Estados Unidos y sus aliados occidentales se vieron sorprendidos por la anexión de Crimea por parte de Rusia. Los satélites militares norteamericanos habían estado espiando los movimientos de las tropas rusas, pero los servicios de inteligencia no pudieron adelantar lo que se venía, porque no estaban preocupados en intervenir las conversaciones telefónicas entre los líderes rusos, sus comandantes militares o las discusiones entre los soldados sobre los planes de invasión.

Pese a vanagloriarse de contar con un sistema de vigilancia global, Washington no logró oler lo que se venía, especialmente, porque hace dos décadas que el objetivo del espionaje occidental cambió de foco. Después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 el centro de atención estuvo puesto en el extremismo islámico y en Medio Oriente, y después en el ascenso de China como potencia económica.

La especialización de agentes en los territorios que una vez conformaron la Unión Soviética se convirtió en sinónimo de pasado. De esta forma, los expertos en la región se han cobijado en el mundo académico y empresarial. "Este es el tipo de cosas que los jóvenes oficiales militares van a estar leyendo en sus libros de historia", dijo un alto funcionario de EE.UU., citado por The Wall Street Journal.

"Hay bastantes expertos en cuestiones rusas dando vueltas por ahí, gente que vivió ahí y que tiene mucha experiencia, pero no fueron requeridos por el gobierno", dijo Fiona Hill, directora del centro para EE.UU. y Europa de la Brookings Institution. "Sobre todo, el Pentágono perdió parte de su conocimiento sobre Rusia, al igual que la Casa Blanca", afirmó Hill, quien fue funcionaria de inteligencia norteamericana sobre Rusia entre 2006 y 2009.

La escena recuerda la película La suma de todos los miedos (2002), basada en un libro de Tom Clancy, donde las autoridades estadounidenses deben recurrir a un joven, pero dedicado analista de la CIA especializado en la Rusia post soviética, Jack Ryan, y convertirlo en agente en terreno para intervenir en una crisis con el gobierno de Moscú, ante la intervención de un grupo filonazi. Hasta hace poco, Rusia era vista como una eventual amenaza sólo para sus vecinos, pero los hechos de Ucrania demostraron que requiere más esfuerzos que los que se dedicaron en las últimos 20 años. En todo caso, eso no es garantía de nada, ya que hace dos décadas un ejército de expertos en las dinámicas soviéticas no logró pronosticar el colapso del bloque socialista europeo, simbolizado en la caída del Muro de Berlín. "El principal problema es de capacidad, en un momento en que el contraterrorismo, Irak, Afganistán y la Primavera Arabe consumieron gran parte de la energía", señala un ex oficial de inteligencia citado por la agencia The Associated Press.

Así, los gobiernos y los servicios de espionaje parecen haber abierto el debate sobre si ha llegado el momento para reforzar sus unidades de agentes especializados en Rusia y su creciente influencia en Europa Oriental. Funcionarios y analistas han criticado que Occidente ya debería haber prestado más atención a Rusia, en particular cuando Moscú aumentó en un 30% su presupuesto de defensa tras la guerra de 2008 en Georgia, que terminó con la escisión de Osetia el Sur y Abjasia.

En los últimos años hubo una creciente preocupación por el espionaje de Moscú, que incluye ciberataques y "spyware" de computadoras cada vez más sofisticados. De hecho, dos incidentes en la última década ayudaron a que parte de la atención de la contrainteligencia estadounidense volviera a enfocarse en Moscú. El primero fue el descubrimiento, en 2008, de un software de espionaje llamado Agent BTZ, que infectó los computadores del Pentágono tras haber ingresado, al parecer, en un dispositivo USB. El ataque es una de las fallas de seguridad más graves de la inteligencia norteamericana. El segundo incidente se produjo en 2010, con el arresto y posterior expulsión de 10 espías "infiltrados encubiertos" en  EE.UU. La información la entregó un desertor ruso tras una investigación del FBI.