Histórico

La delgada línea que separa el bien del mal

Compasivos, pero también dispuestos a engañar cuando nadie nos observa. Los seres humanos poseemos un sistema moral que opera según la cultura en la que nos desenvolvemos, pero paradójicamente, los mismos mecanismos que nos llevan a la caridad son los que conducen a fenómenos como la xenofobia.

SI LE preguntaran qué tiene en común un soldado que pelea en una guerra y una madre que cuida con ternura a sus hijos, probablemente su respuesta sea un tajante "nada". Ambas acciones reflejan facetas diametralmente opuestas, dirá usted, imposible comparar el amor maternal con la agresividad y los horrores de un conflicto bélico. Pero lo que entendemos como "el bien y el mal" tiene mucho más en común de lo que en apariencia somos capaces de ver. La madre y el soldado son un claro ejemplo.

Recientes estudios demuestran que ambos son motivados por la acción de la llamada hormona del apego, la oxitocina: mientras esta refuerza el impulso materno de proteger a los hijos, en el soldado actúa gatillando el comportamiento hostil hacia los enemigos que amenazan a su grupo, en este caso, a todo su país. Y aunque la capacidad del hombre para moverse entre el bien y el mal ha intrigado a los filósofos desde la época de la antigua Grecia hasta el Renacimiento, no ha sido sino hasta décadas recientes que se ha podido desentrañar algunas de las claves que determinan esta suerte de Jekyll and Hyde que todos llevamos dentro.

No sólo los mismos mecanismos neurológicos que nos llevan a la bondad son los que nos conducen a causar daño o actuar de manera egoísta, sino que nuestra inclinación hacia las buenas obras está fuertemente determinada por la aprobación de los demás, la imagen que proyectamos, nuestra "reputación" y el temor a los rumores. Dicho de otro modo, es el grupo y el contexto específico el que determinará en última instancia si optamos por colaborar o perseguimos el provecho personal a toda costa.

Si usted se siente observado, tiene menos probabilidad de hacer trampa. Si la comunidad donde usted vive apoya obras de caridad, es más probable que usted también lo haga.

La evolución del bien

Un estudio, publicado en revista Science por antropólogos y biólogos evolutivos de la Universidad de Columbia, explica que para entender nuestra capacidad de alternar entre el bien y el mal debemos remontarnos a los primeros homo sapiens, que vivían en sociedades de cazadores recolectores fuertemente emparentadas entre sí. Ayudar a la propia descendencia resultaba una estrategia clave para asegurar la subsistencia de los genes del grupo. Pero en estas sociedades primitivas sólo un cuarto de los miembros tenían lazos sanguíneos, dice la investigación, de manera que para asegurar el éxito de la comunidad era necesario colaborar también con aquellos no emparentados.

Esto habría dado origen al altruismo, un comportamiento poco habitual en el reino animal, donde hasta entonces operaba la supervivencia del más fuerte: los beneficios de ayudar sobrepasaban el costo de hacerlo, lo que fue reforzando la conducta a través de las generaciones. En el sentido contrario, los genes antisociales eran aislados a través de castigos como la pena de muerte. Los genes que propiciaban el altruismo y la cooperación para la supervivencia del grupo se fueron asentando en la neurobiología del ser humano.

Uno de estos genes es el que da origen a la oxitocina. Experimentos realizados hace una década por el científico de la U. de California, Paul Zak, señalan que esta hormona es esencial no sólo para el apego, sino también para la moral. En sus estudios revela que la gente con mayores niveles de esta hormona se muestra más generosa y preocupada por los demás, y que incluso sus niveles suben cuando percibimos que otra persona confía en nosotros. Esto explica por qué nos sentimos bien cuando aportamos dinero a una persona extraña que en la calle nos pide colaborar para una colecta de beneficencia, o por qué nos esforzamos más cuando alguien nos dice: "sabemos que puedes, confiamos en ti".

El efecto mamá oso

Pero lo paradójico es que es esta misma hormona la responsable de comportamientos agresivos, como la xenofobia. Un estudio de la Universidad de Amsterdam que suministró inyecciones nasales de oxitocina a un grupo de sujetos demostró que aumentaban la predisposición a castigar a grupos opuestos durante una prueba para defender la posición del grupo al que ellos pertenecían. Conocido como "mamá oso", es el que demuestra cómo la misma hormona que nos hace amables nos lleva a cometer atrocidades como la xenofobia, el genocidio o la guerra, explica la investigación.

Pero además de la biología, el entorno también nos empuja a movernos entre el bien y el mal. Desde la década de los 80 que los economistas aplican un experimento para ver nuestra disposición a cooperar, consistente en entregar a una suma de dinero a un sujeto que tiene la opción de repartirlo a otro jugador desconocido, quien debe aceptar la suma sin importar la cantidad. Lo esperable es que el primero entregara menos dinero, pero la oferta más común va desde 45% a 50% del dinero. Mas, cuando los sujetos no sabían que forman parte de un experimento, muchos optaban por quedarse hasta con el 90% del dinero.

El antropólogo social de la U. de California del Sur, Christopher Boehm, argumenta que nuestra propensión a esparcir rumores incide en estos resultados, forzándonos a ser más altruistas. Estamos permanentemente preocupados de lo que otros piensan de nosotros y nos encanta observar y comentar lo que hacen otros. "Es así como se construyen y destruyen las reputaciones", explica Boehm. De este modo, la generosidad y la justicia se convierten en virtudes valoradas y premiadas socialmente con la aceptación, compensando el costo de actos que no van en beneficio directo nuestro.

COMENTARIOS

Para comentar este artículo debes ser suscriptor.

¿Vas a seguir leyendo a medias?

Todo el contenido, sin restriccionesNUEVO PLAN DIGITAL $1.990/mes SUSCRÍBETE