Amada, 35 años de edad, vecina de Puente Alto, está sentada en la segunda fila de los asientos de la sala de espera de la Posta de Urgencia Adulto del Hospital Sótero del Río, mientras aguarda el resultado de una familiar que está siendo atendida. Delante de ella, un indigente está acostado durmiendo, tendido sobre cuatro asientos. Ya es la madrugada del jueves, y la escena la completan un par de perros vagos que entran y salen a su gusto; una pareja de jóvenes carabineros que está de turno y que dialoga en la entrada; y numerosos pacientes, junto a otras personas en situación de calle, que pernoctan en el recinto.

Amada vive en la Villa San Pedro y San Pablo, la cual está cerca de donde se levantará un nuevo hospital para Puente Alto, que se hizo famoso por la cuestionada ceremonia de primera piedra que colocó el entonces Presidente Sebastián Piñera, a pesar de no estar asegurado su financiamiento. Pero más allá de ese conflicto, para esta mujer lo importante es que dicho recinto se concrete, de manera de poder desatochar la atención que presta el Sóterro del Río.

"Todo Puente Alto llega acá, desde las partes más lejanas, de la Chiloé, de la Marta Brunet, todo eso, y ahí les quedaría a pocos minutos", asegura, pronosticando que la atención será más fluida cuando ambos recintos hospitalarios estén en pleno funcionamiento.

Crítica con la atención general que entrega el Sótero de Río, especialmente con los tiempos de espera y los doctores, Amada piensa que "hay cosas que mejorar, que los médicos se pongan las pilas (...). Atienden a un paciente y se demoran dos horas en llamar a otro, eso debería ser más expedito". Y aunque esta opinión la comparten algunos de los usuarios que conversaron con La Tercera, lo cierto es que la mayoría reconoce que el trato a los pacientes ha mejorado y que las prestaciones médicas son de buena calidad.

Carlos (63 años), otro vecino de Puente Alto, acompañó a su nuera que estaba con problemas estomacales. Ella es sorda, por lo cual le tocó hacer de intérprete. Se demoraron aproximadamente una hora en atenderla, y la evaluación que hace del servicio es positiva. "En la sala 2, donde está ella, yo le pondría buena nota, porque hay paramédicos que se mueven bastante, con constante atención al enfermo y al que está acompañando".

Las esperas

Según la información que aporta el establecimiento de salud en su página web, el año pasado atendieron 261 mil consultas de urgencia y 309 mil consultas médicas de especialidades. Y respecto de los tiempos de espera para ser atendidos, se detalla que en marzo de 2014 el promedio fue de una hora y 43 minutos, entre el tiempo de admisión y la primera atención. 

Pero las estadísticas no siempre representan a todos los pacientes, como ocurrió en el caso de María (49 años), de la Villa Pedro Lira, que llegó a las 15.00 del miércoles pasado y se fue después de las 22.00. "Me demoré desde las tres de la tarde hasta como las seis a que me atendieran para saber recién qué era lo que tenía. Me dijeron que tenía que hacerme un examen, lo hicieron a las siete y esperé hasta ahora (10 de la noche), que llegaron los exámenes. Recién me dijeron que tenía infección en los riñones", relata. En cuanto a la atención que recibió, coloquialmente dio a entender que no era mala, pero "igual se demoran en atender, no nos toman en cuenta. Si uno no anda detrás no hay (respuesta). Ahora los médicos se fueron todos a colación, no hay ningún médico atendiendo cirugía".

María, al igual que otros consultados, coincide en afirmar que en los boxes de atención se nota que hubo remodelación, el recinto "está cambiado, más limpio". Eso sí, apunta a dos cosas que le molestan: la sala de espera "parece hospedería de curados", en directa alusión a los indigentes, y "los perros. Eso es antihigiénico, ahí se rascan, está la gente enferma, es insalubre".

Los indigentes

Cuando el reloj marcaba las 23.00 del pasado miércoles, una misión evangélica llegó hasta el recinto, sorprendiendo a quienes a esa hora se resguardaban del frío, especialmente a los indigentes que saben de estas visitas y que los esperan con ansias.

Así lo reconoce Samuel (41 años), quien se acerca a conversar con La Tercera para compartir algo de su vida, asegurando que trabaja como guardia de seguridad, pero que el dinero no le alcanza para tener una vivienda. De hecho, no oculta que su debilidad, cada cierto tiempo, es el consumo de drogas, lo cual lo ha alejado de su familia, que vive en la Región de Valparaíso. Eso sí, expone que parte de lo que gana se lo manda a sus hijos.

Añade que, actualmente, unas 10 personas en situación de calle pernoctan habitualmente en la posta, en tanto que otras se quedan en maternidad.

Respecto de las críticas de los pacientes, que reclaman por su presencia, uno de los integrantes del grupo, que se identificó como Héctor, responde que lo hacen porque no tienen otro lugar donde dormir. "Este es un lugar público, así que no nos pueden sacar", sostiene.

Más allá de las críticas hacia los indigentes, la hermana Claudia Fuentes, de la congregación El Peregrino (Metodista Pentecostal), de la comuna de La Granja, expone que esta problemática está en casi todos los hospitales de la Región Metropolitana, lo que se ha transformado en algo cultural, a pesar de que hay hospederías con cupos para recibirlos. En cualquier caso, les brindan apoyo, porque "tenemos que estar con el afligido, con el quebrado; vestir al que está desnudo y dar alimento al que tiene hambre".

Así, mientras en estos días resuena fuerte la polémica por la compra de camas críticas a privados por 20 mil millones de pesos, durante la pasada gestión del Ministerio de Salud, muchas autoridades se cuestionan por qué estos fondos no se invirtieron para mejorar las condiciones que ofrecen los hospitales del sector público.