No hay ninguna cruz. Sólo fotos familiares de él, su señora y su hijo, decoran la amplia oficina que ocupa en el segundo piso del Ministerio de Desarrollo Social. Sin embargo, mientras explica con entusiasmo los desafíos del organismo que dirige, se le escapan varios "si Dios quiere" y "gracias a Dios". Un pequeño reflejo de lo que fue su vida anterior.

Durante 18 años, Daniel Concha Gamboa, el actual director del Servicio Nacional de la Discapacidad (Senadis), se dedicó al trabajo religioso: fue sacerdote de la Compañía de Jesús. Inspirado en la figura de Alberto Hurtado, fundó una hospedería para menores vulnerables, fue capellán de comunidades universitarias y viajó a misiones en lugares remotos como República Dominicana, Puerto Rico y las comunidades zapatistas de México. Y aunque en 2006, tras una profunda crisis vocacional, dejó la congregación y renunció a los votos de pobreza, obediencia y castidad, para la Iglesia Católica sigue siendo sacerdote: "Es una orden sacramental que dura para siempre, pero al yo salirme y estar casado no puedo ejercer, porque ya tengo las dispensas del Vaticano", señala.

En julio de 2015 llegó al Senadis a través de un concurso del sistema de Alta Dirección Pública. Y aunque dice no ser político, se declara admirador de la Presidenta Michelle Bachelet. Desde el cargo ha impulsado políticas de inclusión para personas con discapacidad, como el cambio a la ordenanza de urbanismo aprobado este año, que obliga a las edificaciones de uso público a poner rampas de acceso. Su repartición colaboró en la reciente ley para que personas ciegas puedan ser jueces y notarios, y está tramitando un proyecto laboral para dar cuotas (1% de los cargos en el aparto público y en empresas de mayor tamaño) a personas con alguna discapacidad.

Pero su gran sueño es modificar el Código Civil, que data de 1857, donde se trata de "incapaces" a individuos en esta condición. "El texto trata peyorativamente a las personas con discapacidad sensorial. Es un Código que se hace bajo el modelo de la asistencia, donde se les ve como personas enfermas", explica Concha.

Experiencia de mendigo

Hoy es habitual verlo de traje y corbata impulsando los proyectos de su organismo en los pasillos del Congreso. Pero a fines de los años 80, cuando tenía 18 años, viajaba por el norte de Chile pidiendo limosnas vestido de mendigo.

Era una de las pruebas que imponía el noviciado jesuita: sobrevivir un mes como pordiosero. "Me encontré todo tipo de gente. En las ciudades pasamos hambre, mientras que en los pueblos y en los lugares más pobres nos daban comida y un lugar donde dormir", recuerda. Pero la experiencia de este tipo que más lo marcó fue vivir dos meses en el Pequeño Cottolengo trabajando como chatero: "Limpiaba a los enfermos y dormía en los mismos lugares que ellos. Eso me cambió la vida. Conocí personas con discapacidad que necesitaban mucho apoyo y la pregunta era: ¿qué más se puede hacer?".

Destaca la figura de jesuitas como José Aldunate y Felipe Berríos -"personas que marcan el signo de los tiempos y tienen un gran interés por estar del lado de los excluidos", dice-, pero su gran mentor fue el norteamericano Eugene Barber SJ, "que tiene fama de santo" y quien en el colegio San Luis de Antofagasta lo impulsó a seguir la vocación sacerdotal.

Tras sus primeros años de formación en áreas como filosofía, teología y trabajo social, se fue como profesor de español y religión a Washington. Allí, junto a un grupo católico, levantó una hospedería para indigentes en el subterráneo de una iglesia, donde les enseñaba habilidades sociales para que consiguieran trabajo. Según cuenta Daniel Concha, "en Estados Unidos se ven muchas personas en situación de calle debido a una política del gobierno de Carter que sacó a la gente de los centros de salud mental. Me tocó ver la otra realidad de EE.UU. Todavía se ríen de mí porque aprendí a hablar inglés como lo hablan en las calles".

Durante esa estadía dirigió el programa GIVE (Gonzaga International Voluneer Experience), en que viajó por países de Latinoamérica ayudando a escuelas pobres. La misión que reconoce como más impactante fue la que hizo en una comunidad autónoma zapatista: logró entrar al campamento Takiukum, en Chiapas, en Semana Santa y cuando la milicia solo dejaba entrar jesuitas. "En medio de las montañas, no tenían alimentos ni agua; hasta la Cruz Roja se había retirado, jamás vi tanta pobreza. Les llevamos un generador y nos tocó hacer guardia en las noches para que los paramilitares no raptaran a las niñas".

Crisis en Boston

Tras una temporada en Chile, donde Concha, junto a un grupo de 60 voluntarios, replicaría en Santiago la idea de una hospedería para niños sin hogar, en 2000 decidió volver a Norteamérica para cursar un master en teología en Boston College. Ese segundo viaje provocaría el giro radical en su vocación.

"Estudié en Boston en el tiempo que se conocieron los abusos sexuales de sacerdotes. Empecé a cuestionarme si lo mío era ser sacerdote o tener una vocación de formar familia". Cuando en 2002 el diario The Boston Globe revela los casos de pedofilia en la Iglesia Católica y acusa al cardenal Bernard Law de encubrir a los responsables, Concha era diácono de una parroquia en la ciudad. Lo describe como "un período muy hostil; cuando se destapa, todos caemos en el mismo saco. Enfrentamos manifestaciones y protestas en las celebraciones eucarísticas".

Junto con el consejo parroquial integrado por laicos deciden acompañar a las víctimas que habían dado su testimonio de los abusos que sufrieron cuando niños. A Concha le tocó dar apoyo espiritual a cuatro de ellos. "Poder escuchar fue lo más importante, personas valientes que por mucho tiempo habían sido tratadas como mentirosas. Mi reflexión es que siempre hay que estar del lado de las víctimas", declara.

Esta crisis se sumaba a otros cuestionamientos que se había ido formando sobre la Iglesia. Su profesora de tesis fue una sacerdote episcopaliana. "Me di cuenta que las mujeres pueden ser pastores y lo hacen muy bien. Las mujeres y hombres tienen derecho a ser iguales en todos los ámbitos". También tiene reparos sobre el celibato: "Creo que la Iglesia tiene que abrirse a pastores que sean casados. Anglicanos, episcopalianos y bautistas hacen un muy buen trabajo teniendo familia". Pero el factor principal fue el creciente interés en formar su propio núcleo familiar. "Trabajé en La Pintana con Benito Baranda y Lorena Cornejo, y vi lo mucho que se puede aportar siendo pareja, siendo parte de la sociedad. Eso es lo que me permite la opción de poder estar acá en un cargo público".

Presentó la renuncia a sus votos sacerdotales y esperó cuatro años la dispensa papal. A partir de 2007 pudo reinventarse como académico en distintas universidades chilenas y al año siguiente se casó con la periodista y profesora de la Scuola Italiana Mariolli Raffo.

A una década de su decisión, hoy Daniel Concha reflexiona: "Le tengo respeto y cariño a los jesuitas, pero después de salir he descubierto un mundo ajeno a la Iglesia. Descubrí que Chile es mucho más que Iglesia Católica. Encontrarme con organizaciones y personas como las del área de la discapacidad, que vienen luchando hace mucho tiempo por los derechos, me ha enseñado que Chile es plural, Chile es diverso y necesita incluir más, sin tanto estereotipo, sin tantas barreras, sin tantos estigmas".