Alejandro Olivares: Poderosa periferia
Prolífico y energético, en la última década Alejandro Olivares (35) ha tenido una producción abundante, logrando que sus imágenes tengan presencia en distintos medios de prensa, libros y exhibiciones en Chile y afuera. Además, tiene una editorial junto a su hermano Cristóbal, también fotógrafo. Ha recibido distintos reconocimientos, como el Premio Rodrigo Rojas de Negri, en 2013, que el Consejo de la Cultura otorga a figuras emergentes en esta área.
Editor gráfico de The Clinic, medio en el que "cayó" a los 24 años, se formó como autodidacta desde adolescente. No tuvo recursos para estudiar, pero ya cuando estaba trabajando, participó de oyente en distintas escuelas y talleres. Nacido y criado en Puente Alto, desde niño convivió con la realidad de poblaciones donde han ido aumentando la violencia, la pasta base y la soledad. Su aporte más interesante es, precisamente, su mirada poderosa y personal sobre ese mundo periférico que conoce. "Eran chicos a quienes nadie les daba bola. Con padres que nunca estaban. Muchos de mis compañeros de la escuela hoy están muertos o presos. Aún tengo familia y amigos en las poblaciones. Yo fui un cabro callejero. Me juntaba con todos: con los sanos y también con los malandras", dice. "Durante mi adolescencia vi un montón de cosas feas que necesitaba elaborar y proyectar".
Su trabajo en los sectores marginales de Puente Alto, sobre todo en Bajos de Mena —donde se concentran los mayores índices de conflictividad— ha seguido la vida cotidiana y los espacios donde se mueven los adolescentes: "Es un punto de abandono donde se bifurcan los caminos, donde te salvas o te condenas". Un proyecto que le ha tomado años y el resultado son fotos, digitales y en color, que no caen en el cliché paternalista de la pobreza: no hay niños plácidos jugando a pie pelado en el barro, sino drogas, armas, perros bravos, basura, cemento y humo. Alejandro experimenta con encuadres y puntos de vista dislocados, generando un fuerte impacto estético y emocional. Ahí los adolescentes no son humildes ni sometidos. "Saben que están excluidos de los beneficios del sistema, pero se empoderan en su marginalidad. La mayoría son materialistas, les da igual la familia o la educación: lo que les importa es la plata y están dispuestos a cualquier cosa para conseguir lo que quieren. Usan armas que no son tanto para asaltar, sino para defenderse entre ellos. Se agrupan en bandas, lideradas por microtraficantes, y operan con sus propias reglas. Es como una ley fuera de la ley". El trabajo, dice, lo ha dejado agotado. "Uno siente mucha impotencia, por todas partes ves miseria, abusos sexuales y violencia. No trato de teorizarlo mucho. Prefiero que sea la imagen la que hable por mí".
( www.alejandroolivares.com)
Emiliano Valenzuela: Crónica subjetiva
Periodista y ex redactor del diario La Nación –desde donde tuvo una relación cercana con el cronista Pedro Lemebel–, Emiliano Valenzuela (36), más que un fotógrafo, es un pensador. En 2006 recibió la Beca Pablo Neruda para escritores jóvenes. Ha publicado, entre otros libros, una recopilación de la obra del multifacético artista chileno Pedro Sienna y ahora está pronto a lanzar una investigación que revela el espíritu de quienes lideraron el Movimiento Nacional Socialista Chileno de los años 30.
Hace seis años que comenzó a hacer fotos, como una extensión visual de su pensamiento. Uno de sus trabajos más fuertes se titula "Mamá, yo te recuerdo". En él retrata la relación con su madre que, de pronto, comenzó a irse del mundo: tenía poco más de 60 años y fue diagnosticada con alzheimer. Mucho más allá de la perturbadora potencia de sus retratos, Emiliano logra llevar a imagen la atmósfera de un vínculo amoroso profundo y complejo.
Esta radical subjetividad es la que atraviesa también su mirada sobre el espacio urbano. En 2014 publicó el libro Ciudad Capital, donde ya se afirma su personalísima relación con la ciudad. Luego, en 2016, en Savanna, pone en escena una fractura síquica entre la esperanza y el desencanto. "Hay fotógrafos que tienen temas, que toman un asunto y lo desarrollan. Hacen la tarea. A mí eso no me interesa. Mis fotos no tienen argumento, porque mi vida no tiene argumento", dice.
Sus fotografías callejeras podrían inscribirse en el género de la crónica, que es una forma de procesar la realidad y devolverla alterada por la propia percepción. Emiliano recolecta situaciones de los barrios donde ha crecido y caminado: Franklin, Mapocho, Yungay, Recoleta, Estación Central. "Yo me crié en las calles de Santiago, desde los nueve años, porque mis papás trabajaban fuera. Tampoco había una comunidad o vecinos. Uno caminaba solo mirando y dejándose afectar por lo que veía", dice.
Sus imágenes análogas y en blanco y negro –que escanea dejando ver las pelusas sobre los negativos— son sucias, crudas, oscuras y contrastadas. Pero también transmiten una especie de nostalgia de lo que no fue.
miliano se asume como hijo de la transición, momento que él percibe como marcado por la decepción ante una promesa democrática que nunca llegó. "Nunca me he sentido adaptado. Veo un país muy metido en las relaciones utilitarias, en el arribismo y el cinismo. Y me siento ajeno. Desde mi vida, igual de pequeña, miro la decadencia de la clase media chilena, con la que diariamente comparto en el metro, en la calle, en el trabajo; de la que soy parte y acompaño en anhelos y voluntades. Un estrato que se mantiene a la expectativa de sí mismo, esperando convertirse en algo que nunca llegará a ser. Pero que, a la vez, guarda la ternura de esa esperanza. Ahí suspendo el discurso. No podría ser activista, ni andar con un slogan. No creo que mis fotos denuncien o visibilicen algo, sino que traslucen el dolor que atraviesa todo. Y también el misterio".
(Emiliano no tiene sitio web, pero en internet se puede encontrar su trabajo)
Andrés Figueroa: Ensayo social
Lejos del disparo azaroso, Andrés Figueroa (42) siempre ha desarrollado series temáticas de largo aliento. Su oficio se inició también en la adolescencia, cuando en el colegio participó de un taller de fotos y revelado en cuarto oscuro. "Me obsesioné. Me compré una cámara y nunca más paré. Me cuesta imaginar mi vida sin la fotografía", dice.
Retrata a personas a las que mira con ojo atento, levantando los detalles estéticos mediante los cuales la gente se expresa. Lo que le interesa es cómo, a través de la suma de varias imágenes, los sujetos se vinculan para constituir un relato colectivo. Así estructura series que configuran comunidades relacionadas por un rasgo común: "Entro al trabajo fotográfico guiado por un tema que me interesa", dice. "Eso implica conocer un mundo, investigarlo y luego pensar cómo quiero transmitirlo visualmente". Ha estado, por ejemplo, siguiendo por años el mundo de los bailarines del desierto, que se organizan en cofradías y durante todo el año preparan sus trajes y sus presentaciones para rendir homenaje a las vírgenes de las fiestas religiosas del norte. También hizo una interesante colección sobre las tribus urbanas de adolescentes, en la que refleja el modo en que la imagen personal se constituye en símbolo de pertenencia, disidencia y libertad. Otro de sus ensayos visuales retrata a los tiradores de carros que circulan por la ciudad.
En este momento, está elaborando una serie sobre quienes duermen en la calle, que en Santiago son muchos. "Me llama la atención, por ejemplo, ver personas que duermen en la entrada del edificio de la Telefónica. Ahí se produce un contraste muy fuerte. La serie toca la miseria, es primera vez que me meto en algo así y tomo un riesgo. Siempre he sido muy respetuoso de las personas, me tomo un tiempo, los conozco, hablo con ellos y saco fotos con su consentimiento. Esta vez es una excepción, porque ellos están durmiendo, encerrados en su mundo y no se dan cuenta cuando los fotografío. Pero estoy tranquilo, porque siento que esto no es peyorativo. Estoy trabajando desde el amor", dice.
Al fotógrafo le sorprende, además, que esas personas logren descansar en medio del bullicio. "Han hecho de la calle su lugar y pueden dormir tranquilamente, crear una especie de microespacio que los aísla del entorno… Ellos son los despojos del sistema. Pero no solo tiene que ver con la pobreza material, sino también con una imposibilidad de adaptarse. Es gente que no se la puede sicológicamente y, en muchos casos, están alcoholizados".
Si bien la obra de Andrés está ligada a fenómenos sociales, sus tomas requieren un tiempo que no es de la instantánea. El fotógrafo planifica el encuadre para obtener imágenes de composición clásica y equilibrada, donde el color, los detalles y volúmenes cobran protagonismo. Así, su mirada estetiza y dignifica a los sujetos, sustrayéndolos de su contexto para transformarlos en imagen de arte contemporáneo. "No me obsesiono con la idea de ser fiel a la realidad. Además, pienso que todas las fotos tienen algo de mentira, algo de ficción. Yo hago lo que me da la gana, lo que no transo es la libertad", dice.
(www.andresfigueroa.cl).
Fabian España: Curiosidad callejera
Fabián España (33) empezó a hacer fotos a los 15 años. Nacido y criado en Aysén, su despertar adolescente se encauzó en el registro de su mundo y familia campesina, que se trasladó a vivir desde Cochrane a Coyhaique. Allí, a los 17 años, hizo fotos para un diario regional y luego fue corresponsal de El Mercurio y de La Tercera. A los 23 se vino a vivir a Santiago, y en la capital ha trabajado para distintos medios, desarrollando en paralelo proyectos personales que ha publicado en libros y mostrado en colectivas dentro y fuera de Chile. "El libro no es solo un formato para dejar registradas las fotos, sino que se ha convertido en una parte fundamental del trabajo, porque allí puedo generar un relato", dice.
Fotógrafo autodidacta, siguió su propio instinto, sin la influencia de otras imágenes. Recién cuando llegó a Santiago se enteró un poco de lo que era la tradición de la fotografía chilena y mundial y conoció a autores que le interesaron, como Sergio Larraín. Influyó su ingreso al Instituto Alpes, donde despertó el interés de la directora Leonora Vicuña, quien lo postuló al Premio Rodrigo Rojas de Negri, que obtuvo a los 25 años.
Además de sus fotos como reportero gráfico, hizo varias tomas del centro, donde vivía: esas fotos, aquí publicadas, nunca se han mostrado. "Al llegar a Santiago me impactó la cantidad de edificios y de gente, y la acelerada velocidad de la ciudad. Creo que más que una mirada crítica, lo que fotografiaba era aquello que punzaba mi curiosidad. Pero si lo pienso, esas fotos callejeras me ayudaron a perder el miedo a acercarme a la gente".
Hace ya varios años que se dedica solo a su obra personal. Fabián no trabaja con flash ni con iluminación artificial: se apega a la luz natural. "Aprendí a conocer cómo funciona", dice. Tampoco le preocupa obedecer a los cánones técnicos. "No me importa si algo sale desenfocado, lo que me interesa es plasmar la emoción que una escena me produce. Trato de meterme en el momento sicológico de las personas que retrato". Últimamente volvió a la foto análoga: "Con la digital tomaba demasiadas imágenes y no me daba tiempo de pensar y mirar. Lo análogo me permite otro tiempo para acercarme a la gente. El hecho de no disparar tantas fotos te hace estar más tranquilo, observar más la escena, el gesto, la luz y la huella".
Ahora Fabián está desarrollando un proyecto que le ha tomado prácticamente toda la vida, en el que profundiza sobre su propia historia, investigando a los primeros colonos que llegaron a la Patagonia, entre quienes están sus antepasados. "Recién me estoy dando cuenta de que la fotografía ha sido la manera que encontré de narrarme a mí mismo". (www.fabianespana.com)