer una identidad inscrita en su cuerpo (el mestizaje mapuche) y al mismo tiempo encarnar una ‘chilenidad mixta’ que se expresa en su papel de cantante de ópera (con personajes como Gilda, de Rigoletto)  y en la personificación de la mujer mapuche (como en Canción araucana)”. Esa valoración de su identidad es propia de “cierta forma femenina de asumir la ‘chilenidad’”.

El  talento de Edwards B.

Joaquín Edwards Bello (1887-1968) fue retratista de mundos que eran suyos o que terminaron siéndolo. El “inútil” de una distinguida familia local miró con ironía y agudeza, en la crónica sistemática y en la ficción que hizo época, distintos aspectos de la realidad chilena. Del ámbito en que nació y de los varios que vivió, gozó y padeció hasta el minuto en que se quitó la vida. “Representa la chilenidad de una cierta clase social”, afirma Rafael Gumucio, para quien Edwards Bello expresa “lo que me gusta de la chilenidad: tiene talento, cierto desperdicio, una curiosidad enorme y un sentido trágico que se manifiesta en haberse matado de viejo”. El autor de Milagro en Haití agrega que para Edwards Bello “Chile es un prostíbulo lleno de energía, de vitalidad en el peor y en el mejor sentido de palabra”. La suya, remata, es “una escritura lúcida, una prosa sin requiebros ni barroquismos. Un espacio donde no hay mentiras”.

Prats, el republicano

Autor de Identidad chilena y prorrector de la U. Alberto Hurtado, Jorge Larraín no es de quienes creen posible expresar la identidad nacional en una persona. Pero, empujado a escoger un nombre, se queda con Carlos Prats (1915-1974). “Lo escojo, no porque adhiera a una concepción militar de la identidad chilena, sino porque creo que es un buen ejemplo de chileno. Lo elijo como un ejemplo notable de virtudes republicanas, de lealtad y de adhesión inquebrantable a los principios democráticos y a la Constitución. Esto, hasta el punto de sacrificar el futuro de su propia carrera militar y, en último término, su propia vida. Es un raro ejemplo de verdadero honor militar que prueba su temple frente a fuerzas golpistas abrumadoramente superiores. Un hombre sencillo y digno, sin pretensión, que da testimonio de su sentido republicano y su valentía defendiendo a un gobierno constitucional cuyo ideario socialista no compartía”.

Ruiz y sus laberintos

Raúl Ruiz (Puerto Montt 1941-París 2011) “se propuso desentrañar a Chile. Descendió, casi metódicamente, a las entrañas de un país que quiso precisamente por extraño y escurridizo. Una tarea titánica y quizá imposible, salvo apostando por el milagro”. Las palabras son de Cristián Sánchez, colega y discípulo del director de Palomita blanca, y autor de una obra que ha dialogado con la del realizador de Tres tristes tigres. La mencionada tarea, agrega Sánchez, se hizo “multiplicando espejos deformantes como trampas de cazador, socarrones laberintos de mundos al revés, organizando juegos, siempre tramposos, para atraer lo equívoco, y expresar así, con puntería de certero teorema, la insumisa extrañeza del cuerpo patrio, repartido”. Con seguridad, concluye el director de Los deseos concebidos y Tiempos malos, “el entrañable país de Ruiz es nuestro Chile permanente tallado como objeto eterno en sus obras”.

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