-Puede haber una sorpresa -le dijeron a Camilo Escalona antes de la recepción.

Era verano de 1995 y un grupo de dirigentes políticos de la Concertación había viajado hasta La Habana para fortalecer las renovadas relaciones diplomáticas con Cuba, que estuvieron rotas durante los 17 años del régimen militar. A Escalona lo acompañaban los PPD Jorge Schaulsohn y Sergio Bitar, además del RN Andrés Allamand, quien pese a ser un hombre de derecha había desarrollado una cercanía con Cuba por el tratamiento que el régimen le brindó a su hijo Juan Andrés después del accidente que sufrió en una piscina a principios de los 90. Por contraparte, el gobierno cubano estaba representado por Manuel "Barbarroja" Piñeiro; su esposa, la chilena Marta Harnecker, y Carlos Lage, secretario ejecutivo del Consejo de Ministros, un viejo amigo de Escalona de sus años de exilio en la isla.

Se encontraban en la casa del encargado comercial, que tenía preparado un pequeño cuarto para la conversación de esa noche. Escalona recuerda que era todo bastante más austero. Cuba vivía el denominado "período especial" posterior a la caída de la Unión Soviética, su principal soporte económico. Los altos cuadros del PC cubano hablaban de "darle tiempo a Fidel para reinventar el socialismo", pero la contingencia apremiaba. "La situación era crítica. Los hogares pasaban penurias", cuenta Escalona.

La sorpresa anunciada se concretó. A pesar de la edad, medía todavía cerca de 1,90 metros, usaba barba y uniforme militar de color verde olivo. Era Fidel Castro. El grupo se instaló en la salita y conversó por varias horas acerca del futuro político de Chile y Cuba.

-Entonces alguien le pregunta a Fidel qué va a pasar en Cuba -relata Escalona-. Y Fidel en ese momento dice: "No sé qué va a pasar, la situación es difícil, pero vamos a defender las conquistas de la Revolución para llegar a un capitalismo con justicia social o a un socialismo con mercado, no sé". Fueron muy fuertes sus palabras. Fue una apertura completa. Todos quedaron sorprendidos.

Esta manifestación de apertura a un nuevo ciclo político convenció a Escalona de que Castro estaba receptivo a críticas constructivas. Cuando el comandante de la revolución cubana visitó Chile por última vez en su vida, a fines de 1996, tanto él como otras figuras del PS decidieron ejercer su derecho a disentir. Las versiones respecto de las consecuencias de estas opiniones son contradictorias hasta hoy.

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Fidel Castro aterrizó en Pudahuel a las 11.15 del sábado 9 de noviembre de 1996 como uno de los 21 mandatarios invitados a la VI Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y Gobierno, cuyo temas centrales serían democracia y gobernabilidad. Diez minutos más tarde salió del avión vestido de traje y corbata, bajó la escalerilla y fue recibido por el ministro de Economía, Alvaro García. Aunque no se conocían, éste recuerda que el trato fue cálido. "Me impresionó su normalidad, que no tuviera nada aparatoso en su comportamiento. Por entonces ya mostraba ciertos signos de enfermedad, se notaba al hablar con él", dice García.

Ambos caminaron juntos por la losa, donde Castro recibió honores de Jefe de Estado por parte de 24 efectivos de la Fach, en uno de los momentos más comentados de su visita. Poco antes, el comandante en jefe de la rama, Fernando Rojas Vender, había calificado de "poco agradable" este escenario. Por su parte, Augusto Pinochet, todavía como comandante en jefe del Ejército, se negó a condenar directamente la presencia de Castro en el país y se fue al norte a supervisar ejercicios militares.

Llevaba 25 años sin visitar el país. La última vez había sido en 1971, durante el gobierno de Salvador Allende, en un viaje de 10 días que terminó extendiéndose por tres semanas. Esta vez solo se quedaría tres días.

-Traigo conmigo los más cálidos y solidarios sentimientos del pueblo cubano al pueblo chileno. Espero que la cumbre sea un éxito para honor y gloria de Chile. Les deseo bienestar y paz. Muchas gracias -fueron algunas de las escuetas palabras de Castro a su arribo, justo antes de saludar con el brazo izquierdo en alto y el puño ligeramente cerrado.

Castro se subió a un Mercedes Benz blindado cedido por la Presidencia para ir al Hotel Hyatt con su comitiva, donde sostendría reuniones bilaterales con los presidentes Ernesto Samper (Colombia), Ernesto Zedillo (México) y Jorge Branco de Sampaio (Portugal). Hizo el trayecto a tal velocidad que se demoró apenas 20 minutos. Tal como habían acordado los cancilleres de Chile y Cuba, José Miguel Insulza y Roberto Robaina, la seguridad del presidente cubano estaba a cargo de Carabineros de Chile. La institución, a su vez, era coordinada por el subsecretario del Interior, Belisario Velasco (DC), un viejo amigo de Castro de fines de los años 60, cuando el Presidente Eduardo Frei Montalva le encomendó restablecer relaciones comerciales con la isla, a pesar de la mala relación entre ambos gobernantes.

"Tenía a mi cargo toda la seguridad de la cumbre. Se decía que Fidel estaba amenazado de muerte", asegura Velasco.

Aunque no hubo ningún atentado, durante la visita de Castro se produjeron diversas manifestaciones a favor y en contra. La más recordada es la de Iván Moreira (UDI), quien fue detenido pasado el mediodía del 8 de noviembre, justo un día antes de la llegada del líder cubano, cuando protestaba afuera del Hyatt con un letrero que decía: "Fidel, Cuba no te quiere; ¡Chile tampoco!". Su idea era convocar a un cacerolazo de protesta para el día siguiente y dar un punto de prensa. Como había sido advertido por los carabineros de que su manifestación no estaba autorizada, se alejó a 500 metros del Hyatt para declarar, pero fue detenido igualmente y trasladado a la comisaría de Las Tranqueras, donde fue visitado por el presidente de su partido, Jovino Novoa. Hasta el día de hoy Moreira acusa que fue apuntado con armas de fuego durante el trayecto al retén.

"Encontraba un absurdo que Castro viniera a una cumbre sobre democracia siendo un dictador de un lugar donde no se respetaban las libertades. Su venida era una suerte de caricatura", cuenta Moreira, quien se escudaba en su fuero parlamentario para declarar que su arresto había sido ilegal y apuntaba a Belisario Velasco como responsable. El episodio hizo famoso a Moreira entre los exiliados cubanos de Miami. "Me invitaron a algunos programas de televisión", dice.

"Esa protesta unipersonal de Moreira fue una de las cosas pintorescas de la cumbre", agrega el ex canciller Insulza.

Ni los cacerolazos de Moreira en avenida Kennedy ni la protesta anticastrista convocada por Rodrigo Eitel, presidente de Acción por Chile, en el Parque Almagro, tuvieron la masividad esperada. Castro llevó a cabo sus actividades en el Hyatt de forma normal y asistió a la cena en el Palacio de La Moneda, donde fue recibido por el Presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle. En la cena, la orquesta y coro del Teatro Municipal interpretaron canciones de los 21 países, incluida Gracias a la Vida, de Violeta Parra, y El día en que me quieras, de Carlos Gardel.

De ese evento, a Mariano Fernández, ex subsecretario de Relaciones Exteriores, le quedó grabado el recuerdo de Castro bajando las escaleras desde el segundo piso al Patio de los Naranjos apoyado en otro invitado, "pues ya tenía dificultades para caminar".

Después de la cena, Castro regresó a la casa del embajador cubano Aramís Fuente para dormir. A sus ojos, era el lugar más seguro de todo Santiago.

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Domingo 10 de noviembre. A las 7.40, antes de comenzar con las actividades de la cumbre, Castro llegó al Cementerio General para visitar la tumba de quien había sido su anfitrión en Chile 25 años antes. Estuvo ocho largos minutos frente al mausoleo de Salvador Allende y dejó una ofrenda de claveles de tres colores con una cinta que decía: "De Fidel Castro Ruz a Salvador Allende, que tanta gloria y honor merece". Ahí compartió con la familia del mandatario -sus hijas Isabel y María Paz, y nietas como Maya Fernández- y con los presidentes del PS y el PC, Camilo Escalona y Gladys Marín. Ambos partidos le tenían preparados actos de homenaje a Castro para ese día, pero Castro no quería ser imprudente con el gobierno. Por eso, escogió participar solo del evento del PS, uno de los partidos de la Concertación, el conglomerado gobernante. Al homenaje del PC en el Parque Almagro solo enviaría un mensaje escrito. "Era clave para él no tener ningún roce con el gobierno", indica Escalona.

La actividades de la cumbre se realizaron en CasaPiedra. En los minutos previos a los discursos de apertura, la Policía de Investigaciones le avisó al subsecretario Velasco que había un infiltrado entre los asistentes. Se trataba de un cubano opositor que no pretendía un atentado, pero sí tenía planeado interrumpir el discurso de Castro con gritos. "Nunca nadie lo supo", dice Velasco. El hombre fue sacado sigilosamente del recinto antes de que comenzaran las exposiciones.

Como el tema central de la cumbre era "democracia y gobernabilidad", muchos de los discursos de los mandatarios latinoamericanos parecían críticas a Castro. "No es posible hablar de dos democracias; hay una sola legitimidad, la que respeta el ejercicio de los derechos humanos y decide según la regla de la mayoría en elecciones sinceras", señaló Frei en la apertura. Cuando le tocó su turno, Castro se apartó del tono optimista de sus pares. Una a una, comenzó a enumerar las inequidades que observaba en el continente y las consecuencias del rol hegemónico de Estados Unidos.

-¿Qué será de nuestros Estados en el siglo XXI? ¿Qué quedará de nuestra independencia? ¿Qué significado tendrá para los pueblos el objetivo de nuestras luchas? ¿Qué posibilidad real habrá de alcanzar una verdadera gobernabilidad democrática con justicia y esperanzas para todos? -le preguntó Castro al resto de los mandatarios durante su alocución.

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Castro llegó cansado al acto del PS en el Centro Cultural Canelo de Nos. Tenía sueño: había dormido seis horas en las últimas dos noches. El lugar elegido estaba repleto. El evento estaba pensado para 100 personas, pero había al menos 500 adentro del recinto y una cantidad similar de jóvenes cuadros del PS que clamaban entrar desde el exterior.

A pesar del entusiasmo por la figura del líder revolucionario, el discurso de bienvenida no sería recordado por sus elogios al régimen.

Meses antes, al saber de la visita de Castro, Escalona pensó que había solo una persona idónea para dar el discurso de bienvenida. Se trataba de Hortensia Bussi, la viuda de Salvador Allende. "La Tencha era un personaje al que le quedaban estrechas las fronteras del PS, de la Concertación y de Chile", explica Escalona. Por muchos años, ella se había movido en las más altas esferas del mundo socialista, por lo cual había crecido como figura política. Al ser consultada, ella aceptó. De inmediato le pidió ayuda a uno de sus hombres de confianza, Luis Maira, a quien conocía justamente de cuando ambos vivían en Cuba durante el régimen militar. Ambos se reunían periódicamente en la casa de Bussi, en El Bosque, para discutir acerca de actualidad. "Quiero que usted me prepare una carta para revisarla juntos", le propuso Tencha a Maira, quien se puso a trabajar en el documento.

"Teníamos una deuda eterna con la revolución cubana, así que prevaleció ese punto de vista de gratitud, pero que no obligaba a cuadrarse con el modelo cubano. Después de la dictadura, los socialistas valorábamos la libertad de elecciones, la alternancia en el poder y la diversidad de partidos políticos. Creíamos que eso no era incompatible con la reforma o la revolución", comenta Maira, quien poco antes de la cumbre había dejado su cargo como ministro de Planificación.

Sin saber lo que estaba por escuchar, Castro aplaudió a Bussi mientras esta se aproximaba a la testera. Hasta ese momento no se habían visto, pues la mujer de Allende no había acompañado la visita del Cementerio General por su delicado estado de salud.

-Con la misma franqueza, Presidente Fidel Castro, quisiera decirle que los socialistas chilenos afianzamos durante el largo período de pérdida de nuestra democracia política nuestra convicción de inequívoco respaldo a un sistema político que acepte las diferentes visiones ideológicas que pueden prevalecer en una sociedad, la existencia de visiones alternativas a las de quienes desempeñan el gobierno, el funcionamiento de diversos partidos políticos, y la realización de elecciones periódicas para renovar a las autoridades de la nación -dijo Bussi.

Castro no demostró su molestia en el largo discurso que hizo a continuación. Prefirió mostrar su buen humor, burlándose de los panfletos que sus detractores lanzaban frente a la embajada de Cuba, entregando sus estadísticas favorables en salud y educación y aludiendo solo tangencialmente a las críticas por la falta de democracia en la isla.

-¿Pero por qué está ahí Castro tanto tiempo? ¿Y qué culpa tengo yo?, me pregunto. Primero, un fracaso completo de la CIA, que trató de matarme no se sabe cuántas veces y fracasó. No es que yo esté, es que me tienen ahí; no soy yo el que me tengo, es la Revolución, el pueblo el que me tiene ahí -dijo el mandatario.

La molestia se hizo evidente a la mañana siguiente, cuando Castro se dirigió a Viña del Mar para firmar la declaración de la cumbre, que en la práctica era un compromiso con la democracia. Escalona recibió varias llamadas desde la embajada cubana para tratar el tema en la despedida del comandante.

"En conexión con lo que habíamos hablado antes en La Habana, que lo importante era salir de esa situación difícil y que más adelante se iba a plantear un nuevo modelo de sociedad, yo no vi que esas palabras (de Bussi) fueran contradictorias", indica Escalona.

El evento de la noche consistió en un cóctel que sirvió las mejores bebidas de cada país: vino y ron. Entre los 60 asistentes se contaban personajes tan diversos como el ex frentista Vasili Carrillo, los empresarios Carlos Cardoen, Max Marambio y Manuel Feliú o el propio Andrés Allamand. Durante las cuatro horas que duró la cita, los socialistas obtuvieron distintas versiones de lo que sentía Castro respecto del discurso del día anterior. "Tuvo algunas diferencias con los socialistas. No diría que estaba molesto, pero sí algo sentido", rememora el ex canciller Insulza.

Escalona recuerda las palabras del propio Castro de otra manera: "Me dijo 'entiendo que Tencha ha dicho esas cosas con el mejor espíritu. Todas las palabras que digan que yo puedo estar molesto son falsas. Yo comprendo perfectamente bien y te pido que se los transmitas a los compañeros'". Bussi recibió del presidente cubano una versión similar a esta, en la que Castro le aseguraba que, más allá de lo que hubiera dicho, la relación con la familia Allende era indestructible.

Luis Maira solo se enteró del enojo tiempo después, en una visita a Cuba. "Tengo la impresión de que el discurso tuvo una mala recepción inicial, porque nadie le advirtió a Fidel que era constructivo, que era una crítica con franqueza y cordialidad", asegura.

Lo cierto es que las relaciones entre Cuba y el PS estuvieron congeladas durante mucho tiempo después de la cumbre. Hay altos cuadros socialistas que hablan de 18 años de distancia y que Raúl Castro le dijo a Osvaldo Andrade, cuando éste encabezó una delegación del PS en julio de 2014, que "nunca más pasarán tantos años para verse de nuevo".

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Cuando Fidel Castro se fue rumbo a Roma -donde se reuniría con el Papa Juan Pablo II a sugerencia de su amigo chileno Max Marambio-, en Chile se hablaba de un paro de médicos, de las pretensiones presidenciales del alcalde de Santiago, Jaime Ravinet; de una final perdida por Marcelo Ríos ante el argentino Hernán Gumy y de la victoria de Chile sobre Uruguay por las clasificatorias al Mundial de Francia 1998.

Veinte años después, al momento de su muerte, los temas de conversación en Chile no son tan distintos, como tampoco lo son las dudas respecto del proceso cubano. Ya en esa última visita, en su discurso ante los socialistas en el Canelo de Nos, Castro se había hecho cargo de una Cuba en la que no estuviera.

-Si aquellos que quieren ponerme un epitafio finalmente lo logran, no pasa nada en Cuba. Hay miles de cuadros jóvenes que garantizan la obra revolucionaria. No depende de persona alguna el destino del país.