Excepto por unas cuantas vallas de propaganda de Daniel Ortega color rosa chicha, todo está increíblemente verde en la carretera que va de Rivas a la desembocadura del río Brito, cerca de la playa de Majagual, en la estrecha lengua de tierra que separa el Pacífico del gran lago Cocibolca. La zona, unos 50 kilómetros al norte de la frontera con Costa Rica, fue escenario de fieros combates en 1855, cuando el filibustero norteamericano William Walker apareció en Nicaragua y se adueñó del país, y también después, durante la insurrección popular que acabó con la dictadura somocista el verano de 1979. Treinta y cinco años más tarde, y pese a que Ortega regresó al gobierno en 2007 -después de ser derrotado por Violeta Chamorro en 1990-, poco queda en Nicaragua del espíritu de aquella revolución que encandiló al mundo y llenó de esperanza al segundo país más pobre de América.
"Los valores del sandinismo se perdieron hace tiempo. Los métodos de Ortega, por desgracia, hoy son similares a los de Somoza", asegura con voz áspera Víctor Tirado, uno de los nueve comandantes de aquella histórica dirección nacional del Frente Sandinista.
Ya no hay guerra en Nicaragua. Ni contras. Tampoco existe una oposición al orteguismo bien organizada. Sin embargo, creen Tirado y otros destacados disidentes del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), ahora comienza una "nueva batalla" en el país que puede hacer que la gente despierte y se movilice. La causa es el plan gubernamental de construir un canal interoceánico en asociación con un oscuro empresario chino, de nombre Wang Jing, que desembarcó en el país hace tres años de la mano de Laureano Ortega, el hijo del Presidente, que es tenor, pero que actúa también como "asesor" de la agencia oficial de promoción de inversiones PRONicaragua.
El canal en cuestión uniría los océanos Atlántico y Pacífico a través de una ruta de 278 kilómetros, de los cuales 105 atravesarían el Cocibolca, que con sus 8.624 kilómetros cuadrados es la primera reserva de agua dulce de Centroamérica. El llamado Gran Canal mediría entre 250 y 500 metros de ancho, con una profundidad de entre 27 y 30 metros, y contaría con 12 exclusas. Científicos y organizaciones no gubernamentales han advertido ya que la obra puede provocar un desastre ecológico en el lago, donde habría que dragar millones de metros cúbicos de sedimentos para que pudieran pasar los gigantescos cargueros Post-Panamax, con capacidad para transportar 18.000 contenedores, incluso más, que en la actualidad no caben por el canal de Panamá.
Nicaragua, además, quedaría partida en dos y comunicada solo a través de algunos puentes, mientras que más de un centenar de pequeñas comunidades -algunas de ellas indígenas- tendrían que ser trasladadas o desaparecerían del mapa.
El gigantesco proyecto está presupuestado en 50.000 millones de dólares, casi cinco veces el PIB de Nicaragua. Aunque a estas alturas aún se desconoce la identidad de los futuros inversionistas, la ley que otorgó la concesión a Wang Jing en 2013 le da manos libres para hacer prácticamente lo que quiera en el país durante los próximos 100 años. Ello incluye decidir cuántas y qué tierras se expropian para construir tanto el canal como los llamados "subproyectos", una categoría difusa que incluye dos puertos, un aeropuerto, un ferrocarril, oleoductos, complejos industriales, una zona de libre comercio, un lago artificial y -lo que más suspicacias provoca- cinco grandes "áreas de desarrollo turístico", la más importante de ellas situada en este privilegiado istmo de Rivas.
-"¡Mire! ¡Mire! ¡Allí!… ¡Ahí van los chinos!".
Quien da la voz de alerta, sobre el kilómetro 121 de la carretera a Brito, señala una caravana formada por tres furgonetas pick up de doble cabina, en la última de las cuales un soldado del Ejército nicaragüense va de pie empuñando un arma automática. Todos los vehículos llevan cristales tintados y avanzan a considerable velocidad ante la mirada recelosa de los campesinos y vecinos de Tola.
En el ambiente hay incertidumbre. Por Santa Julia, La Batalla, Santa Adela y otros pueblitos y caseríos cercanos a la boca del río pasaron días atrás otros convoyes similares entrevistando a la gente y haciendo mediciones. El objetivo: elaborar un censo de fincas y terrenos a expropiar a partir de diciembre, cuando las obras del canal deberían comenzar. El primer paso, se anunció, será la construcción de un gran puerto en Brito. Y en cinco años, según los planes oficiales, el canal estaría acabado -un cronograma del que dudan hasta los funcionarios más optimistas.
"Por aquí solo han pasado los chinos y ustedes", suelta Juan Cárdenas, un ex combatiente sandinista lisiado de guerra. Juan es uno de la docena de socios de la cooperativa Elvis Zúñiga, creada al triunfo de la revolución en los terrenos de la Hacienda Miramar, un latifundio ganadero que perteneció al clan Somoza. En julio de 1979 la finca fue tomada por guerrilleros del Frente Sur, comandado por Edén Pastora (el Comandante Cero) y en el que también luchó Víctor Tirado.
Las tierras intervenidas fueron entregadas entonces a ex combatientes sandinistas, aunque más tarde una parte de la finca pasó a manos particulares. Hoy -denuncia el diario opositor El Confidencial, de Carlos Fernando Chamorro- un mordisco nada despreciable del viejo latifundio somocista pertenece a allegados de la familia Ortega. Un buen negocio en caso de que el canal llegue a realizarse.
"La boca entraría justo por aquí", indica Juan, espantando moscas en el soportal de su humilde casa de madera, de una de cuyas paredes cuelga un viejo retrato del presidente Ortega. Nadie del gobierno ha venido a explicarles nada, y eso que, se queja, "los chinos ya han pasado dos veces por aquí acompañados del Ejército".
Cárdenas y los suyos están acostumbrados al trabajo duro y no se asustan fácilmente. Cultivan frijoles, hortalizas, viandas, y tienen algunos animales. Aunque casi no les da para vivir, si pierde esta pequeña parcela no sabe cómo alimentará a su familia, dice Juan. "Nosotros siempre hemos sido sandinistas, pero con esta situación ya se nos está empezando a desdibujar…", comenta.
"La ley establece que las tierras que se expropien se pagarán según el valor catastral (el registrado), que siempre es inferior al valor real. Esto supondría la ruina para mucha gente, y además la decisión de expropiar no es recurrible ante ningún tribunal", asegura el escritor Sergio Ramírez, quien fuera vicepresidente de Nicaragua entre 1984 y 1990. Como otros históricos del sandinismo, en 1995 Ramírez rompió con Ortega. Leo acusa de haber traicionado la revolución y de "privatizar" el FSLN, junto a su esposa, Rosario Murillo, en beneficio de sus intereses personales.
Viajar con Ramírez por Nicaragua es toda una experiencia. Todo el mundo lo reconoce y lo saluda, y muchas personas le cuentan lo difícil que en la actualidad es "sobrevivir". El tema de la construcción del canal sale a cada paso. Hay gente -poca- que está de acuerdo con la visión del gobierno y piensa que la obra puede servir para que Nicaragua comience a salir de la pobreza -según el portavoz del canal, Telémaco Talavera, "se crearían 50.000 puestos de trabajo en la etapa de la construcción y 200.000 después", algo nada despreciable en un país en el que hay 2,6 millones de pobres, el 42,5% de la población-. Otros dudan de que el canal llegue a terminarse. Creen más bien que se trata de un gran negocio privado que permitirá a la familia Ortega aprovechar la ocasión para expropiar barato e impunemente. El orteguismo, opina Ramírez, "también está viendo una oportunidad de oro para perpetuarse". "El canal siempre ha estado en el imaginario del país, y el gobierno juega con los sentimientos y esperanzas de la gente".
De camino a Masatepe, su pueblo natal, uno se cruza con numerosas vallas de propaganda. "Nicaragua ¡Cristiana, socialista, solidaria!", dice una. Otra: "Arriba los pobres del mundo". El denominador común es la imagen de Daniel Ortega sobre un fondo rosa chicha muy kitsch, "una ocurrencia de ella", dice Sergio. Con el "ella" se refiere a "la compañera Murillo", que manda tanto o más que Ortega, según la opinión general.
Cuenta el autor de Margarita, está linda la mar, que en un pueblo cercano llamado La Conquista, el alcalde sandinista fue obligado a dimitir tras reformar el presupuesto municipal para comprar semillas para 27 comunidades. "Los campesinos estaban contentos, pero el pecado del regidor fue no consultarlo antes con la Chayito (sobrenombre de la primera dama, que es también portavoz del gobierno)".
El gobierno, ante el temor cada vez más extendido, ha querido calmar los ánimos y se ha reunido con representantes de los más de cien propietarios de esta zona. En Managua, Víctor Tirado dice: "Puede suceder que no venga un solo barco…".