Si te ha pasado que te sientas a trabajar a las 9 a. m., pero la que iba a ser una breve visita a Facebook se extendió por dos horas y media, debes saber que no eres el único. Tampoco eres el único que abre una nueva pestaña sólo para buscar el significado de la palabra "resiliencia" y termina googleando la edad de Warren Beatty, quién fue el rey Arturo y cuantas RedBull tolera el cuerpo humano. Tampoco estás solo si no te acuerdas bien qué almorzaste ayer porque pasaste discutiendo en dos grupos de WhatsApp, el de tu familia y el de tus ex compañeros de curso. Y probablemente no fuiste el único que, durante un presunto descanso, abriste YouTube para ver un trailer y terminaste —11 videos más tarde— mirando la casa embrujada de Puerto Montt y el video del costarricense que nada con un cocodrilo.
Examinado con detención, el tema se vuelve más serio. Distraernos de lo que se supone que tenemos que hacer es algo que el bombardeo de información está impulsando a niveles altísimos. Hay quienes lo sobrellevan bien, pero muchos ya acusan frustración. El asunto puede ser como la comida chatarra, algo que engullimos compulsivamente sabiendo que no nos hace muy bien. Y en casos más graves puede ser derechamente una adicción.
Tim Pychyl, profesor de sicología de la Universidad de Carleton (Canadá), cree que la tecnología ha traído una crisis mayor de distracción en la sociedad. Pychyl es considerado uno de los mayores expertos en entender cómo los humanos se sabotean a sí mismos retrasando sus tareas, o lo que se conoce como procrastinar. Puede que no estés familiarizado con la palabra, pero actualmente es uno de los términos más buscados en la RAE y alude a lo que en Chile siempre hemos descrito como "sacar la vuelta".
Pychyl —que investiga el tema desde 1995 y es autor de libros como Solving The Procrastination Puzzle— explica que tener móviles con redes sociales a un clic de distancia ha hecho que distraerse y procrastinar se hayan vuelto mucho más problemáticos. "Siempre podemos justificar otro minuto de descanso, pero un minuto después volvemos a tomar la misma decisión. Estamos 'divirtiéndonos hasta morir', como escribió (el sociólogo) Neil Postman hace muchos años".
Peter Bregman, consultor de negocios famoso por libros de productividad como 18 Minutes, concuerda con el diagnóstico. "Absolutamente hay una crisis de estos problemas. La tecnología está hecha para distraernos. Suena. Vibra. Se ilumina. Grita por atención. Lo que hace esto más difícil ahora es lo fácil que es distraernos y pretender que trabajamos".
Algunos datos sobre procrastinación. Se ha cuadruplicado en cuarenta años. Un 95 por ciento de las personas admite padecerla. Un cuarto de ellas de manera seria. "Dejar de procrastinar" está entre las metas que las personas más confiesan en el mundo. Los hombres sacan un poco más la vuelta que las mujeres. Y los procrastinadores tienden a ser más jóvenes.
La información la comparte Piers Steel, de la Universidad de Calgary (también de Canadá). Steel es otro investigador líder en el tema. Subraya que el fenómeno crece con la civilización. "Vivimos en un mundo que se aprovecha de nuestra naturaleza impulsiva. Las sociedades de libre mercado, a pesar de sus considerables beneficios, tienen entre sus efectos secundarios que cada vez tengamos más oferta para satisfacer nuestros vicios y así aumenten nuestras procrastinaciones". La revolución tecnológica ha hecho mucho más accesible estas tentaciones, cree. "Es un tema fascinante y le dedico todo un capítulo en mi libro", dice en referencia a The Procrastination Equation.
Deconstruyendo el fenómeno
Si bien la agudización del fenómeno explica el reciente interés por estudiarlo a fondo, desde hace años que la procrastinación ha preocupado a gente de diversos ámbitos. A los economistas, por ejemplo, no sólo por sus costos productivos, sino por cómo moldea el comportamiento y las decisiones de las personas. El nobel George Akerlof escribió Procrastination and Obedience, en 1981, un ensayo considerado muy influyente en ese sentido.
Los escritores también reflexionan mucho al respecto, en buena parte porque la padecen. En un texto de 1982, el escritor italiano Ítalo Calvino se lamentaba: "Cada mañana ya sé que podré desperdiciar el día entero".
Los comediantes han sabido observar y reírse de este mal moderno. En una rutina de hace 15 años, la norteamericana Ellen Degeneres sacaba risas describiendo las excusas que encontraba justo antes de sentarse a trabajar: desde limpiar su escritorio hasta pintar la pieza. En un show reciente del actor Aziz Ansari, internet es responsable de interrumpirle en labores importantes con dudas imperiosas. Tener que averiguar sí o sí cuál de las primeras Mi pobre angelito recaudó más plata es una de ellas.
No es un stand-up, pero una de las charlas más comentadas de procrastinación a ratos lo parece. Es la del bloguero e ilustrador Tim Urban, quien a raíz de un exitoso posteo sobre la distracción fue invitado a dar una charla TED el año pasado. Allí confiesa padecerla: tuvo un año para hacer su tesis, pero la hizo en los dos últimos días. Hace reír a la audiencia también representando el cerebro de los procrastinadores: tienen literalmente un mono en la cabeza que los hace privilegiar constantemente la gratificación instantánea por sobre las decisiones más racionales.
Su modelo no está demasiado lejos de lo que dice la ciencia. Hoy sabemos que hay dos elementos en tensión en nuestra cabeza, la amígdala cerebral, parte del sistema límbico, que es la que nos hace responder más instintivamente, y la corteza prefrontal, que es a la que le debemos nuestras decisiones racionales y a largo plazo.
"En muchos sentidos, somos cerebros antiguos en un mundo de alta tecnología", dicen los autores del libro The Distracted Mind. En él, el neurocientífico Adam Gazzaley y el sicólogo Larry D. Rosen postulan que la capacidad de cambiar de tareas tiene que ver con funciones arcaicas de nuestro cerebro, cómo optimizar la búsqueda de alimentos, pero el mundo actual hace que estemos llevando al límite la cantidad de interferencias que soportamos. Recopilan también evidencia de cómo las distracciones tecnológicas son hoy grandes causas de ansiedad, problemas de memoria, problemas de sueño, peores relaciones y bajo rendimiento en el colegio y el trabajo.
El multitasking es un mito, sostienen, una idea en la que coinciden la mayoría de los investigadores. Lo que las personas hacemos en realidad es un switch-tasking (cambiar entre tareas) y en cada cambio vamos perdiendo la calidad de la información, lo que degrada cualquier tipo de desempeño. (Lo debe tener muy claro Brian Cullinan, el hombre responsable del reciente bochorno de los premios Oscar: confundió los sobres, se dice, porque estaba tuiteando cuando tenía que entregarlos).
Ahora, ¿por qué procrastinamos? Para Tim Pychyl la respuesta es sencilla: enfrentados a ciertas tareas, surgen en nosotros emociones negativas, las que incluso pueden manifestarse a un nivel inconsciente, y "sacar la vuelta" es una manera de escapar de esas sensaciones.
Cómo solucionarlo es una pregunta que se repite en las consultas sicológicas que intentan responder autores best-sellers como Daniel Goleman (que escribió Focus) y que se encuentra en innumerables foros de internet donde los usuarios, algunos muy afligidos, llegan a pedir ayuda y consejos.
No existe una panacea, pero desde la sicología hay estrategias más que atendibles. Pueden agruparse en dos: están las que abordan el tema desde el ambiente y las que confían más en lo interno, en la voluntad del individuo.
"Controla tu entorno y te controlas a ti mismo", dice Piers Steel.
Controlar el ambiente es planificar el espacio y el momento que destinamos a hacer una tarea. Años atrás bastaba con aislarse un poco, pero hoy significa silenciar nuestro celular, desconectarnos de la web o usar algún servicio tipo Freedom, una app que bloquea las redes sociales y otras notificaciones por el rato que le digamos. Steels dice que lo mejor que ha visto es Saent, un dispositivo inalámbrico (como un gran botón) que se pone en el escritorio y que al ser activado apaga los distractores en todos los dispositivos. Sirve además como un aviso de "no molestar" para el resto, ya que cambia de color.
Peter Bregman también enfatiza la importancia del ambiente. "La motivación ayuda, pero enfocarse no se trata, finalmente, de motivación. Se trata de continuar una tarea hasta terminarla. Sabes que quieres estar enfocado, pero en un momento de tentación es difícil no distraerse. Así que en primer lugar la solución es eliminar la tentación. Apaga tu teléfono. Cierra las ventas innecesarias. Crea un ambiente que haga menos probable que te distraigas".
Bregman cree también en el poder de la planificación. Toma poco tiempo y da inmensos réditos. 18 Minutes, su famoso libro, es básicamente un método para ocupar poco tiempo al día para planificar y brevemente reflexionar sobre lo que se está haciendo.
La solución principal de Tym Pychyl también va por la planificación: la importancia de subdividir las tareas en objetivos más concretos y alcanzables. Cuando las intenciones son muy débiles o vagas ("trabajar en la tesis" o "trabajar en este encargo") es muy probable procrastinar. Es mejor dividir el objetivo en subobjetivos, como "avanzar 10 páginas".
Lo óptimo, dice Pychyl, es hacerlo en el marco de lo que llama "intenciones de implementación", un método que consiste en decidir antes que "dada una situación X, haré el comportamiento Y para alcanzar el subobjetivo Z". Puede traducirse en lo siguiente: "Siendo las 4 de la tarde del domingo, resumiré 30 páginas del libro, para avanzar en mi preparación de la prueba". Sostiene que los estudios muestran una y otra vez la efectividad de esta técnica.
Otros se preguntan si acaso confiar todo en factores externos no debilita nuestra fuerza de voluntad. Es el caso del filósofo Mark D. White, uno de los autores de The Thief of Time, libro con ensayos sobre la procrastinación. Allí, apoyado en la idea de autonomía de Kant, postula que dejarle todo al ambiente es similar a ponerle llave al refrigerador cuando se quiere dejar de comer.
De forma parecida, desde la neurociencia se promueve la idea— porque se acumula cada vez más evidencia al respecto— de que aspectos como la voluntad o el foco pueden mejorar considerablemente, que son como músculos que vale la pena ejercitar. Se puede trabajar en nuestras tareas diarias, con estrategias para mejorar poco a poco, pero también con ejercicios. El más promovido hoy día es la meditación. "La más efectiva es meditación tradicional de concentración, como la que se enfoca en la respiración", puntualiza Adam Gazzaley.
Además de ciertas ramas del budismo, la que mejor se ajusta hoy a esa descripción es la que se conoce como mindfulness, la adaptación que la sicología ha hecho de la meditación.
Al sicólogo chileno y profesor de mindfulness Ricardo Pulido no le sorprende que la meditación aparezca tan mencionada como "remedio" para la distracción. "Lo que hace es desarrollar la capacidad de focalizar la atención, pero por otro lado se genera también la capacidad de tomar conciencia. Son dos cosas distintas pero que juntas favorecen tanto la concentración como la conexión con lo que realmente quieres hacer. Entonces ayuda a ponerse límites, a organizarse mejor, a tomar conciencia del tiempo que pasaste en las redes".
Eso sí, cree que la creciente demanda por ser menos disperso y procrastinar menos (que nota tanto en su consulta sicológica como en sus clases de meditación) tiene que ver con un problema mayor de la sociedad actual: "La pérdida de sentido, el individualismo y el empobrecimiento de los vínculos personales".
Dice que al final el consumo responsable es lo que tendrá que establecerse. "Si no, pasa esto que es muy frustrante para las personas y es sentirse esclavizadas por sus vicios y no poder avanzar".
Detox digital
El desafío que representa la tecnología para nuestra concentración puede ser todavía más problemático cuando los estímulos sólo aumentan. Cada vez internet es más omnipresente, cada semana te agregan a un grupo nuevo de WhatsApp, crece la cantidad de aplicaciones en el celular, así como la gente que tienes en tus redes.
Como antídoto, algunos toman decisiones más drásticas, como salirse de una red social o incluso de internet por un determinado período. Ha surgido el concepto de "detox digital", que la gente practica sola o incluso en jornadas organizadas. Algunos son aún más radicales: eligen vivir desconectados.
Piers Steel cree que desconectarse no es una idea muy práctica hoy. "Lo que necesitamos es una manera de reducir, no eliminar la tecnología de nuestras vidas. Sin embargo, guardar el teléfono por lo menos una hora antes de acostarte y apagar los dispositivos te preparará para algunos de los mejores sueños de su vida".
Tim Pychyl cree más en la desconexión. "Creo que esta noción de 'detox' se está volviendo más y más prevalente y necesaria. Hemos desarrollado hábitos profundos de 'estar conectados'", se lamenta. Subraya que a menudo estamos conectado a cosas absolutamente triviales y carentes de sentido: "Muchos, si no la mayoría, hemos olvidado lo que es el silencio o lo que significa estar a solas con los pensamientos. La investigación ha indicado que este tipo de 'tiempo de inactividad' es muy importante para nuestro bienestar y nuestra creatividad".
Otro tema preocupante es la desventaja que tenemos las personas frente a los programas tecnológicos, que usan algoritmos cada vez más sofisticados para engancharnos con contenidos.
"Las aplicaciones y los sitios se enorgullecen de ser 'pegajosos'. Recuerdo estar en un taller hace unos años cuando Angry Bird fue un gran éxito. Los creadores de Angry Bird estaban celebrando, pero esta celebración es absurda porque es un juego tonto, no vale la pena el tiempo invertido", dice Pychyl.
¿Puede ser internet como un casino? Pychyl responde: "La analogía de un casino es muy buena. Como dice el dicho, 'la casa siempre gana'. En este caso, la 'aplicación siempre gana', ya que nos mantiene en línea y usa nuestros datos para tratar de adaptar el mensaje aún más a nuestras carencias y deseos".
Y cierra con una reflexión no muy alentadora: "Estamos siendo manipulados como nunca antes".
MALA ATENCIÓN
La neuropsiquiatra chilena Amanda Céspedes sostiene que el exceso de estímulos de la vida contemporánea afecta la capacidad de focalizarse en un solo objetivo, lo que merma la memoria y el orden mental. Eso ocurre, dice, porque la mente está diseñada para soportar una carga más bien baja de "ruido", los estímulos que ingresan al cerebro de modo caótico y excesivo. "Bajo el umbral de ruido, la mente está inhibida [en sicología, el mecanismo que tenemos para filtrar la información inútil] y funciona maravillosamente bien, pero si sobrepasa, la mente no se puede focalizar en un solo objetivo. Lo mismo ocurre bajo el efecto de la ansiedad o de déficit de sueño".
Céspedes es además especialista en tratar el trastorno de déficit atencional (TDA) en niños y jóvenes, y cree que, si bien los estímulos tecnológicos no aumentan la incidencia de este problema, que va más allá de factores ambientales, sí empeoran el trastorno.
EL BOOM DE LOS 'PLANNERS'
Los planners son como agendas, pero con un acento especial en la planificación y en que las personas terminen las tareas que se proponen. "Te ayudan a focalizarte en lo importante", cuenta la periodista Mónica Martin, una de las creadores de Buen Día Planificador, recién lanzado en Chile. Martin cuenta que hay un auge mundial de los planners, que responde a una necesidad de focalizarse, pero también de volver al análogo, de entender que para muchas personas el lápiz y el papel tienen un poder irremplazable a la hora de organizarse. "La gente además busca cada vez más refugios sin pantallas, porque está más consciente de lo poco sano que es estar tan conectado", agrega.
APPS CONTRA LA PROCRASTINACIÓN
QUALITY TIME: Para saber cuántos minutos al día pasas usando cada app de tu smartphone.
FREEDOM: Para bloquear selectivamente los sitios que más distraen por períodos personalizados.
ONE TAB: ¿Acumulas muchas pestañas en tu navegador? Esta extensión de Google Chrome las reduce a una sola y las transforma en una lista.