Cuando la situación es extrema, el cambio violento y súbito de una crisis puede dejar tu mundo literalmente patas arriba. Una guerra por la cual tienes que emigrar y abandonar tu tierra natal; una epidemia que destruye tu entorno y enferma a tu pueblo; una inflación global que hace quebrar a los bancos y deja tus propios bolsillos vacíos; son todos ejemplos de una crisis extrema. Pero ¿qué pasa cuando la crisis se vuelve parte del paisaje cotidiano? ¿Qué pasa cuando la crisis medioambiental avanza silenciosa en una comunidad, cuando de a poco los iconos políticos pierden su legitimidad, cuando una marcha ciudadana se convierte en sólo una marcha más?
La exposición Crisis, crisis, crisis: la normalidad de la emergencia - que acaba de inaugurarse en el Centro Cultural Matucana 100- plantea una realidad cada vez más inestable, en que la crisis se ha transformado en una nueva forma de habitar. Aunque tampoco allí se dan luces de soluciones concretas, sí es un ejercicio de visibilidad a problemas sociales, políticos o medioambientales, desde la mirada incisiva del arte contemporáneo.
Es una experiencia inédita, además, porque los ocho artistas locales que integran la muestra tuvieron encuentros de conversación previos con el Núcleo Milenio, un grupo de investigadores, historiadores, sociólogos, científicos y economistas, quienes desde 2015 estudian los modelos de crisis que se producen en Chile - financiados por el Ministerio de Economía-, para poder predecir y manejar mejor estas situaciones críticas.
La idea de un cruce con el arte nació justamente de los académicos -de la U. Adolfo Ibáñez, U. de Chile, UC, U. Diego Portales y U. Andrés Bello -, liderados por el sociólogo Aldo Mascareño y la economista Andrea Repetto, quienes invitaron en primera instancia a la curadora Montserrat Rojas Corradi a formar este laboratorio artístico. Los resultados van desde una mirada más abstracta de los fenómenos hasta casos concretos y certeros de crisis.
Apenas entrar a la galería de Artes Visuales de Matucana 100, la instalación del artista de 25 años Sebastián Calfuqueo acapara las miradas: es la escultura de una persona de tamaño natural, puesta de cabeza y con sus largos cabellos formando indescifrables palabras en el piso. "Mi trabajo suele tocar temas de género y de identidad indígena. De hecho esta especie de momia lo hice con el molde de mi propio cuerpo; soy mitad mapuche y mitad chileno, lo que simboliza el proceso de reflexión de mi propia identidad", cuenta. "Trabajé con la socióloga Gabriela Azócar y fue super interesante ese vínculo, sobre todo el tema de las palabras en mapudungun que se forman con el pelo: una es champurreo, que significa algo híbrido, mezclado y que se usa para hablar desde lo social, hasta de las comidas", agrega.
Para la curadora Montserrat Rojas, lo interesante de la muestra es que también cruza a generaciones de artistas que han tenido diferentes experiencias de crisis. "En el caso de Sebastián Calfuqueo y de Cristián Inostroza, ellos son artistas muy jóvenes que además participaron activamente del movimiento estudiantil, y su mirada es diferente a la que puede tener Pablo Rivera (1961), por ejemplo, el de trayectoria más larga y que incluso ha sido profesor de muchos de ellos. Aquí uno puede ver problemáticas, influencias y tipos de estéticas muy diferentes", cuenta.
"El problema mapuche es clave", precisa Monserrat Rojas, "porque es uno de los más antiguos y nunca se ha solucionado; eso revela la falta de políticas públicas y de una postura del Estado que sea invariable a pesar de los cambios de gobierno y de los colores políticos". La curadora armó su propia instalación en una de las salas, donde aborda con mapas, gráficos y líneas de tiempo la actual crisis educacional desde las políticas instaladas por el régimen de Pinochet, hasta las actuales reformas de Bachelet.
Goteras en casa
La crisis medioambiental es tomada por varios artistas de la muestra, pero quizás la más concreta y al mismo tiempo la más poética es la obra de Nicolás Grum: el video Décimas tóxicas, que refleja la grave contaminación del balneario Ventanas en la V región, generado por el derrame de desechos al agua desde una refinería de cobre de Codelco, instalada allí desde 1964. El artista registró los testimonios de los habitantes y los transformó en décimas, para luego mezclarlas con imágenes abstractas de la playa contaminada en un collage romántico que contrasta con la verdadera situación del lugar.
Para hablar del agua, Daniel Reyes instaló un sistema de refrigeración que va utilizando la condensación del aire ambiental, sudor y respiración humanas, hasta convertirlo en hielo, que luego se derrite por el calor en un ciclo sin fin. La pieza se llama La tonelada de lluvia.
Soledad Pinto, en tanto, exhibe una instalación sonora en la que registró sus propios pasos mientras seguía a personas por todo Santiago, adaptando unos micrófonos en sus tobillos. "En los momentos más convulsionados la gente marcha, hay migraciones forzosas y muchas se hacen a pie. Es rescatar ese hábito básico que mucha gente ha perdido. También tiene que ver con investigar la potencia del caminar como un momento que te permite entrar en un tiempo distinto, menos acelerado", explica la artista, quien invitó al músico electrónico Roberto Garretón para que transformara sus registros en una composición titulada Sonata para una crisis.
La curatoría se completa con los trabajos de Carolina Pino, quien construyó artesanalmente un dron, usado habitualmente para ataques militares, para cambiar su estigma convirtiéndolo en un artefacto artístico y pintando la palabra Utopía en un gran lienzo; Gonzalo Cueto presenta una video instalación donde da las claves para sobrellevar una crisis humanitaria en la Araucanía con un kit de sobrevivencia, y Cristián Inostroza exhibe un video hecho a partir de fotos donde se instala a sí mismo, desmayado en diferentes paisajes de Chile, donde se viven actualmente crisis sociales.
"Las obras dialogan entre sí, pero también se van contaminando por cercanía y ruido, creando una gran atmósfera de crisis general", dice la curadora. En ese sentido quizás la obra mejor lograda, por lo directa e incómoda que es tanto para el público como para los propios artistas, es la de Pablo Rivera, quien en diferentes lugares estratégicos de la sala instaló baldes y tachos dentro de los cuales caen gotas de agua desde el techo, para simular una de las crisis más cotidianas e inofensivas, porque ¿quién no ha tenido alguna vez una gotera en casa?